@albertopradilla
Madrid

«El Gobierno español nos puso un salvoconducto pero luego nos detiene»

Los ocho jóvenes voluntarios en Donbass que fueron detenidos por la Policía española en febrero aseguran haber tenido un salvoconducto del Ejecutivo de Mariano Rajoy para salir a través de Rusia. Pese a ello, Interior ordenó su arresto. Los madrileños Sergio Becerra y Héctor Arroyo relatan su experiencia y rechazan las imputaciones.

Sergio Becerra y Héctor Arroyo, dos de los jóvenes detenidos. (A.P.)
Sergio Becerra y Héctor Arroyo, dos de los jóvenes detenidos. (A.P.)

«El Gobierno español nos puso un salvoconducto pero luego nos detiene». Sergio Becerra, madrileño de 27 años, es uno de los ocho jóvenes arrestados por la Policía española el pasado 27 de febrero acusado de luchar junto a las filas de las milicias en Novorossia. Según relata, fue el propio Ejecutivo de Mariano Rajoy, a través del consulado en Moscú, el que le facilitó la documentación necesaria para abandonar Rusia y aterrizar en Barcelona en las Navidades de 2014. Él y sus compañeros fueron interrogados en la legación rusa, donde los policías les reconocieron que no tenían causas en su contra.

Dos meses después, los uniformados irrumpían en su domicilio y se los llevaban arrestados. La nota enviada por el ministerio del Interior les responsabilizaba de «homicidio», «tenencia de armas» y un delito de «vulneración de la neutralidad del Estado». Fuegos artificiales. Al final, fueron liberados el mismo día, sin siquiera pasar por el juez. A finales de marzo, tres de ellos testificaron ante el magistrado Santiago Pedraz, que los dejó libres, sin medidas cautelares, aunque con cargos. Hoy declaran otros dos, mientras que los tres últimos lo harán a través de exhorto. Erlantz Ibarrondo, abogado de uno de ellos, no ve razón jurídica para mantener la imputación y aboga por el sobreseimiento de la causa.

«Lo llevaba pensando desde que empezó la guerra. Vi que había gente internacionalista, que se trataba de un golpe fascista y que el escenario era parecido a la guerra civil española», afirma Becerra cuando explica por qué un chaval con un trabajo en un taller de chapa y pintura decide dejar su empleo, hacerse un petate con lo justo («cosas útiles, como si te fueras a un camping») y plantarse en un país sin siquiera concer el idioma. Eso es lo que él hizo en setiembre, cuando recaló en la brigada Vostok, una de las más conocidas. Allí, gracias a otro recluta que había residido en el Estado y que hablaba castellano, pudo comunicarse.

Las primeras jornadas, según relata, las dedicó a la formación. «Entrenamiento para la evacuación de civiles en casos de emergencia», tal y como aseguraría posteriormente ante el juez. Unas prácticas que, por obligación, se completaban con los rigores de la guerra. Mientras él se desplegaba por el norte de Donbass hablaba con su amigo Héctor Arroyo, también de 27 años y que trabajaba como jardinero en Madrid. En un mes ya había imitado a su colega, tomando un avión hasta Moscú y adentrándose, a través de Rusia, en el territorio rebelde a Kiev. El primero optó por esconder su decisión a su familia, asegurando que se marchaba a trabajar a otro lugar hasta que decidió contarles la verdad. El segundo nunca mintió. «Mi madre tenía miedo, claro, pero está orgullosa», indica.

foto

Los dos amigos se reencontraron, junto a otros voluntarios internacionales, en el batallón Prizrak («Invisible»), en el que están destinados muchos de los extranjeros desplazados a Donbass. Allí el idioma dejó de ser un hándicap, ya que al encontrarse brasileños, franceses o serbios, el inglés era la lengua neutra con la que comunicarse.

