Gotzon ARANBURU
DONOSTIA

Algaraklown

«Hala, goazen!» arenga Pantxineta a Xiri-Miri y las dos parten agarradas del brazo a través de un pasillo, desierto a estas horas de la tarde, del Hospital Materno Infantil de Donostia. Su objetivo, las habitaciones de la cuarta planta, en las que se recuperan varios niños a los que las clown van a hacer sonreir con sus juegos, sus muecas y su humor contagioso. A esto se dedican los miembros de Algaraklown, un colectivo artístico que trabaja en centros sanitarios y al que NAIZ ha seguido de cerca.

Pantxineta y Xiri-Miri, con una niña en el Hospital Donostia. (Gotzon ARANBURU)
Pantxineta y Xiri-Miri, con una niña en el Hospital Donostia. (Gotzon ARANBURU)

Pantxineta (Saioa Aizpurua antes de maquillarse y encasquetarse su gorro negro) y Xiri-Miri (Zaira García cuando no lleva nariz roja) son las dos componentes de Algaraklown que se encargan hoy de la actuación en el Materno Infantil, pero igualmente podrían haber sido Pistatxo, Bambalina, Gominola… Todos ellos conocen bien estos enrevesados pasillos y saben qué resortes hay que tocar para que los niños olviden durante un buen rato que se encuentran ingresados en un hospital. Hoy la cosa no ha empezado muy bien, pues la llave del vestuario no aparece, pero estas payasas son mujeres de recursos, como todo farandulero que se precie, y se arreglan con cualquier espejo; en un plis plas se han cambiado de ropa, calzado sus vistosos zapatos, dado colorete en las mejillas y colocado las imprescindibles narizotas rojas.

Ha bastado vestirse de payasas y hacer unos peculiares ejercicios de calentamiento para que Saioa y Zaira entren en el papel y partan hacia las habitaciones –hoy son solo dos, pues no pueden acceder a los niños en aislamiento– en medio de bromas y sorpresas a las enfermeras y celadores que cruzan en los pasillos: por ejemplo, el dedo que aprieta el botón del ascensor se ha iluminado en rojo, como una bombilla. Y el prodigio se repite cuando Pantxineta toca al aita de Diego –uno de los niños visitados– a la altura del corazón y lleva el dedo hasta el pecho del chaval, que en realidad parece más confuso que divertido por este «trasplante». La pequeña maleta que portan las payasas se abre en la habitación y deja al descubierto sus tesoros, una variedad de artilugios que en manos de las dos clown se convierten en animales, instrumentos musicales o herramientas mágicas, con las que logran finalmente la atención de Diego y su complicidad.

Su pequeña compañera de habitación resulta ser una artista, pues ha convertido las paredes en una exposición pictórica. Pantxineta y Xiri-Miri se ponen rápidamente en situación y se transforman en guías de museo, no sin intentar repetidamente apoderarse del bocadillo de la niña, que se presta al juego y les amenaza a su vez con arrebatarles las gafas. Su madre y la enfermera participan de la comedia, e incluso su padre, que llega tras su jornada de trabajo y se encuentra con la habitación transformada en un circo. Tras las reverencias de rigor, las dos payasas abandonan la habitación y entran en la contigua; aquí la cosa se complica, pues el chaval recostado en la cama les caza todos los trucos y adivina sus números apenas iniciados. Solo gracias a su gran profesionalidad, Pantxineta y Xiri-Miri consiguen salvar con nota alta la actuación ante este exigente público unipersonal.

Ya fuera de la habitación, entre risas y comentarios de «¡qué elemento el chaval este, es que nos veía venir!, Pantxineta y Xiri-Miri se despiden de familiares y enfermeras y dan por finalizada la jornada de hoy, no sin prometer a Diego –que ya es fan suyo y las busca en el pasillo– que volverán a actuar para él. Ya está oscuro fuera y el hospital va entrando en ese periodo de calma que precede al descanso nocturno.

Tras recorrer de nuevo y en sentido contrario los pasillos –adornados con fotos de jugadores de la Real Socidad en la visita navideña del año pasado–, diez minutos de desmaquillaje ante el espejo y las payasas vuelven a ser Saioa y Zaira. Saioa estudió para auxiliar de clínica. Tras haberse formado como clown entró a formar parte del grupo Pailaztana, y trabaja de cuentacuentos, impartiendo cursos de teatro y expresión y también como terapeuta de juego. Zaira es diplomada en Trabajo Social y dedica su tiempo de ocio al teatro y al baile, a lo que ahora suma sus actuaciones de payaso. Los demás componentes de Algaraklown son artistas plásticos, monitores de tiempo libre, informáticos… e incluso hay un licenciado en matemáticas.

Efectos beneficiosos

Saioa, una de las dos directoras artísticas del grupo, nos cuenta que el grupo surgió en 2011 en un curso de formación de clowns, cuando varios participantes coincidieron en la necesidad y la posibilidad de trabajar en hospitales infantiles, convencidos de los efectos beneficiosos que sobre el ánimo de los niños ingresados, e incluso para su recuperación, tiene la actuación de los payasos. Ahora mismo Algaraklown cuenta con media docena de miembros puramente «artistas», a los que hay que sumar otra persona que se ocupa de mantener la web y una más encargada de la gestión del grupo. Sin ánimo de lucro, el colectivo necesita sin embargo apoyo económico para poder mantener su actividad, y esta es precisamente una de sus labores más urgentes, por lo que ha lanzado una campaña de captación de socios a través de su web. «Somos payasos profesionales, pero no remunerados» resume con resignación Saioa.

No vale con tener cierta gracia y desparpajo para convertirse en clown. Hay un proceso de formación detrás, «en nuestro caso de varios años de duración», señala Zaira. A ello hay que añadir, en el caso de los payasos de hospital, la adquisición de ciertos conocimiento sanitarios. Las fundadoras del grupo imparten cursos de formación, tanto de clown básico como de clown de hospital, que precisamente comienzan dentro de pocas semanas, el próximo enero.

Residencias de ancianos

Poco a poco, a pesar de las dificultades económicas citadas, el grupo va abriendo su ámbito de actuación. Aunque el campo prioritario es sin duda el sanitario infantil, empiezan a visitar también residencias de ancianos, caso de Txara o Zorroaga, y asimismo realizan actuaciones esporádicas en el colegio de Morlans, que les presta sus instalaciones para ensayos y actividades del grupo. Las visitas a la sección Materno Infantil del Hospital Universitario de Donostia se realizan semanalmente –quincenalmente el curso pasado– y aunque todavía el proyecto es demasiado reciente para ser valorado en sus resultados tangibles, médicos, no cabe duda de que la risa que asoma a los labios de los niños hospitalizados es un síntoma claro de que Algaraklown les ayuda, por lo menos, a desconectar y a retomar las ganas de jugar y reir. Que no es poco en su situación.