Francia pone a hibernar el parlamentarismo

El Estado francés culminó ayer el ciclo electoral más atípico, sorprendente y extravagante de su historia reciente. Después de hundir al Partido Socialista en la primera vuelta de las presidenciales y conquistar el Elíseo frente a la amenaza ultra de Marine Le Pen, Emmanuel Macron ha logrado imponerse a Les Republicains en las legislativas. La jugada de dejar la jefatura del Gobierno y las dos principales carteras económicas en manos de la derecha le ha salido redonda. Tras una primera mirada superficial, los resultados de la segunda vuelta celebrada ayer son apabullantes –también en Ipar Euskal Herria, pese a la sorpresa de Jean Lasalle–: Macron gobernará a su antojo con el apoyo de cerca de dos tercios del Parlamento.

Un Gobierno con semejante apisonadora parlamentaria siempre da vértigo, pero si afinamos la mirada, el panorama resulta mucho más desolador: la abstención, que ya batió récords en la primera vuelta, rompió ayer cualquier marcador conocido en unas elecciones a la Asamblea Nacional francesa. Solo cerca del 44% del censo fue a votar, a lo que hay que sumar unas 10 millones de personas no inscritas o mal inscritas en dicho censo, lo cual lleva a calcular que prácticamente dos de cada tres electores potenciales franceses renunció ayer a ejercer su derecho a voto.

El resumen de lo acontecido durante los dos últimos meses es un serio golpe a los cimientos de la democracia representativa: Emmanuel Macron, producto de la mercadotecnia política, candidato sin partido que cuenta con todo el apoyo del stablishment y que consiguió 7,3 millones de votos en la primera vuelta de las legislativas (un 15% del censo electoral) tiene un rodillo que le permitirá hacer lo que quiera con la Asamblea, sin apenas oposición parlamentaria digna de ese nombre. Una puerta abierta al autoritarismo postdemocrático que habrá que observar muy atentamente, a la espera del uso que Macron, un interrogante a día de hoy, decida hacer de su aplastante mayoría.

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