Koldo Landaluze
Alicia en el País de las Maravillas

150 años dentro del sueño constante

Exposiciones de toda índole, reediciones, obras de teatro y todo tipo de eventos propiciarán que buena parte del mundo conocido conmemore los 150 años de sueños continuados que legó “Alicia en el País de las Maravillas”. El resto del mundo, aquel que se encuentra bajo tierra y al que se accede a través de una madriguera o un espejo, prolonga su celebración en una fiesta constante, presidida por un Sombrerero Loco, que recuerda los acontecimientos narrados por el escritor británico Charles Lutwidge Dogson, más conocido bajo el seudónimo de Lewis Carroll.

A modo de prólogo, a principios de este año, se anunció en Gran Bretaña la emisión de una edición especial de diez sellos postales en los que se recreaban diez escenas de la novela infantil. Estas estampillas, de cuyo diseño se encargó el ilustrador Graham Baker-Smith, muestran una interpretación diferente de algunos de los personajes más conocidos del cuento, como el Conejo Blanco o la propia Alicia.

Además de los sellos, la editorial británica Walker Books reveló su intención de publicar un libro en tres dimensiones cuyo estilo mantenía su fidelidad a los dibujos de Baker-Smith. Por su parte, el grupo Macmillan, que publicó el libro original en mayo de 1865, celebra este cumpleaños con la publicación de una serie de nuevas versiones, entre las cuales se incluye, además del primer libro, la segunda parte menos conocida, “A través del espejo y lo que Alicia encontró allí” (1871). Ambos títulos incluyen las ilustraciones de John Macfarlane, a quien se le encargaron los dibujos de las ediciones creadas en 1927, basados en los grabados originales de John Tenniel. La editorial también lanzará la obra completa de Alicia con prólogo de Philip Pullman y, además, se volverá a imprimir la biografía de Carroll firmada por Morton N. Cohen y una colección de las cartas del escritor británico. Y aquí, en Euskal Herria, la editorial Pamiela ha reeditado su “Alizia herrialde miresgarrian”, en versión actualizada y con las ilustraciones originales de Tenniel.

Otro evento relacionado con este aniversario es el “Proyecto 150 Alice”, que engloba a un grupo de 150 ilustradores de todo el mundo a los que se les ha proporcionado una plataforma virtual en internet para expresarse y compartir su talento a través de dibujos relacionados con esta obra. Según sus impulsores, este trabajo apuesta por «promover el arte de los ilustradores de una manera única y les da la oportunidad de crear una obra maestra juntos». Entre sus objetivos, «continuar con la idea de Carroll de formar a los niños en el arte y la creatividad».

Acorde a los nuevos tiempos, también ha sido presentada una edición de las historias de Alicia en su versión para tabletas. Un libro electrónico que integra vídeo, texto y narraciones, para niños de entre seis y nueve años, que presenta una versión animada del clásico de “Alicia en el País de las Maravillas”.

En esta agenda también hay espacio para la “locura” singular y transgresora que emana de la obra original, y en diversos puntos de Londres se llevan a cabo escenificaciones de los paisajes más recordados de la obra inmortal de Carrol.

La entrada a una madriguera. Al atardecer, en el Támesis y a bordo de una barca, Lewis Carroll compartió con muchas niñas paseos que, con palabras, transformó en singladuras fantásticas.

Carroll compartió con ellas un sinfín de cuentos y cada vez que surgía uno nuevo, resultaba inevitable que las pequeñas persiguieran en su imaginación a aquella otra niña Alicia que, un buen día, tuvo la fortuna de caer en el interior de una madriguera interminable y cruzó un espejo imposible, donde quedó atrapada para siempre su infancia.

Así nacieron las historias de Alicia, poco a poco y una a una; al atardecer, en el Támesis y cuando Alicia Liddell y sus dos hermanas impedían con sus constantes interrupciones que Lewis Carroll se durmiera bajo la sombra de un gran árbol con la intención de obligarle a que prolongara su aventura en el País de las Maravillas.

En los siguientes versos preliminares de “Alicia en el País de las Maravillas”, Carroll rememoró aquel atardecer de 1862 en que él y su amigo el reverendo Robinson Duckworth llevaron a las tres hermanas Liddell –Lorina Charlotte, Alicia Pleasance y Edith– a una excursión en barca por el Támesis:

«Luego, llegado el silencio, siguen imaginariamente a la niña soñada por un país de nuevas, delirantes maravillas donde ella charla con aves y bestias… y medio creen que es realidad. Así surgió el País de las Maravillas: así, uno a uno, se fueron forjando sus hechos extraños; y ahora el cuento se acabó. Y alegres tripulantes, ponemos rumbo a casa bajo el sol de esta tarde. ¡Alicia! Toma este cuento pueril y con mano bondadosa, ponlo donde los sueños de la Niñez se trenzan con la cinta mística de la Memoria como marchita corona de peregrino, de flores cortadas en un lejano país».

