Liberar energías, revertir inercias, no ceder y poner en valor

Apenas diez meses después de su liberación, ayer Arnaldo Otegi ejercía por fin con plenas facultades como secretario general de Sortu y ponía el broche final a un proceso congresual que ha supuesto una reflexión ideológica muy potente, que ha renovado la línea política de la izquierda abertzale, que ha experimentado con nuevos procedimientos y métodos de militancia y estructuración, que ha rejuvenecido y feminizado su dirección política, que ha revivido la autoridad y la disciplina clásicas a la vez que experimentaba con una nueva cultura política… todo ello mientras persistían el bloqueo al proceso y la persecución política, y se superaban elecciones relevantes.

En los prolegómenos de la salida de Otegi de prisión, en las semanas previas al 1 de marzo de 2016, dos eran las visiones que chocaban en la opinión pública. El establishment intentaba menospreciar al dirigente independentista planteando que los seis años de cautiverio lo habrían dejado políticamente obsoleto, sin sitio ante una realidad fugaz que le habría superado mientras estaba en esas mazmorras donde se congela el tiempo. Evidentemente, mezclaban una hipótesis que sonaba antropológicamente veraz con un deseo apenas disimulado de ver al líder de la izquierda abertzale, si no derrotado, sí al menos agotado. La otra visión –en su versión extrema y un tanto caricaturizada porque el mesianismo nunca ha arraigado en el pensamiento de la izquierda abertzale–, planteaba que vista la mediocridad imperante las capacidades innatas de Otegi podrían por sí solas revertir el bloqueo y las inercias, liderando un cambio que se soñaba como casi instantáneo.

Mientras tanto, la izquierda abertzale y particularmente quienes habían estado con Otegi pergeñando el cambio de estrategia, mostraban otra templanza política, un mayor realismo basado en un conocimiento de su movimiento y del país. En su ética revolucionaria, nadie es imprescindible, pero siempre ha habido militantes que marcan la diferencia. No son solo los que más o mejor hacen, sino los que son capaces de que el resto haga más y mejor. Y hay mucho de eso en esta refundación de Sortu. Esa capacidad para sacar lo mejor de la gente ha obligado incluso a sus adversarios a mejorar, con más o menos acierto en unos y otros casos.

Para liberar pueblos hay que liberar energías
El balance de este pasado año para Sortu es salvaje en términos de trabajo, reflexión y gestión política, incluyendo todo lo que esto implica en clave humana y de militancia. Lo que, vistas algunas inercias, podía haber sido traumático, se ha resuelto con honestidad y eficacia. Seguro que habrá muchas cosas que se podrían haber hecho de otra manera, quizás mejor, pero el proceso y el resultado resultan impecables organizativamente y muy potentes ideológicamente. Nunca faltan los insaciables, ni los revirados, ni, simplemente, los pesimistas. Estas décadas de lucha han generado un capital humano excepcional, pero muy castigado por el sacrificio y en algunos casos con tendencia a la frustración. Sin embargo, objetivamente, lo logrado en este periodo es realmente espectacular. Sobre todo porque marca un comienzo, en ningún caso el final de algo. Porque se ha demostrado multiplicador, capaz de revertir inercias, de renovar compromisos y de liberar energías. También ha sido fructífero a la hora de conformar un nuevo liderazgo elegido además con un exquisito método democrático. Queda pendiente ganar en eficiencia, mejorar en la gestión de los recursos –tanto materiales como humanos– y acompasar los tiempos de la realidad social y la reacción política. También habrá que afinar métodos.

Con la refundación de Sortu, a la que seguirán la del resto de organizaciones de la izquierda abertzale, se abre otro ciclo político para este movimiento. Como todo proceso interno, este se ha circunscrito básicamente a la militancia de ese partido. Pero su voluntad transformadora y emancipadora no tiene como sujeto a su familia política, sino a toda la sociedad vasca. Es hora de desplegar la nueva estrategia en todas sus dimensiones, con todas sus potencialidades y con las modificaciones necesarias tras estos años de experiencias –unas fallidas, que habrá que evaluar, y otras exitosas, que habrá que poner en valor y saber proyectar–.

Volviendo a Otegi, nada más salir de prisión recordó que si el movimiento de liberación pierde el pulso, el país también se resiente. Todo el que ame a este pueblo deberá aportar a la salud del mismo y su ciudadanía.

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