Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

¿Negociación o campaña del referéndum?

Las noticias sobre la crisis griega comienzan por la mañana con muchos mensajes vertiginosos y contradictorios y terminan por la tarde con el mismo resultado: sin acuerdo. Con el referéndum convocado por el Gobierno griego y las instituciones (antigua Troika) inflexibles, da la sensación de que cada movimiento busca más una escenificación que realmente un compromiso. Desde que el Fondo Monetario Internacional (FMI) rechazó la propuesta de Alexis Tsipras quedó claro que el problema de fondo no es económico sino de soberanía. No bastaba con reducir los 8.000 millones de déficit sino que tenía hacerse del modo en el que el establishment lo había decidido, sin margen para maniobras que mitigasen su impacto sobre la población griega. Las presiones del «o lo tomas o lo dejas» son brutales, según cuentan desde el Gobierno. El objetivo no era llegar a un pacto sino someter a Atenas. Es decir, seguir el guión de los últimos años aunque sustituyendo a Nueva Democracia y Pasok por Syriza, aprovechando que en seis meses es imposible recomponer el desastre financiero que ahoga a Grecia.

El referéndum, sin embargo, ha cambiado el tablero. Consultar a los afectados era algo que las instituciones no contemplaban, acostumbradas a gobiernos dóciles que aprobaban medidas contrarias a los intereses de sus ciudadanos entre disturbios en Syntagma. Ahora, sin embargo, las urnas son una realidad que no parece que vaya a echarse atrás a no ser que los acreedores acepten condiciones por debajo de lo que Tsipras llegó a ofrecer la semana pasada. Dicho de otro modo: o se habla sobre la deuda o el Gobierno heleno no tiene razón para recular en una iniciativa que, si bien ha generado el control de capitales, parece tener un sólido apoyo entre sus ciudadanos. Sé que varias personas entrevistadas en dos días no sirven para medir la temperatura en un país pero hoy, buscando partidarios del «sí» en el referéndum, me he encontrado con abrumadores y hastiados «noes». Gente consciente de las dificultades que pueden venir pero más que harta de lo que ha padecido hasta el momento. Estas jornadas no son producto de unas semanas de tensión, sino de años de asfixia. 

Volviendo a la escenificación, parece que cada gesto busca demostrar que es «el otro» el que se levanta de la mesa y, por lo tanto, debe ser penalizado en el referéndum. No pretendo poner al Gobierno griego y a la Troika al mismo nivel, pero las maniobras son más estéticas que verdaderamente de calado. Es difícil creer que la oferta de Jean Claude Juncker, basada en lo que Grecia ya rechazó el viernes, podía ser aceptada. Del mismo modo, no es factible que el Eurogrupo acoja el plan de Tsipras cuando Angela Merkel, que es la que manda, ya ha asegurado que no se habla de rescates hasta no conocer el resultado de las urnas. 

Esto no es negociación sino campaña para el referéndum. El voto del miedo tiene mucho peso y es la baza que juegan tanto los partidos que han sostenido el sistema griego como sus aliados en el exterior. Como me decía la dependienta de una tienda de informática: «Quiero votar sí, pero el terror es lo único que me haría cambiar de opinión». Con la facilidad con la que cambia la situación tampoco descartaría desdecirme mañana mismo. 

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