Veinticinco años después de aquel paseo, Carroll escribió en su artículo “Alice on the Stage”: «Muchos días habíamos remado juntos por ese río tranquilo –las tres jovencitas y yo–, y muchos fueron los cuentos improvisados para beneficio de ellas –tanto si en ese momento el narrador estaba “en vena” y le venían en tropel fantasías no buscadas, o era un momento en que había que espolear a la agotada Musa para que trabajase, y seguía penosamente, más porque tenía que decir algo que porque tuviera algo que decir…–. Sin embargo, de toda esa cantidad de cuentos, ninguno llegó a ser escrito. Nacieron y murieron, como minúsculas moscas de verano, cada uno en su correspondiente tarde dorada; hasta que llegó un día en que, por casualidad, una de mis pequeñas oyentes me pidió que le escribiera el cuento».

La propia Alicia Liddell –que por entonces tenía diez años– describió, siendo ya adulta, aquellas escenas del pasado al escritor Stuart Collingwood, autor de “The Life and Letters of Lewis Carroll”:

«Creo que el principio de Alicia lo contó una tarde de verano en que el sol quemaba tanto que tuvimos que desembarcar en los prados junto al río, abandonando la barca para buscar refugio en el único trocito de sombra que encontramos, al pie de un almiar recién hecho. Aquí surgió de las tres la sempiterna petición de ‘Cuéntenos un cuento’; y así empezó el delicioso cuento. A veces, para hacernos rabiar –y quizás porque estaba verdaderamente cansado–, el señor Dodgson terminaba de repente diciendo: ‘Y colorín, colorado, hasta la próxima vez’. ‘¡Ah, ya es la próxima vez!’ exclamábamos las tres; y tras insistirle un poco, lo reanudaba nuevamente. Otras veces, a lo mejor empezaba el cuento en la barca; y el señor Dodgson, en medio de su emocionante aventura, fingía quedarse dormido para consternación nuestra».

Carroll en el diván del sicoanálisis. “Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas” es un juego literario disparatado y muy complejo. Fue escrito para lectores británicos de otro siglo y se requiere mucha información de la época para desencriptar lo que aparece en el libro y descubrir su gracia y esencia verdadera. Además, muchas de sus referencias son alusiones que únicamente eran entendibles en el círculo privado de Carroll y las tres hermanas Liddell. Hoy en día, son muchos los niños y niñas que se ven incapaces de entrar en este rocambolesco juego literario debido a su complejidad y, sobre todo, por el miedo que les causa la atmósfera pesadillesca de los sueños de Alicia. De hecho, y ya en edad adulta, son muchos los que no pueden soportar el imaginario carrolliano. A pesar de ello, han sido los adultos, sobre todo matemáticos y científicos, los que siguen disfrutando con los libros de Alicia y le han otorgado la inmortalidad de la que hoy en día gozan.

Hace más de setenta años, el prestigioso crítico teatral Alexander Woollcott expresó su alivio porque los freudianos hubiesen dejado de explorar los sueños de Alicia. Pero, hoy, las páginas de Alicia se han convertido en un caudal interminable de todo tipo de teorías sicoanalíticas, debido, en buena medida, a la singular relación que el escritor mantuvo con las niñas.

Por la vida de Lewis Carroll desfiló una larga procesión de niñas; pero ninguna pudo ocupar jamás el hueco emocional que le legó Alicia Liddell. «He tenido docenas de amiguitas desde tus tiempos –le escribió siendo ella ya adulta–, pero han sido algo completamente distinto». En su excelente y metódica “Alicia anotada”, Martin Gadner afirma lo siguiente: «Le atraían las niñas porque precisamente con ellas se sentía sexualmente a salvo. Lo que diferencia a Carroll de otros escritores que vivieron una vida asexual (Thoreau, Henry James…) y de los que se sintieron fuertemente atraídos por las niñas (Poe, Ernest Dowson…) es la singular combinación, que se da en él, casi única en la historia de la literatura, de una completa inocencia sexual y una pasión que solo puede describirse como totalmente heterosexual».

