Iñaki  Soto
Iñaki Soto
GARAko Zuzendaria / Director de GARA

La Palabra-N y el Sistema-R (me ha gustado tanto que lo he traducido)

Este artículo de Gary Younge en "The Guardian" me ha gustado tanto que lo he traducido. No esperéis una gran traducción, era difícil y mi nivel de inglés da para lo que da. Pero creo que es una traducción decente, o digna, según se quiera (como veis, acepto el reto de tomarnos las cosas con mejor humor, con menos dramatismo; y avanzo la idea de hincarle el diente al tema terminológico otro día, con más tiempo).

El artículo toma como punto de partida la polémica sobre Gerry Adams y un tuit en el que utilizaba la palabra «nigger», «the N-word», que he traducido como «negrata». Aquí incluyo la declaración realizada por Adams pidiendo disculpas por utilizar ese término. El tema ha tenido su derivada al otro lado del océano, en la última cena de Obama con los corresponsales de la Casa Blanca, tal y como recoge Younge y trata en este otro artículo Rebecca Carroll.

Sobre el artículo en cuestión, que cada cual saque sus moralejas. Es evidente que estas van más allá del caso concreto de Adams, incluso más allá del tema del racismo. Pero también van más allá de nuestras pequeñas o grandes disputas, aunque las empapen en tanto en cuanto son también cuestiones universales. A mi me ha servido para reflexionar. Espero que al lector también le sirva.

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El racismo es un sistema de opresión, no una serie de meteduras de pata
Gary Younge (@garyyounge)
"The Guardian"
2016-5-4

El fin de semana de 2011 en el que Oldham ardió en llamas durante una serie de disturbios cargados de racismo, yo estaba en una fiesta de jardín en el festival literario Hay-on-Wye cuando, junto con muchos otros, escuché a Germaine Greer utilizando el término «negrata en una pila de leña». Me marché de allí, no especialmente interesado en sus justificaciones para utilizar esa palabra ofensiva. Según pasó el fin de semana, recibí bastantes llamadas de editores pidiéndome que comentase el incidente.

Decliné esas ofertas. Irritado como había estado, no vi la necesidad de dignificar el momento con más importancia de la que merecía. En el fin de semana en el que la juventud de clase trabajadores en una de las ciudades más pobres de Gran Bretaña tomó las calles para protestar, el hecho de que yo hubiese escuchado en un cocktail un comentario racialmente ofensivo de un colega columnista desafiaba cualquier sentido decente de prioridad o proporción.

Que nadie se confunda. Me sentí ofendido y tenía todo el derecho a estarlo. Las palabras tienen consecuencias y las micro-agresiones importan. A menudo son emblemáticas de cuestiones más amplias; a menudo tienen un efecto excluyente. Esta es una palabra con la que no me siento cómodo, incluso cuando la usan personas negras. (Es utilizada por el comediante Larry Wilmore para referirse a Barack Obama este fin de semana en la cena de corresponsales dando de qué hablar.) Pero ser ofendido no es una posición política. Cada exposición de ignorancia no es necesariamente un desprecio; no todo desprecio merece escalar al nivel de un incidente; no toda provocación debe ser permitida.

Discernir este equilibrio es complicado. Pero no es menos importante por ello. Hay un nivel de mojigatería moralizante que viene creciendo con ese tipo de momentos, una rectitud regocijada –ahora demandada por los medios sociales– que amplifica la atrocidad e intensifica el escándalo.

Ahora es el turno de estar en el punto de mira de Gerry Adams, líder del Sinn Féin. Cuando estaba viendo la película "Django Unchained", que cuenta la historia de un esclavo liberado que se dispone a a recuperar a su esposa del vicioso dueño de una plantación del Mississippi con la ayuda de un caza-recompensas alemán, tuteó «Viendo Django Unchained – Un negrata de Ballymurphy». No debería haberlo hecho. Se equivocó. Pero su intento de explicarlo en el contexto del trato dado a la comunidad nacionalista en el Norte de Irlanda tiene sentido.

Es una formulación similar a la utilizada por Roddy Doyle en "The Commitments". «Los irlandeses son los negratas de Europa», les dice Jimmy Rabbitte Jr a su banda novata. «Y los dublineses son los negratas de Irlanda. Y los dublineses del norte son los negratas de Dublín». Pero "The Commintments" tiene 144 páginas; un tuit solo 140 caracteres. El contexto es importante, y un tuit (rápidamente eliminado) está solo.

Después de una torpe no-disculpa –culpando a la gente por «malinterpretar el contexto en el que (la palabra) fue utilizada»– Adams rápidamente avanzó a una respuesta menos a regañadientes, declarando: «Me disculpo por cualquier ofensa que haya causado». Esto debería ser el final de todo.

Juzgar a Adams, que tiene toda una vida de trabajo internacionalista y solidaridad antirracista, en base a un simple tuit roza lo grotesco. Las personas deben ser evaluadas por el grueso de su trabajo, no por una declaración deslavazada. Eso no quiere decir que esa declaración deba ser ignorada. Pero colocar ese fetiche encima del historial de una persona hace daño no solo a la persona sino a la cuestión.

Siendo alguien que, como adulto, ha sido tan estúpido como para preguntar a hombres gays por sus novias y a judíos cómo celebran la Navidad, creo que todo el mundo tiene el derecho de decir algo inapropiado, darse cuenta, disculparse y seguir con su trabajo. Si todo este proceso se lleva a cabo con un espíritu de generosidad, quién sabe, quizás podríamos aprender algo.

Pero si no es así, todo lo que tenemos es un tremendo juego de «¡que te pillo!» con un daño colateral considerable. Este no es un problema nuevo. En 2004 se pudo escuchar al comentarista de fútbol, cuando creía que el micro estaba apagado, refiriéndose al jugador del Chelsea Marcel Desailly como «es lo que en algunas escuelas se conoce como un jodido gran vago negrata». Era algo reprendible. El se disculpó, presentó su renuncia a ITV, que fue aceptada, y abandonó su columna en este periódico ["The Guardian"] de mutuo acuerdo.

Esto fue como tenía que ser. Es así que cuando esto importaba él fue uno de los pocos entrenadores en el fútbol británico que promovió el talento negro, haciendo salir a algunos como Cyrille Regis y Laurie Cunningham –ambos jugarían con Inglaterra– y a Brendon Batson. Esto no excusa para nada lo que dijo; pero marca una diferencia sobre cómo uno elige describirlo, ridiculizarlo o menospreciarlo atendiendo a sus horribles comentarios.

El año pasado era el turno del actor Benedict Cumberbatch, que se refirió a cuánto tenían que mejorar las cosas antes de que «actores de color» pudiesen hacer el trabajo que se merecían en Gran Bretaña. En el proceso de señalar el racismo salió con una palabra que no se utiliza para identificar a la gente negra desde hace al menos 40 años.

El racismo es un sistema de opresión. No debería ser reducido a una serie de pifias. Eso no solo degrada el cargo sino que esencialmente lo redefine. El racismo se convierte no en la subyugación de una gente que tiene sus raíces en la historia, la economía y el poder, sino en una serie de meteduras de pata en la que los desafortunados son atrapados. Una cuestión política se convierte en una de cortesía. Lo institución se relega a una indiscreción.

Con la ayuda de expertos en diversidad y una actitud cautelosa, los cuidadosos pueden seguir haciendo cosas malas mientras no digan las cosas erróneas. Eso no va a acabar con el racismo. Simplemente nos dará algunos de los racistas mejor educados del mundo.

 

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