Terrible combinación de violencia y cinismo

Nadie, opine lo que opine sobre este tema, puede dudar del pacifismo del independentismo catalán ni negar la violencia ejercida por el Estado español para reprimir ese proyecto político. Le puede parecer bien lo uno y mal lo otro, o viceversa, pero no lo puede negar, son hechos.
 
Toda la violencia que ha habido entre el 1 de octubre y el día de hoy –la policial salvaje, la fascista incontrolada y la institucionalmente legitimada– ha venido de la misma dirección. Todas las interpelaciones internacionales para el cese de esas agresiones han estado dirigidas al Gobierno de Mariano Rajoy. Todas las amenazas de mayor agresividad han venido de los poderes estatales, desde el rey hasta los policías desplazados en Catalunya –aún resuena el eco del «que nos dejen actuar» de las FSE o sus «cacerías» nocturnas–. El joven Roger Español ha perdido la visión de un ojo porque un policía le disparó con una pelota de goma. Los consellers están en prisión porque el Estado tienen el monopolio de la fuerza, aunque para ello hayan tenido que simular la más etérea de las violencias por parte de los catalanes.

La carga de la prueba sobre la voluntad de ejercer aún mayor violencia en Catalunya no recae por lo tanto sobre los independentistas, sino sobre el Estado español.

Guerras posmodernas e irresponsabilidad

La negación de la violencia por parte de quien la promueve es parte de una tendencia global. En general, la gente toma partido en conflictos ajenos pero no quiere cargar con la responsabilidad de lo que su bando elegido haga para ganarlos. Se acepta el marco bélico en clave geoestratégica, pero no se asume ninguna de las realidades, crudas por definición, que la guerra conlleva. Se quiere vencer, pero a la vez se reivindican más los caídos en la propia trinchera que las víctimas al otro lado de la misma. Paradójicamente, el victimismo se ha convertido en un arma más en las guerras contemporáneas y la irresponsabilidad es un valor bélico central.

Ese cinismo es letal para el debate público y si viene de la mano de responsables políticos resulta aún más lesivo. El victimismo del matón resulta insufrible por frívolo, por cobarde y por irresponsable.

Sea o no el Ejército, es violencia

La denuncia de Marta Rovira de que el Estado amenazó al Govern con una escalada en las calles y con muertos resulta veraz porque es coherente con lo ya sucedido y con las declaraciones de diferentes cargos del Estado. Responde además fielmente a la voluntad de humillar a los catalanes que les guía.

También explica la zozobra que en un momento afectó a Carles Puigdemont, dispuesto a pactar alternativas a la Declaración de Independencia para salvaguardar a su pueblo de ese trauma. No obtuvieron las más mínimas garantías y persistieron las amenazas.

El mismo Gobierno español que justifica el encarcelamiento de los líderes de la sociedad civil en base a una supuestas agresiones que nadie ha visto niega la represión que todo el mundo ha visto con sus ojos. En el discurso del rey no hubo nada metafórico. Los movimientos de destacamentos, la impunidad de los ataques, la implicación del CNI o la ocultación de los gastos derivados de la intervención en Catalunya evidencian un estado de excepción cada vez más similar al vasco.

Violentamente fuertes, políticamente débiles

Los independentistas menospreciaron esos escenarios porque, legalmente, en todos ellos se requería una violencia que no contemplan ni en hipótesis. Su relato, difuminado últimamente, se refuerza si a la voluntad democrática le suman el cuidado responsable de su gente. Por su parte, los no independentistas pero demócratas negaron que fuese a ocurrir nada de eso, tanto porque no lo deseaban como porque debilitaba sus posiciones. En gran medida siguen actuando como si no hubiese pasado, como si no hubiese intervención, 155, presos, exiliados o violencia. Los autoritarios, los reaccionarios y los partidarios del orden y el privilegio político, por último, apenas ponen límites a esa fuerza, ni siquiera los más tácticos y evidentes. Buscan el miedo.

¿Qué hará el Estado si pierde el 21D en las urnas? No hay duda; en principio, más violencia. ¿Y si gana? Que nadie espere magnanimidad. Por eso es vital vencerles. Que nieguen su violencia muestra que esta es su mayor debilidad política. Sacarla a la luz y denunciar su cinismo es parte, que no todo, de un relato ganador. se muestra claramente el alineamiento de Trump con las tesis de Israel.

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