Dondequiera que miremos en las obras de Carroll, en sus diarios o cartas, topamos con una implicación con la infancia, una fascinación irresistible por lo que él denominaba «el temperamento infantil». «Cualquiera que haya amado a un verdadero niño –señala el autor en su prólogo para ‘Alice’s Adventures Under ground’– conocerá la admiración que uno siente en presencia de un espíritu recién salido de las manos de Dios, sobre el que todavía no ha caído.... ninguna sombra de pecado». El autor Morton N. Cohen –firmante de la obra “Lewis Carroll”– afirma en relación a este tema que «algunos consideran la devoción de Charles por la infancia como una obsesión, una manifestación de alguna deficiencia, una inadaptación, incluso una perversión. Otros, que han tratado de entender su intensa atracción usando lo que llaman “psicoanálisis”, han difundido a menudo fantasías urdidas por ellos mismos. Hasta que no dispongamos de mejores herramientas para explorar los impulsos y motivos de un autor muerto, tenemos razones suficientes para buscar el origen del apego de Charles a la infancia en los impulsos domésticos, sociales y culturales que forjaron su existencia».

De niño fue un gran aficionado a los títeres y la prestidigitación, y durante toda su vida disfrutó haciendo abracadabrantes juegos ante la atenta mirada de los niños. Construía ratones con su pañuelo que saltaban misteriosamente de su mano, les enseñaba a construir pistolas y barcos de papel que estallaban al sacudirlas en el aire. Le entusiasmaba el ajedrez y todo tipo de juegos y acertijos. A sus amistades adultas las volvía locas cada vez que les escribía cartas porque, primero, incluía en un sobre el original recortado en diminutos trocitos y, con posterioridad, adjuntaba un sobre en el cual indicaba cómo debían ser montadas sus cartas. Inventó multitud de acertijos matemáticos y verbales, y fue un defensor a ultranza de la ópera y el teatro en un tiempo en que los representantes de la Iglesia no veían con muy buenos ojos estas manifestaciones culturales.

El ojo mágico. Le apasionaba la fotografía, sobre todo captar imágenes de niñas y adolescentes vestidas con largos camisones y a veces desnudas. Más allá de estas cuestiones siempre discutidas, Carroll ha sido considerado como un gran experimentador y uno de los primeros fotógrafos amateurs. A diferencia de los fotógrafos de su época, abogó por no recargar a los modelos con decorados artificiales y plasmar –según él– «imágenes más puras, más naturalista». Entre todas sus modelos, la más retratada fue la hija de Henry George Liddell –quien fue durante 36 años el decano de Oxford–, a la que Carroll retrató desde los 4 hasta los 16 años, Alice Liddell, la musa que inspiro a Carroll para el personaje de “Alicia”.

Conversador divertido e ingenioso, el reverendo Dodgson fue un consumado domador de palabras y sentidos, y legó para la posteridad frases, versos y juegos de palabras muy imaginativos. En “A través del espejo y lo que Alicia encontró allí”, Carroll incluyó este diálogo abierto a todo tipo de reflexiones de total vigencia actual y que comparten la protagonista y el huevo parlanchín Humpty Dumty:

«–Cuando yo empleo una palabra –dijo Humpty Dumty en tono despectivo–, significa exactamente lo que yo quiero que signifique: ni más ni menos.

–La cuestión es –dijo Alicia–, si “puede” usted hacer que las palabras signifiquen tantas cosas distintas.

–La cuestión es quién manda –dijo Humpty Dumty–; nada más.»

En muchos estudios se ha reseñado que las fantasías que el reverendo Charles Lutwidge Dodgson creó para Alicia no fueron más que un encadenado de bromas y trabalenguas que le permitían huir de su rutinaria y muy gris existencia cotidiana. En este sentido, y recordando lo que Gilbert K. Chesterton escribió en la conmemoración del centenario de “Alicia en el País de la Maravillas”, este se lamentaba de que la obra fuese pasto de los eruditos y los siquiatras. «¡Pobre Alicia! –decía Chesterton–. No solo la han cogido y la han hecho recibir lecciones; la han obligado a imponer lecciones a los demás. Alicia es ahora, no solo una colegiala, sino una profesora. Las vacaciones han terminado y Dodgson es otra vez profesor». En resumen, habrá multitud de exámenes que incluirán preguntas que tienden a buscar significado al maravilloso y alevoso “disparate” literario que imaginó Lewis Carroll.