Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

Todo lo tolerante que sabe ser un Borbón

«No quiero que le llaméis mariquita, es gay tan solo. ¡No! Afeminado. ¿Es así como te gusta que te llamen?» En el capítulo «La fobia de Homer» esta es la reacción, que intenta ser respetuosa, de un homófobo Homer después de que John, un amigo homosexual de Marge, le salve la vida cuando pretendía, cual Richard Cohen, sanar a Bart de las tentaciones sodomitas. Abochornada ante la torpeza de su padre, Lisa resume la situación: «Mi padre no sabe ser más tolerante así que debes de sentirte halagado». La primera parte de esta frase representa a la perfección la cara que se me quedó cuando escuché cómo, en un alarde de regia generosidad, Felipe de Borbón  aseguró que en el régimen que pretende remozar «caben todas las formas de sentirse español». La frase completa no tiene desperdicio y dan ganas de responderle: «oiga ¿y a usted quién le ha dicho que queremos ser españoles?» Siendo el representante de la institución que debe garantizar la «unidad de España», presentar la imposición como si nos hiciese un favor suena a chiste, a ceguera pueril o a ambas. Además, por si no fuera poco con los independentistas, que no queremos formar parte de su tinglado, los policías se encargaron de mostrar a porrazos que tampoco hay hueco para los españoles que creen en otro modelo de Estado. Un gesto muy gráfico, teniendo en cuenta que lo hicieron en el mismo momento en el que el monarca soltaba su perorata.

Y, pese a todo, el Borbón seguía poniéndose digno. Como decía Lisa, «no sabe ser más tolerante». 

La soberbia nacionalista que niega derechos a otras naciones mientras se disfraza de «ciudadano-del-mundo» no es exclusiva del nuevo jefe del Estado español. De hecho, la comparte esa mayoría cortesana que todavía domina el Congreso. En el consenso del régimen  solo queda fuera a quien, de puro ultra, le pareció poquita cosa el discurso, ya que hubiese preferido un testosterónico rey que dejase las cosas claras a los molestos periféricos. Al resto, creo, el discurso le pareció la mezcla perfecta del «papel de cohesión», que pone barreras y barrotes pero que tiende la mano al que se somete como buen súbdito. Como concesión, las citas a cuatro escritores republicanos (como dirían mis colegas «¡qué huevos tienes, compañero!») y un recurso folklórico a las lenguas que sonó a José María Aznar hablando en catalán en la intimidad. Repito: no se han enterado de nada ni tienen interés por hacerlo, porque no saben ser más tolerantes.

Con estos mimbres, no es extraño que el sarao relegitimador no cubriese sus expectativas. De hecho, escuchando los «vivas» al rey, a España y al régimen en la simbólica plaza de Oriente, no podía evitar pensar que la decadente imagen del otro día será observada en el Youtube del futuro de la misma manera que ahora vemos a la «señora franquista» de 1979. Es cierto que el régimen no se desmorona solo. Que toca currárselo y pelear. Pero ellos siguen sin enterarse de nada y eso abre más grietas. Lo demostró Felipe de Borbón en su discurso, los dos grandes partidos con su «sucesión exprés» y los analistas que repetían brillantes ocurrencias como la de que el nuevo rey tiene un «gran sentido de la responsabilidad». ¡Nos ha jodido! Con 46 años y dos hijas pequeñas a su cargo, más le vale cubrir unos estándares mínimos. Entre las ideas que más se han repetido estos días los monárquicos ha sido la frase de Santiago Carillo que, en el momento en el que el PCE acataba la corona, argumentó que «la cuestión no es monarquía o república, sino democracia o dictadura». Para su desgracia, el paradigma actual ubica la confrontación, a ambos lados del Ebro, entre los demócratas y el bloque del «no». Ellos, sin embargo, están demasiado encerrados en el búnker como para comprenderlo. Toca ser audaces y jugar, como siempre, a ganar.

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