Ruben Pascual
BILBO

Errekalde todavía late

Acaban de cumplirse nueve meses desde el violento desalojo y posterior derribo de Kukutza III. Nueve meses desde que trataran de arrancar a Errekalde su mismo corazón. Redujeron el edificio a escombros, pero el espíritu de Kukutza aún impregna el barrio.

Manifestación contra el desalojo de Kukutza III. (Luis JAUREGIALTZO/ARGAZKI PRESS)
Manifestación contra el desalojo de Kukutza III. (Luis JAUREGIALTZO/ARGAZKI PRESS)

En la vida de todo ser humano hay momentos que quedan el recuerdo, imágenes y sensaciones que periódicamente vuelven a la retina como una letanía, «yo estuve allí». Para muchos errekaldetarras esa fecha es el 21 de setiembre de 2011, cuando la razón de la fuerza pisoteó a la fuerza de la razón y arrancó al barrio bilbaino su tan preciada fábrica de sueños. Una fecha que ha marcado a todo un barrio a sangre y fuego.

Los errekaldetarras, bregados en mil batallas y que todo cuanto tienen es gracias a la lucha vecinal y al trabajo de auzolan, aún se conmueven al recordar los tres días, entre el desalojo y el derribo, en los que su barrio estuvo sometido a un auténtico estado de sitio y que se saldó con decenas de heridos y detenidos.

El miembro de Errekaldeberriz Auzo Elkartea y profesor de la UPV-EHU Igor Ahedo recuerda que aquellos fueron unos días muy duros para el conjunto de la población del barrio, y más aún si cabe para la multitud de niños y niñas que a pesar de su corta edad ya eran usuarios de Kukutza.

«A un niño no le puedes explicar la violencia que vivimos, la brutal forma en que fue derribado, pero son perfectamente conscientes de que este proyecto no encajaba en los planes de estos personajes tan malvados que les han arrancado un sitio en el que disfrutaban, soñaban y volaban en alfombras mágicas», explica.

La desbocada actuación policial durante aquellas tres jornadas ha sido constatada incluso por el Ararteko, Iñigo Lamarca, quien, en un reciente informe, estima «razonadas y justificadas» la quejas vecinales que le solicitaron amparo –también lo hicieron con Amnistía Internacional– y destaca que el operativo no se rigió «por los principios de necesidad, adecuación, racionalidad y proporcionalidad».

A la espera de que se hagan públicas las sentencias de los juicios recientemente celebrados contra dos ciudadanos alemanes, en su día encarcelados y acusados de quemar un contenedor, y contra un ertzaina acusado de herir a un detenido, Errekaldeberriz espera que los juzgados le den la razón en la denuncia interpuesta contra el Ayuntamiento de Bilbo por no respetar ni aquella normativa en la que tanto se escudaron representantes políticos e institucionales.

Ahedo detalla que el edificio que albergaba Kukutza III era una unidad de ejecución, sometida a unos requisitos urbanísticos muy específicos, por lo que el propietario, antes de que se le conceda la licencia de demolición, debe cumplir una serie de requisitos.

El representante de la asociación vecinal explica que han comprobado que «en todas las concesiones de licencia del Ayuntamiento de Bilbao esos requisitos se han cumplido de forma previa, excepto en un caso: el de Kukutza».

A juicio de Ahedo, el Consistorio consideró en su día que «no se podía permitir que se dilatase el proceso de consecución de la licencia de derribo, porque eso hubiera permitido que el proyecto de Kukutza gozase de mucho más tiempo para aumentar su legitimidad». En ese sentido, se muestran esperanzados de que los juzgados certifiquen el incumpliento de la normativa urbanística para «impedir una salida política, que era totalmente viable si hubiera habido voluntad».

Por todo ello, los vecinos de Errekalde tienen muy claro que lo que se perseguía era acabar con un modelo social que, aunque contaba con la adhesión de gran parte del barrio, «no encajaba en este Bilbao de diseño».

No obstante, la tozuda realidad ha vuelto a imponerse y, lejos de perderse entre los escombros, el espíritu de Kukutza continúa llenando de vida los barrios de Bilbo. Puede llamarse Kukutza en Errekalde, Patakon en Matiko o como se quiera, pero la ciudad sigue dando latidos que no puden controlarse desde planes urbanísticos o elegantes despachos.