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De Marcos a Galeano

El anuncio de la desaparición del personaje del subcomandante Marcos como voz del EZLN debe ser interpretado como un gesto de madurez del movimiento y como un éxito de los procesos de autonomía y de gobierno colectivo que este ha puesto en marcha durante las dos últimas décadas. Estos principios se antojan necesarios para afrontar esta nueva singladura, en la que se vislumbran difíciles retos.

El subcomandante Marcos, en La Readlidad. (Oskar HERNANDO)
El subcomandante Marcos, en La Readlidad. (Oskar HERNANDO)

En una jornada dominical en la que los europeos estábamos zambullidos de lleno en la vorágine electoral, pasó casi inadvertido el acto que llevó a cabo el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en el caracol de La Realidad, pero será, sin duda alguna, determinante en el devenir de la lucha zapatista. Y lo será por muchas razones.

Durante el acto, en el que se rendía homenaje a José Luis Solís López, Galeano, profesor zapatista recientemente muerto a manos de los paramilitares de la organización CIOAC-H, el subcomandante Marcos reapareció, tras una larga etapa retirado de la escena pública, para anunciar su despedida. Por su voz no hablará más el EZLN.

Con Marcos se va uno de los principales actores de la política mexicana en las dos últimas décadas. Se va el mestizo que se alzó como icono de la lucha indígena y se va el personaje encapuchado que era nadie y todos a la vez.

Criticado y admirado al mismo tiempo, a nadie se le escapa que su hábil lenguaje y sus dotes para la comunicación política y las nuevas tecnologías, unidas a su particular indumentaria, le hicieron conocido a lo largo y ancho del planeta, convirtiéndole en una suerte de icono de las luchas por un mundo mejor y más justo. Con él creció también la proyección de los zapatistas en los años posteriores al alzamiento armado de 1994.

«Un botarga»

En su último mensaje, titulado ‘Entre la luz y la sombra’, Marcos confiesa que su personaje no fue más que «una botarga», «un holograma» que el EZLN moldeó a su antojo y según sus conveniencias en cada momento. Por eso mismo, nos dice, se alentaron rumores sobre su enfermedad o su muerte «porque así convenía».

No fue, pues, sino una maniobra de distracción dirigida a todos aquellos que no supieron –supimos– mirar más allá del individuo y poner el foco en el colectivo. Mirar al dedo y no ver la luna. Mirar al árbol que impide contemplar el bosque.

«Su mirada se detuvo en el único mestizo que vieron con pasamontañas, es decir, que no miraron», señala.

«Para rebelarse y luchar no son necesarios ni líderes ni caudillos ni mesías ni salvadores. Para luchar solo se necesitan un poco de vergüenza, un tanto de dignidad y mucha organización», indica el Sup, como también se le conoce, para sentenciar que «lo demás, o sirve al colectivo o no sirve».

Por ello, cuando el personaje dejó de cumplir su función, quienes lo crearon, los propios zapatistas, deciden destruirlo.

Cambios internos

Esa muerte alegórica de Marcos no es ni purga ni depuración, sino que se da de acuerdo a cambios internos en la organización del EZLN.

El relevo es una muestra de madurez y una demostración de fuerza, que dan fe del éxito rotundo de los procesos de autonomía que se han fraguado en las comunidades zapatistas.

Marcos defendió en su despedida el derecho legítimo a la violencia, al señalar que «nada de lo que hemos hecho, para bien o para mal, hubiera sido posible sin un Ejército armado», pero los logros del movimiento van mucho más allá.

Tras el alzamiento de 1994, un grito contra la humillación a la que los indígenas han sido sometidos históricamente en México, el zapatismo hizo una apuesta estratégica cuyos frutos recoge hoy.

Emprendieron la ardua construcción, aun inacabada de su autonomía y fue esa la razón por la que en lugar de dedicarse a formar guerrilleros y escuadrones de la muerte, prefirieron médicos y educadores.

Fue esa la razón por la que se levantaron escuelas y centros de salud en lugar de cuarteles y trincheras.

Los cuatro aspectos que Marcos remarcó al explicar el porqué de su adiós dan buen testimonio del trabajo desarrollado durante los últimos veinte años, en los que se ha dado un relevo múltiple y complejo en el EZLN.

Algunos, destaca, solo han advertido el evidente: el generacional, ya que aquellos que no habían nacido o apenas eran niños al inicio del alzamiento se han incorporado a la lucha y han adoptado responsabilidades en el movimiento.

