Ruben Pascual
Ruben Pascual

¿Podemos?

Fui de los que acogió de buen grado el nacimiento de Podemos, principalmente porque suponía un notable soplo de aire fresco del Ebro hacia abajo. No dejaba de ser interesante la forma y, sobre todo, el tiempo en que el fenómeno había tomado cuerpo. Una irrupción, al puro estilo tsunami, digna de estudio en las facultades.

No cabía duda de que el surgimiento de una fuerza política de esas características fue visto por muchos ojos en Euskal Herria como un atisbo de esperanza que parecía, cuando menos, abrir una brecha en el muro que desde el 78 habían levantado PP y PSOE.

Sin embargo, a medida que fue recorriendo el camino que les llevaría de ser un movimiento cuasi de masas a un partido estructurado, fueron llegando los matices. Los peros. En este contexto, la formación liderada por Pablo Iglesias se ha movido en una ambigüedad calculada al milímetro.

Los intereses electorales, principalmente centrados en el horizonte de los comicios generales de otoño, han traído consigo un proceso de descafeinización de propuestas, de vaguedad en los planteamientos, de aspiraciones guardadas en cajones y de campañas de muy bajo perfil en lugares tales como Gipuzkoa, en los que las decisiones poselectorales pueden ser una piedra en el zapato para un Iglesias con la mirada puesta en su camino a La Moncloa.

Tengo la sensación de que esa propia indefinición ha podido atraer a gentes con puntos de vista y formas de entender la política de lo más diversas. Incluso diametralmente opuestas entre sí. Que van más allá de esa pluralidad que es síntoma de salud en cualquier organización que se precie.

Acojo con cierta decepción las palabras que, una y otra vez, leo de Roberto Uriarte durante esta campaña, pero siempre en la misma dirección. Siempre con un mismo sector como objetivo. Sé que las campañas son épocas para elevar el tono, que todas las formaciones buscan diferenciarse del resto y animar a sus parroquianos a acudir a las urnas. Pero también se corre el riesgo de cebarse en demasía con partidos cercanos en ciertos planteamientos y objetivos en común –al menos en teoría–, lo que sin duda favorece a los que defienden un modelo de hacer las cosas y entender la política de sobra conocido. Tanto como sus consecuencias.

Tal vez forme parte de la estrategia que una decena de dirigentes de Podemos de aquí y de allá tengan que enmendar cada uno de los exabruptos de Uriarte, como sucedió tras los acontecimientos de Gasteiz.

Cada cual desde su planteamiento, pero es necesario que todos los partidos clarifiquen un mínimo las cuestiones esenciales, al menos por respeto a sus potenciales votantes. No puede ser que en los temas más relevantes un partido pueda gustar a los del sí, a los del no y a los de todo lo contrario.

En tiempos de suma y de confluencia, al menos si se quiere construir una alternativa, ¿pueden personas como Roberto Uriarte representar a Podemos en ese proceso? ¿Son sus ideas las que representan el ideario del partido?

Con ese Podemos, ¿podemos?

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