Violencia machista, una lucha de largo, medio y corto plazo

El goteo insoportable de la violencia machista se hace más terriblemente evidente en semanas como esta. En apenas cinco días, en tres puntos de este país una mujer ha sido violada reiteradamente (Iruñea), otra acuchillada en el cuello por una expareja que luego se suicidó (Bilbo) y dos han muerto a manos del marido de una de ellas (Abadiño). La manifestación puntual y extrema de la lacra es también la confirmación de que las políticas imperantes y los discursos en boga no funcionan como deberían. La reacción concreta, los principios generales y un discurso políticamente correcto que en muchos casos tapa más que aclara se han convertido en los tres vértices de una dinámica que por necesaria no deja de ser incapaz de revertir esta tragedia. Desgraciadamente, esa dinámica no se traduce en una agenda eficaz con medidas mensurables y plazos. Hasta el punto de que resulta difícil sostener si en ámbitos concretos de esta lucha se avanza o se retrocede. Por ejemplo, un mayor número de denuncias de malos tratos puede querer decir tanto que ese fenómeno no se mitiga como que la concienciación social funciona y que no es que haya más casos, sino que se denuncian más. Sin embargo, la reproducción de estereotipos nefastos que propician esos hechos en nuevas generaciones y en otras relaciones muestra que esta lacra mantiene su capacidad para reproducirse.

La libertad marca el plazo más largo

Estos hechos demuestran que hay que seguir repensándolo todo, sin partir de cero pero también sin tópicos, apriorismos ni obviedades, con realismo, detalle y profundidad. En esa labor, este es momento para reivindicar el feminismo, tanto en su vertiente ideológica, plural pero enfocada inequívocamente a la lucha por la libertad, como en su vertiente más programática y práctica, defensora de la igualdad y enemiga de los privilegios.

Es innegable que la única medida preventiva definitiva, la única capaz de eliminar la violencia machista para siempre, es una estrategia a largo plazo, que se resume en lograr la igualdad, en toda su extensión. El movimiento feminista lo sabe mejor que nadie y su lucha ha logrado establecer ese horizonte, quizás especialmente en Euskal Herria, con iniciativas como las jornadas de ayer en Ondarroa. Sin su labor no se habría llegado a conceptos tan básicos como la necesidad de políticas oficiales integrales.

No obstante, es obligatorio señalar ciertas limitaciones. La hipocresía oficial está a la orden del día en casos como el Ayuntamiento de Iruñea, cuyo alcalde eleva ahora la voz para exigir el máximo castigo contra el autor de la violación reciente pero no hizo lo mismo cuando un vecino de la ciudad mató a Nagore Laffage (incluso obstaculizó una movilización artística en su recuerdo). Sin llegar tan lejos, la impotencia del resto de instituciones también resulta incontestable. Las movilizaciones promueven la concienciación social, expresan la indignación, pero generan cierta impotencia. La estrategia de respuesta no debe imponerse a la de prevención, cuando este drama exige anticiparse y no limitarse a reaccionar después.

El desencanto y el espanto por la reiteración de casos tan graves no puede llevar a la impotencia, ni tampoco a la repetición de esquemas poco eficaces. ¿Qué hacer? es una pregunta urgente y con varias respuestas, porque una violencia tan arraigada y extendida requiere un combate sostenido en el tiempo y mucho más amplio de lo que ocurre ahora. Un combate con iniciativas a largo, a medio y a corto plazo, pero todas a dar desde ya.

Seguridad como condición de libertad

Si el feminismo es, en sentido amplio, una lucha por la libertad, su condición es la seguridad. A corto plazo hacen falta medidas de seguridad reales, buceando más allá de cifras como la reciente ofrecida por Lakua de casi 5.000 mujeres protegidas, ¿a qué nivel? Hay que extender espacios de libertad que, obligatoriamente, deberán ser seguros. Aquí hay una serie de políticas que se pueden implementar en un tiempo razonable. Pero hay otro gran trabajo que hacer a medio plazo. Se debe identificar y auxiliar a los sectores más vulnerables (inmigrantes, mujeres desprotegidas económicamente...). También habría que intentar incidir en sectores, grupos, colectivos masculinos... que muestran tendencias peligrosas. Resulta terrible, por ejemplo, el retroceso que parece estar produciéndose entre los jóvenes respecto a este tema. Para todo esto lógicamente hay que profundizar en el estudio del fenómeno, al mayor detalle posible, y buscar un diagnóstico exacto. Ser efectivos en esta lucha requiere identificar con mucha más exactitud qué es lo que se combate.

Estos diferentes plazos dibujan un conjunto de acción que tendrá sus límites, pero en cualquier caso resulta más eficaz que el actual. Porque en las diferentes estrategias hay un doble error: la violencia machista ni se elimina solo con medidas a corto plazo (policiales) ni se ataja exclusivamente con medidas a largo plazo (educación). Probablemente hay que hacerse muchas más preguntas incómodas de las que nos estamos haciendo (qué es violencia machista y qué es otra cosa, qué explica el patriarcado y qué no, qué aporta la movilización y qué no, qué son políticas de igualdad, qué son campañas integrales...).

Compromisos claros, principios y plazos

Los medios de comunicación no estamos al margen de la sensación general de impotencia. Por principio se nos ha de exigir un compromiso claro por la igualdad, que en nuestro caso se enmarca en esa lucha por la emancipación. Hay que acordar guías y modos de actuación. Además de compromisos y debates, necesitamos información veraz, nuestra materia prima. Se nos debe criticar cuando no acertamos. Y, puestos a establecer plazos, la inmediatez no siempre es un valor, tampoco en periodismo.

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