Karlos ZURUTUZA

Cuestión de tiempo

Newroz de 2013. Tras la lectura del mensaje de Oçalan en Qandil, el bastión del maquis kurdo, tocaba calibrar las expectativas de los asistentes: ni combatientes ni sus familiares, ni lugareños, ni tampoco los excursionistas llegados desde Erbil o Suleimania mostraban euforia de ningún tipo respecto al proceso de paz que, en teoría, comenzaba a andar. Los más optimistas resumían su postura en un «veremos» mientras el resto hablaba de déjà vu. Era el noveno alto el fuego unilateral que declaraba el PKK en 20 años.

De vuelta en Qandil en julio de ese mismo año, Sabri Ok, miembro ejecutivo del KCK (Consejo de Comunidades de KCK) trasladaba a GARA que el proceso caminaba «con una sola pierna», y no era la turca. En la primavera de 2014 volvíamos a Qandil para constatar que el proceso se encontraba «en una vía muerta». La pregunta seguía siendo obligada en futuros encuentros con representantes kurdos. Todos coincidían: «Erdogan sólo busca ganar tiempo para debilitar al movimiento kurdo». Además, Ankara también aprovechaba la coyuntura para levantar nuevas presas y puestos militares en Kurdistán.

Nunca hubo un proceso. Erdogan escenificó ayer el fin de una cortina de humo, y en el marco de una ofensiva que va desde Qandil hasta las calles de Kurdistán Norte, pasando por Rojava. Si pisara a fondo volveríamos a los 80 y los 90, cuando se quemaron miles de aldeas y murieron decenas de miles. Puede ser más moderado y quedarse en la primera década el siglo XXI, esgrimiendo su fórmula para solucionar el conflicto: «Todo para los kurdos, pero sin los kurdos».

En cualquier caso, viajar en el tiempo no es una opción. En las tres décadas anteriores a esta, los kurdos nunca sacaron el músculo político de las elecciones del pasado junio en Turquía. Tampoco contaban con una entidad autónoma en el norte de Siria, ni con la creciente cohesión nacional que supera las fronteras trazadas hace 100 años, ni el reconocimiento de la comunidad internacional como única fuerza que apuesta por la democracia y los derechos humanos en Siria.

Dando marcha atrás por novena vez, Erdogan no sólo rechaza poner fin a un conflicto que se alarga ad eternam sino que pierde a 40 millones de aliados en un momento crítico en el que los cimientos de Oriente Medio se tambalean. Recordemos, entre otros factores, que Iraq y Siria ya sólo existen en los mapas y que entidades que no aparecen en estos, como el ISIS, recaudan impuestos y exportan petróleo (a Turquía, por cierto).

Volviendo a aquel Newroz de 2013, el momento más revelador de aquella cobertura fue escuchar a un combatiente del PKK articular el ideario de Oçalan para añadir que «quizás nosotros no veremos el cambio en Oriente Medio, pero sí nuestros hijos, o los hijos de estos». Recordaba a las palabras presuntamente atribuidas a un comandante talibán tras ser capturado por tropas estadounidenses: «Ustedes tienen relojes, pero nosotros tenemos el tiempo».

Utilizando estrategias de siempre contra un enemigo en constante proceso de evolución, Ankara se apuntará pequeñas batallas, pero perderá, día a día, sus opciones de hacerse hueco en la Mesopotamia del siglo XXI. Y pretender ganar tiempo es un error porque este, simplemente, pasa.