Otro de los aspectos que tal vez ha pasado más inadvertido es el relevo étnico, en el que una dirección mestiza ha dejado paso a otra netamente indígena. La figura del subcomandante Moisés –bajo estas líneas, en el centro–, un indígena tzeltal, al mando del EZLN es buena muestra de ello.


Se ha dado asimismo un relevo de clase, resultado del proceso de empoderamiento de los campesinos, de los pobres que se ponen al frente de la organización.

Por último, y tal vez este sea el aspecto más importante, se ha pasado del «vanguardismo revolucionario», del culto al individualismo, al poder ejercido de abajo hacia arriba. Al mandar obedeciendo.

Tampoco hay que pasar por alto cuál es el detonante que ha precipitado el anuncio del EZLN: la ejecución a manos de paramilitares de Galeano, que ha recordado a los zapatistas –si es que era necesario hacerlo– que los esquemas de lucha contrainsurgente que se aplican en otras zonas de México siguen vigentes también en Chiapas.

«Al asesinar a Galeano, o a cualquiera de los zapatistas, los de arriba querían asesinar al EZLN», destaca Marcos.

Al respecto, el periodista Luis Hernández Navarro, responsable de la sección de opinión del diario mexicano ‘La Jornada’, abunda en esta tesis con la siguiente reflexión: «El Gobierno dividió a las policías comunitarias de Guerrero, encarceló a varios de sus dirigentes y amaga con desarmarlas. En Michoacán, domesticó y fragmentó a las autodefensas y amenazó con encarcelar a sus líderes disidentes. ¿Por qué va el Estado a permitir al EZLN que mantenga su propio proyecto autónomo y siga armado?».

Pues bien. La organización insurgente entendió el mensaje a la perfección y respondió con maestría, valentía y dignidad revolucionaria.

Solo de esta manera puede entenderse que, en un contexto en que arrecian los ataques y las amenazas contra su movimiento, se responda profundizando en sus principios y en su proyecto de paz y autonomía.

Retos de cara al futuro

El futuro, no obstante, no se antoja nada fácil. Por un lado estará el reto, a nivel interno, de mantener la unidad para seguir dando pasos en la vía anteriormente comentada.

Pero las mayores dificultades son las exteriores. Y es que la muerte de Galeano no es sino una reafirmación del éxito del «divide y vencerás» del Gobierno Federal.

Para los mexicanos no es nueva la táctica de promover enfrentamientos de pobres contra pobres. Guerras asimétricas para que el Ejército «restaure la paz» a sangre y fuego.

No hay que olvidar que la Iniciativa Mérida sobre defensa y seguridad nacional es heredera del Plan Colombia, que desembocó en la aplicación de políticas encaminadas a la paramilitarización y mercenarización del Estado.

El sangriento combate emprendido por el panista Felipe Calderón para el control del negocio de lo ilícito, enmascarado en una guerra contra el narcotráfico, le dejó el camino sembrado al PRI cuando Enrique Peña Nieto (PRI) le sustituyó en la Presidencia: un territorio militarizado y paramilitarizado –con cifras de muertos equivalentes a las de un país en guerra–  cuyo fin, al menos el único, no es acabar con el negocio de las drogas, sino acabar con movimientos que puedan llevar al país un cambio político y social.

Este contexto supone una gran amenaza para los citados sectores y también específicamente para el Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

Suma de fuerzas

La metamorfosis de Marcos en el subcomandante Galeano –a modo de homenaje al profesor caído– es reflejo de una nueva etapa en la que se abre la oportunidad de tejer nuevas complicidades. Impulsar una suma de fuerzas progresistas sobre la base de los derechos de los pueblos indígenas.

Tal vez esa es una de las principales críticas que como líder puedan hacerse a Marcos: la falta de una mayor visión estratégica; la capacidad de alzar la vista más allá de los caracoles zapatistas para favorecer establecer causas comunes con otros agentes del país. Así lo entienden muchos analistas políticos y sectores populares de México.

Si algo impidió en su día el aplastamiento militar el EZLN, fue la ingente solidaridad y movilización que propició el movimiento a su alrededor. Partiendo de esta base, la articulación de una suerte de frente amplio progresista en el país se antoja como mejor fórmula para frenar eventuales agresiones.

Un viraje que, de darse a nivel global, ayudaría a acercar un poco más el cambio político y social tan ansiado en un México que lleva –ya demasiados– años contando muertos y sembrado de destrucción, pero que no ha perdido la esperanza de que florezca una nueva primavera más justa para todos sus habitantes.