Sembrar odio para cosechar sufrimiento

Los ataques por tierra, mar y aire se suceden sin pausa en Gaza, donde los muertos hace jornadas que no se cuentan por decenas sino por cientos y donde a sus habitantes solo les queda confiar en que el próximo misil no les toque a ellos. Se han agotado las palabras para describir lo que está ocurriendo en esa pequeña franja de tierra a orillas del Mediterráneo en la que la humanidad está escribiendo uno de los episodios más deleznables de su historia. Y se han escrito muchos.

Quienes conocen Gaza la han descrito como una cárcel a cielo abierto donde millón y medio de habitantes sobreviven con el único aval de su voluntad inquebrantable de pervivir. Pero las autoridades israelíes parecen decididos a convertir esa cárcel en un cementerio, un erial plagado de cadáveres, gracias a la actitud indolente de la comunidad internacional, siempre obsequiosa con el Estado sionista. Una crítica, por cierto, que debe extenderse a la mayoría de las instituciones vascas, que salvo excepciones no han alzado la voz ante esta barbarie.

Israel sabe que nadie va a pararle los pies. No lo va a hacer Estados Unidos ni los países que se cobijan bajo su ala, y tampoco los estados árabes, más interesados en guerrear entre ellos o en sofocar revueltas populares que en socorrer a sus hermanos. Pero Netanyahu, Lieberman y compañía cometen un error si piensan que sus desmanes no van a pasarles factura. La sangría a la que está siendo sometida Palestina ya no es solo una afrenta para el mundo árabe; cada vez más personas en todo el planeta son solidarias con la causa palestina, al tiempo que desprecian la actitud violenta y xenófoba de los israelíes. Han quedado lejos los tiempos en que el Estado de Israel gozaba de simpatías incluso en sectores de izquierda; hoy solo sale en su defensa la derecha extrema -la misma que gobierna allí-, mientras el resto asiste con horror a sus desmanes. Y cuando alguien siembra tanto odio está condenado a cosechar sufrimiento. Es un axioma ante el que nada pueden hacer muros, cazas ni tanques, y que en la Knéset ya deberían conocer.

Buscar