Mucho se ha hablado sobre las contradicciones que podían surgir en un frente en el que trabajaban codo con codo personas con ideologías diversas. Ellos no niegan las diferencias, pero rechazan que se generase conflicto y, sobre todo, descartan ese titular que apareció al día siguiente de su detención y en el que afirmaba que habrían declarado que «comunistas y fascistas» luchaban codo con codo. Para evitar disputas, en el batallón había un lema: «No me importa lo que piensas ni lo saques de tu cabeza». «Aunque todo el mundo sabía que éramos comunistas», detalla Becerra.

Sobre la presencia de nazis entre los uniformados de Novorrosia, el joven aclara: «Realmente apenas los hay. A lo mejor, 20 ó 30 en toda Novorrosia. Creo que se les da demasiado bombo mediático, cuando hay miles de comunistas». Su compañero añade: «¿Que hay nazis? Sí, pero a lo mejor ese nazi es de Donbass y está defendiendo su casa. Es una cuestión difícil, no es tan sencillo como nazis contra antifas». La brocha gorda suele ser un mal aliado a la hora de explicar cualquier conflicto, tal y como estos dos voluntarios constatan. «Es un pueblo que se ha levantado y ahí hay de todo. El pueblo se ha levantado ante una agresión. Y dejan de lado eso de que su vecino es comunista», afirma.

Esto no implica que no se generen estrategias contrapuestas. En toda la zona el papel de los oligarcas es clave, operan con su propia lógica y tienen sus intereses. Encuentran oposición en las propias filas. «Hay gente, sobre todo mineros, que son un grupo muy importante, que no quieren luchar una guerra para seguir igual. Esto genera tensiones», explica Arroyo. Es en este sector, el de la extracción, clave para el Donbass, donde se han registrado experiencias de colectivización de la industria, según constataron los voluntarios ahora retornados.

El papel de Rusia

Otro de los puntos que los medios internacionales han puesto de relieve es el papel de Rusia en el conflicto. Hay que tener en cuenta que en esta zona los habitantes son mayoritariamente rusófonos y mantienen fuertes lazos con Moscú. «Quieren seguir teniendo su cultura, su idioma... si Ucrania formaba parte de Europa venían ver el fin de su cultura», remarca. Según defiende Becerra, «el papel es de apoyo». «Es un pueblo hermano, la gente de allí se autodenomina rusa». No obstante, matiza: «Apoyo oficial creo que no tienen, básicamente por las tensiones que podrían generarse con Europa y EEUU». Además, llama la atención sobre la doble vara de medir a la hora de analizar la intervención de Moscú y de otros países del entorno, especialmente de la Unión Europea. «No entiendo por qué se demoniza a Rusia por dar ayudas cuando el resto ofrece dinero, tanques y demás», sentencia. Y recuerda la grave situación que han padecido los civiles de la zona, sometidos a duros bombardeos por parte del Ejército ucraniano. Una de sus tareas, según relata, era evacuar a la población de las zonas de riesgo. «Había gente mayor que no quería irse», indica Arroyo.

Tras regresar las pasadas Navidades al Estado, con pleno conocimiento del Gobierno español, los dos jóvenes, junto a otros seis voluntarios (entre los que se encontraban tres exmilitares) fueron arrestados por la Policía. En ese momento el juez Santiago Pedraz ni siquiera les tomó declaración. Pasado un mes, el 24 de marzo, tanto Arroyo como Becerra fueron interrogardos por el magistrado de la Audiencia Nacional española. Les preguntó si participaron en acciones de combate y si recibieron entrenamiento. «El único entrenamiento fue para la evacuación de heridos y para situaciones en las que la población hubiese sufrido algún daño», especifica Erlantz Ibarrondo, abogado de Arroyo y presente en la declaración.

Ante la acusación de violentar la «neutralidad» (si es que eso existe teniendo en cuenta el papel de Europa en el conflicto), respondieron no sentirse representados por la bandera monárquica y sí por la republicana. A falta de que los otros cinco arrestados testifiquen (dos en el propio tribunal excepcional, que lo harán hoy mismo, y otros tres a través de exhorto), la redada propagandística ordenada por Jorge Fernández Díaz se viene abajo. El conflicto en Donbass, sin embargo, sigue sin resolverse.