Ainhoa Güemes eta Zaloa Basabe Blog
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(Re)creación del Estado Vasco: diferencia y singularidad (III)


I parte aquí

 

II parte aquí

 

   En esta última y tercera parte de mi reflexión, me voy a centrar en la fuerza del discurso (trans)feminista, por un lado, y en la relevancia política del plano de composición estética, por otro; vectores de acción y pensamiento que consideramos claves para la (re)producción de los valores comunes de la sociedad vasca. Quiero hablar de la función (re)creadora que han llevado a cabo las feministas abertzales en el proceso de democratización y emancipación de Euskal Herria, y en el cual, hemos volcado nuestro deseo sin perder de vista las necesidades materiales que lo hacen posible y real, para las que hace falta, como hemos apuntado en otro lugar, mucho tacto y generosidad.

Tal y como venía diciendo en la parte I de este artículo, nos situamos al otro lado de la acera que normalmente es transitada por una mayoría de gente cuando producimos discurso, cuando narramos nuestras historias, cuando las difundimos y pretendemos comunicarnos. ¿Qué supone situarse al otro lado, hablar y construir desde ese otro lugar que es políticamente central y periférico a la vez? ¿Qué queremos decir cuando hablamos de hacer política de otro modo? Es en este punto donde hay que empezar a ser más claras, hay que precisar.

Muchas personas y grupos organizados se sitúan en este otro lugar, terreno bien abonado, donde se producen muchos de los alimentos que van a fortalecer nuestra manera propia de ser y estar en el mundo; es un lugar más ligado a la cultura, al arte, y también más cercano al activismo de los movimientos sociales. El campo de la macropolítica (partidos políticos al uso) no es el único terreno desde donde incidir en la vida pública.

Sabemos que la estética, como la política, nunca dejará de ser un sistema de vida y de comportamiento, también un sistema de valores. Se trata de un instrumento que es útil para modelar la ideología y reconstruir el sentido o sentir común (como lo ha sido el mito durante siglos); y, por supuesto, desde el plano de composición estética se delinean posibles vías para la acción socio-cultural.

Necesitamos desarrollar libremente nuevos modos de vida experimental, como decía nuestro querido Oteiza, queremos laboratorios políticos para operaciones estéticas. Para ello, no nos cansamos de decirlo, hay que transgredir las formas narrativas oficiales, e inventar nuevos lenguajes. No he dejado de preguntarme en todo este proceso de resistencia, construcción, liberación y emancipación cuál es la razón por la que produce tanta extrañeza la utilización de un lenguaje literario, poético y filosófico en el desarrollo del quehacer político. Quizá para hacer política de otra manera, para pensar críticamente hay que poner patas arriba la estructura gramatical que se presenta como un puro y simple metalenguaje. ¿Acaso no están incidiendo políticamente, no son las y los bertsolaris agentes activos de nuestra comunidad? ¿No es la poesía un arma cargada de futuro? ¿Qué significa echar mano de un metalenguaje puro y simple, descartando otros juegos narrativos?

La creación, todas las formas de sensibilidad y de acceso al conocimiento: el arte, la ciencia, la filosofía,… pertenecen de pleno derecho al conjunto de los componentes sociales. Pero, ¿cómo producir nuevos agenciamientos de singularización que trabajen por una sensibilidad ético-estética, por la transformación de la vida en un plano más cotidiano y, al mismo tiempo, por las transformaciones sociales a nivel de los grandes conjuntos económicos? Las dimensiones micropolíticas y macropolíticas no están separadas. Las estructuras son más esponjosas de lo que a simple vista parece. Es una evidencia que la producción de la subjetividad (y el control sobre la misma), se encuentra con un peso cada vez mayor en el seno de aquello que Marx llama infraestructura productiva.

El estilo discursivo que solemos manejar para incidir en las cuestiones de carácter político que condicionan el día a día de la gente, no tiene porqué ser siempre un estilo discursivo normalizado ni mayormente aceptado. Desde el momento en que decidimos dar visibilidad a sujetos minorizados, infravalorados y sometidos, en concreto, al sujeto político feminista y abertzale, es inevitable inventar y trazar las coordenadas de un nuevo lenguaje. Generamos discurso con este nuevo lenguaje, materia de expresión que se arraiga al deseo que emana de fuentes comunes. Esta escritura rizomática y molecular es en sí misma un acto político subversivo, porque las leyes de la sintaxis y de la gramática mayormente aceptada son las leyes del Estado opresor. Si no queremos reproducir la narrativa de un Estado colonizador e imperialista, tendremos que hablar y escribir desde otro lugar.

Por todo ello, nos preocupa sobremanera que el lenguaje de la macropolítica, el lenguaje normalizado en las instituciones vascas, sea ya, aceptémoslo de una vez por todas, un lenguaje estéril, a través del cual se reproducen los valores ético-estéticos que niegan la capacidad de agencia de los sujetos políticos diferentes, abyectos, anormales, minorizados, abertzales.

