La Nafarroa de UPN, antes alemana que vasca

Hace ya quince años, el binomio UPN-PP, con la implicación inestimable del PSN y otros ámbitos de poder, puso en marcha una auténtica ofensiva final contra la identidad real –y plural– de Nafarroa. Fueron los años de la represiva Ley de Símbolos que vetaba la ikurriña, de la inefable declaración parlamentaria que negaba a los abertzales el derecho a gobernar Nafarroa o del extremadamente restrictivo decreto sobre el euskara en la Administración. Aquel texto de 2003 respondía puntualmente a la creciente demanda ciudadana para modificar la Ley del Vascuence, plasmada en una enorme manifestación en Iruñea. Pero sus efectos no han sido puntuales, sino que han marcado casi una generación: desde entonces, comunicarse en euskara con la Administración navarra solo ha sido posible por el voluntarismo de muchos funcionarios y no porque exista un sistema de derechos que lo permita.

El aspecto más sorprendente, aunque poco remarcado, de aquel decreto de Miguel Sanz era que mientras se recortaba hasta el infinito la valoración del euskara en concurso de acceso a la Administración, sí se reconocía y premiaba saber inglés, francés y alemán. Estas lenguas eran tomadas por tanto como lo que es cualquier idioma, un plus, y no como una herramienta política peligrosa. A todas luces, para los rectores del régimen resultaba más aceptable que Nafarroa fuera un land alemán o una región francesa que lo que es: parte de Euskal Herria.

Mirada en perspectiva, toda aquella operación ha sido un rotundo fracaso. Ni logró desnaturalizar Nafarroa, ni anular políticamente al abertzalismo, que hoy gobierna por decisión ciudadana mayoritaria. Pero enterrar aquel legado envenenado es imprescindible; a ello responden la derogación de la Ley de Símbolos y el nuevo decreto aprobado ayer por el Gobierno Barkos. Y cuanta más tierra se le eche encima, mejor porque más aflorará la verdadera Nafarroa que aquel régimen quiso sepultar para siempre.

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