Matar a sangre fría es siempre una pena cruel

Una nueva ejecución precedida por una larga agonía ha reabierto en Estados Unidos el debate sobre el método de aplicación de la pena capital, con la prohibición constitucional de los castigos «crueles e inusitados» como marco de discusión. El preso Joseph Wood estuvo casi dos horas padeciendo un terrible sufrimiento después de que le fuera aplicada una inyección letal, cuyo resultado mortífero no debería haberse demorado más de diez minutos. Pero fueron ciento veinte y la polémica está servida, aunque no sin cierta dosis de cinismo.

Porque, efectivamente, es cierto que la Octava Enmienda de la Constitución estadounidense prohíbe la aplicación de penas crueles e inusitadas, pero teniendo esa prohibición como marco teórico de referencia constituye un ejercicio máximo de hipocresía centrarse en determinar cuál podría ser el método de ejecución acorde a la norma. ¿Es que acaso existe alguna forma de matar a un ser humano que no sea cruel? Qué decir cuando ese ser humano sabe con bastante antelación -muchos años en la mayoría de los casos- que va a ser ajusticiado y que lo que le resta de vida no va a ser más que una agónica espera. Si del sufrimiento previo a la muerte se trata, ¿quién podría negar que permanecer en el corredor de la muerte no es en sí mismo una tortura? Preocuparse por el padecimiento del preso en el momento último de la ejecución puede pasar como una muestra loable de compasión, pero quien fija ahí la controversia y se niega a entrar en el fondo, en lo inhumana que es la propia pena de muerte, protagoniza un ejercicio de escapismo ético poco edificante.

Estados Unidos es uno de los 58 países del mundo que todavía aplica la pena de muerte, y no parece que tenga prisa por seguir el camino de los 140 que han abolido esa práctica. Esa determinación en mantener una justicia vengativa, medieval, incapacita al gigante norteamericano para presentarse ante el mundo como ese referente democrático sobre el que ha erigido toda una leyenda. Matar a sangre fría es siempre cruel. Y por supuesto, eso vale en Arizona, en Irak o en Afganistán.

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