IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

Los tres actos de Clorindo Testa

En el primer acto tenemos una excavadora, con un martillo neumático adosado al extremo de su pala, avanzando a través de una pequeña colina formada por vigas de hormigón armado, mientras que una nube de cemento enfosca la escena. La antigua comisaría de Santo Pipó, en Misiones (Argentina), se demolió en 2013, el mismo año en que su autor, el maestro arquitecto Clorindo Testa, pasó a mejor vida. Algunos críticos y defensores del patrimonio arquitectónico dirían más tarde que Clorindo murió dos veces aquel año; una, con su muerte natural y posterior velatorio en la sede central de la Sociedad Central de Arquitectos de Argentina. Otra, con la demolición –ignota, al no tenerse constancia inmediata de su autoría– de la comisaría.

En una entrevista, Testa, con un indudable espíritu de premonición, restaría importancia al asunto: «Las cosas con el tiempo van cambiando y no se pueden conservar todos los edificios. No me desespero, ni me importa cuando le pase a una obra mía, porque no soy el dueño». La frase en cuestión la pronunció en referencia a la demolición de la casa Di Tella. Su dueño era Guido Di Tella, impulsor del instituto que llevaba su mismo nombre y epicentro del movimiento cultural en el Buenos Aires de los años 70. En ese mismo instituto expuso su obra pictórica Clorindo Testa, ya seducido a partes iguales por la pintura y por la arquitectura. Un conocido suyo le dijo: «Vea, Testa, cuando pinta parece usted arquitecto, y cuando hace arquitectura, parece pintor».

En el segundo acto vemos a un joven Clorindo, que en 1960 gana el concurso para la sede del Banco de Londres y América del Sur. Testa se presentó al concurso junto con el estudio SEPRA, un gigante de la arquitectura austral nacido de la aristocracia argentina. SEPRA fue a la Argentina lo que Skidmore, Owings & Merrill a Estados Unidos; esto es, aquellos que consiguieron introducir el lenguaje del Movimiento Moderno –en inicio, revolucionario– en las altas esferas, estableciendo ese lenguaje como el «oficial» de instituciones, bancos, empresas y burguesía.

Testa luego declararía que «en mi época había tres arquitectos: Van der Rohe, Wright y Le Corbusier. Los alumnos elegían, y yo elegí a Le Corbusier». Viendo el Banco de Londres, actualmente Banco Hipotecario, la elección es evidente, ya que el edificio rezuma el estilismo del bêton armé por los cuatro costados: la estructura vista, protagonista del espacio; la creación de espacios público/privados, los espacios dobles y triples, y cierto aire naval en la disposición de los arbotantes –llamémoslos cuadernas– perforadas de fachada. No en vano, el pequeño Clorindo, con tan solo 8 años, construyó una maqueta de un barco alemán hundido en la bahía de Buenos Aires.

Este estilo, denominado brutalismo, se introdujo a principios de siglo XX, de la mano de arquitectos como Sigurd Lewerentz o el propio Le Corbusier, y buscaba romper con lo establecido, siendo un movimiento pendular contra la arquitectura neoclásica de finales del XIX, en sintonía con nuevas expresiones artísticas emergentes como el cubismo o el surrealismo.

Volviendo a Clorindo, lo podemos ver en la esquina de las calles Bartolomé Mitre y Reconquista, en el porteño barrio de San Nicolás, en plena city financiera. Las calles angostas y racionales, consecuencia de la lotización «española» de 10 varas de ancho en cardo y decumano, hacen que el espacio se vea angosto. Clorindo mira hacia arriba, y comprueba cómo su edificio dialoga con los otros tres edificios contiguos, de estilo neoclásico. El edificio de hormigón armado ha sido el único que ha procurado un espacio público, retrasando su entrada y creando un foyer abierto. Una vez dentro, veríamos el triple espacio que conforma el edifico, solución vista en varias ocasiones en obras de Foster, Wright, o Campo Baeza.

En el último acto, vemos a Clorindo pintar en su estudio, casi siempre con una paleta en blanco y negro, y eligiendo motivos más cercanos a la arquitectura e ingeniería que a la observación de lo natural. Su estilo fue variando con el paso de los años, virando a un lenguaje postmoderno, al gusto de un primerizo Michael Graves. Murió con 89 años, dejando atrás obras tan singulares como la Biblioteca Nacional de la República, el centro cívico Santa Rosa o el Hospital Naval Central.

En una época en la que el legado arquitectónico del pasado reciente –brutalismo, posmodernismo– está siendo cuestionado, Clorindo se limita a seguir haciendo lo que mejor hacía en vida: pintar arquitectura y construir pintura.