IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBÉNIZ
ARQUITECTURA

Escola Gavina: solidez y percepción

Cómo se sostiene un edificio? La respuesta a esa pregunta, simple en apariencia y compleja en la práctica, es lo que viene a conocerse como la «solidez» en arquitectura. Sin duda, la respuesta emitida estará plagada de palabras como «viga», «compresión», «pilar», «tracción» o «muro», y si el autor de la explicación es un arquitecto, es probable que la respuesta rezume cierto misticismo.

El edificio que analizamos en esta ocasión es un pabellón multiusos diseñado para la Escola Gavina, una escuela cooperativa fundada en 1975 y referente educativo en la Comunitat Valenciana. Si nos ponemos a mirar el espacio interior, el modo en el que las paredes exteriores se desdibujan y la manera en la que se ha construido, la palabra «solidez» puede llegar a tener más importancia de la que en principio le podríamos haber otorgado.

La obra de los veteranos arquitectos Carmel Gradolí y Arturo Sanz, componentes de Gradolí Sanz Arquitectos, juega con una idea de solidez que contrapone dos estrategias: por un lado, se aferran a la arquitectura más primitiva, la del muro, y crean dos soportes descomunales en los laterales del edificio. De muro a muro, colocan una gigantesca viga (en forma de cercha metálica tipo Pratt). Ya teniendo esos tres apoyos –dos muros y una viga–, mientras que la solidez del edificio se decanta por una estructura de nudos y barras, lo que los arquitectos llaman una «malla espacial».

Estas dos ideas de solidez conviven y crean una tensión realmente interesante: el muro pesa; la malla, en cambio, no. El muro cierra el espacio en vertical, protegiendo del inclemente sol de Valencia. La malla, por sus características constructivas, se puede abrir allá donde se necesite una entrada de luz, dejando entrar el sol de modo controlado.

Esas tensión a la que nos referimos no es una idea tan extraña, ni tan alejada del día a día como cabría esperar; los rascacielos, gigantes de piel de vidrio, rompen con la idea que el imaginario colectivo tiene de «sólido»: es decir, aquello que tiene un muro construido con piedra o ladrillo. Puede que la fascinación inicial de los rascacielos se debiera a esa incoherencia entre lo que la sociedad entiende por sólido y lo que la técnica puede construir. Del mismo modo, el alejamiento del afecto de la sociedad de los rascacielos –vistos como fríos y carentes de «espíritu»– podría partir de la misma base; esto es, de que a nuestros ojos no son edificios «sólidos», y por ende «acogedores».

Eso nos lleva a la segunda pregunta a formular: ¿Cómo se percibe un edificio? ¿Qué mecanismos utiliza un proyectista para transmitir una idea o sensación a la ciudadanía? De nuevo, la respuesta a esta pregunta se llenaría de palabras como «escala», «proporción», «color», «luz»...

En el caso del edificio de la Escola Gavina, como ya hemos comprobado, Gradolí y Sanz utilizan la estructura, la solidez, para trabajar el modo de entrar y salir que tiene la luz. Eso es una muestra de buena arquitectura. Y como queriendo separar la estructura del cerramiento, los proyectistas se permiten realizar un gesto para cerrar el espacio al modo mediterráneo, a través de una pared de celosía cerámica en la planta baja. Esa celosía evoca los patios de vecindad de la Valencia marinera, nos toca la fibra sensible. En el frente de la gigantesca cercha que cierra el espacio, se colocan lamas horizontales, que tan solo dejan ver el interior al caer la tarde.

De nuevo, la dicotomía entre la estructura –sea esta pesada o no– y el cerramiento se resuelve dando a la parte que hace que percibamos el interior de un modo tamizado, según su uso. Lo «acogedor», por lo tanto, vuelve al tablero de juego y la escala del ser humano vuelve a ser protagonista. Es algo parecido a lo que Michelangelo pensó al dotar a la masiva basílica de San Pedro de pilastras exteriores, que circundan la iglesia dándole una unidad. El truco residía en que esas pilastras tenían una escala descomunal, pero, ante la visión del feligrés, esas pilastras convertían en una iglesia mastodóntica en un hogar espiritual acogedor.

El edificio de Gradolí y Sanz es un volumen diáfano, destinado a reuniones y actividades varias de una escuela progresista respecto al papel de las familias en la educación de sus hijos. De modo que la ordenación de los usos prescinde totalmente de lo que sucede alrededor, tanto del muro como de la malla. Es un espacio para la reunión, el debate y la educación. La arquitectura que enmarca estas actividades busca, al mismo tiempo, ser protagonista y testigo mudo, por medio de marcar estrategias distintas a las preguntas de la solidez y la percepción del edificio.