Apelamos aquí a un tiempo futuro, y lo hacemos en modo retroactivo, volvemos a una situación previa al ascenso del capitalismo, en que, como observa Terry Eagleton, todavía la sensibilidad no se había disociado de las tres grandes cuestiones de la filosofía: “¿Qué podemos saber?, ¿qué debemos hacer?, ¿qué es lo que consideramos bello? (…) Una sociedad en la que las tres grandes regiones de lo cognitivo, lo ético-político y la estética libidinal todavía se encontraban en gran medida entremezcladas”.

El plano estético que estamos trazando atraviesa el campo de la política y se conecta con la praxis social. La cultura, el arte, el mito son instancias que superan la altura de miras de cualquier burocracia estatal. La vida, nuestras vidas, son experimentadas en estados puros de consciencia e inconsciencia; la vida es naturalmente (re)creadora. Un Estado, cualquier Estado diseñado por seres humanos es un débil apéndice de la inmensa fuerza creadora y (re)productora de vida. Debiéramos dilucidar la función de una estructura estatal relacionándola con su constitución político-discursiva; entender el Estado y su carta magna como un constructo funcional y temporal, revisable, reemplazable, como un ente dinámico y útil para nuestra vida en común, en una época determinada.

Toda nuestra fuerza de voluntad creadora está dirigida a provocar un cambio político por medio de una particular estética cuyo alcance ético es imprescindible. Nos gustaría que la constitución de Estado Vasco que estamos proyectando colectivamente, además de apoyarse en valores, tanto libertario-anarquistas como socialistas y comunistas, no perdiera de vista la importancia del arte y su rico lenguaje. ¿Vana utopía? Lo sabemos: “¡Cuánto idealismo existe en el hecho de imaginar que el arte, por sí mismo, puede resistirse a toda asimilación (Eagleton)”. Pero, también sabemos que “la verdad, la moralidad y la belleza son demasiado importantes para entregárselas con desdén al enemigo político (Ibid.)”.

Si lo hiciéramos, si acatáramos la supuesta verdad de un discurso normativizado por la fuerza, previamene mañado, fuertemente maniatado, cuya gramática ha sido sometida a los dictámenes del imperialismo y del capital, los agentes activos de este pueblo nos quedaríamos completamente desarmados (y no vamos a quedarnos desarmados). No queremos perecer encadenadas a los imperativos de la narrativa oficial del Nuevo Orden (utilizada hasta la saciedad por los líderes de los estados opresores, pero también por los líderes de izquierdas en las instituciones vascas). No vamos a permitir que se haga cualquier uso y abuso de nuestra fuerza (re)creadora. En esto consiste básicamente intentar ganar la batalla de las ideas. La plusvalía de creatividad y generosidad debe repartirse entre todos los miembros de la comunidad. En otro terreno, plantear la lucha de clases tiene mayor relación con ganar la batalla de los derechos, en las instituciones públicas, en nuestros hogares.

Por lo tanto, el arte, la cultura, el mito que da sentido a nuestra comunidad, no es un arte sin ideología. Con la creación de nuevas formas de expresión estamos respondiendo a las necesidades emancipativas de nuestro pueblo y de cada uno de sus miembros diferenciados. Por eso se distingue de aquel arte que solamente se deja influir por la norma del mercado neoliberal: la mercancía es incapaz de generar por sí misma una ideología con suficiente legitimidad.

¿Por qué se empeñan nuestros políticos en hablarnos en un lenguaje desligado de las representaciones artísticas y culturales que fortalecen nuestra singularidad? No deseamos reducir la ideología, ni el carácter cultural unívoco (no unitario) vasco, localizado en esta comunidad étnica (no hablo de raza, la etnia para mí confiere y conserva en el tiempo una esencia singular de un determinado grupo humano, pero sin estancarse en ningún esencialismo eterno e inmutable), y en esta comunidad lingüística, Euskal Herria, digo, no deseamos constreñir una ideología y una cultura diferenciada a una incesante y aleatoria circulación mercantil de códigos empaquetados, de objetos discursivos seriados.

Por supuesto, nos estamos dejando contaminar por otras polifonías de fórmulas culturales, étnicas, de manada y lingüísticas, nunca hemos dejado de contaminarnos y de fluir con los otros, pero sin perder nunca el tono y el tempo de nuestra voz singular, que no queremos que sea estandarizada ni minorizada por una norma opresiva.

Es evidente que la fusión de tipos diversos de subjetividad es ideológicamente esencial y estéticamente bella en la constitución de un mundo nuevo, de una Euskal Herria renovada (pero no despojada de la memoria y de las experiencias colectivas del pasado y su mito), y de una Euskal Herria plural (en la que se valoren positivamente las diferencias). Porque nuevo no quiere decir que será algo creado ex nihilo, ni plural quiere decir alienado o despojado de esencias genealógicas (¿por qué no llamarlas étnicas o tribales?) que, en efecto, nos constituyen de raíz, como parte de este pueblo y de esta tierra.

 

                                                                                                               Ainhoa Güemes

 

 

 

 

 

 

 

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