Zigor Aldama
MÓVILES CHINOS

En el corazón electrónico de China

El gigante asiático fabrica un 70% de los teléfonos móviles que se utilizan en el mundo, y ahora quiere impulsar la internacionalización de un sector que considera clave para su transformación económica. Visitamos dos de las principales fábricas para conocer cómo se fabrican los aparatos que utilizamos.

Prostitución, drogas y fábricas. Son los tres elementos que definían el carácter extremo de Dongguan, una ciudad sin ley en la sureña provincia china de Guangdong. A base de redadas masivas y de castigos ejemplares, Policía y Ejército han logrado deshacerse casi por completo de los dos primeros, y basta un paseo por cualquiera de las caóticas calles de esta localidad de casi diez millones de habitantes, en la que todos son de alguna otra parte, para certificar que la actividad fabril, y no la mafia, se ha convertido en su principal motor económico y en un poderoso imán que atrae a trabajadores de todo el país. Es una transformación en la que destaca sobre todo el papel que juegan las manufacturas del sector tecnológico, que ha encontrado en el sur de China el hogar perfecto: abundancia de mano de obra directa, infraestructuras de gran calidad y un clima político estable y favorable a la inversión.

Aquí y allá, gigantescos pabellones industriales difícilmente diferenciables unos de otros albergan nutridos ejércitos de jóvenes uniformados con batas antiestáticas azules, gorros a juego, patucos de plástico y dedales de látex en las manos. La fábrica de Oppo, uno de los principales fabricantes de teléfonos móviles del gigante asiático, ocupa una de las edificaciones más grandes. Escondida tras una maraña de callejuelas repletas de pequeños comercios familiares y de cochambrosos talleres para las motos eléctricas en las que se desplazan los empleados, sorprende por su pulcritud y por la tecnología punta de su maquinaria. Hasta cierto punto, es la antítesis del imaginario colectivo occidental asociado a una fábrica china.

En su interior, hasta 6.000 trabajadores mantienen las instalaciones a pleno rendimiento las 24 horas del día, los 365 días del año. La mayoría son jóvenes que han emigrado de zonas rurales del interior del país en busca de un futuro mejor. Porque, a pesar de que el trabajo es extenuante, el salario medio de la ciudad es el sexto más alto del país, según datos de 2013. Los 4.751 yuanes (678 euros) que ganan al mes los trabajadores de Dongguan son el equivalente a la media anual de los campesinos chinos. Incluso el salario mínimo de 1.510 yuanes (215 euros), que se ha disparado un 18% en el último año y que continuará creciendo, es suficiente para enviar algo de dinero al campo y ayudar así a que la familia lleve una vida digna en la localidad de origen. «Mi intención es trabajar aquí cuatro o cinco años, hacer muchas horas extras y regresar a casa para montar un pequeño negocio con lo que haya ahorrado», cuenta Zhang Yi, una joven de 19 años que trabaja en control de calidad y que asegura ahorrar unos 1.200 yuanes (170 euros) al mes. «Es una tarea aburrida y cansada, pero nos tratan bien y los dormitorios son decentes», apunta.

Turnos de 12 horas. En la planta baja de la fábrica, 38 líneas de montaje de placas madre, completamente automatizadas, tardan unos 20 minutos en completar cada uno de los «cerebros» que hará funcionar a los dispositivos de Oppo. Una interminable batería de ordenadores se encarga de «inyectarles» el software ante la atenta mirada de quienes supervisan todo el proceso. «En realidad, no hay mucho que hacer. Solo intervenimos para alimentar el material a las máquinas y en caso de que alguna de las luces se ponga roja y alerte de algún fallo», explica el responsable de la planta. Y los errores son poco habituales.

La labor más intensa se lleva a cabo en las líneas de ensamblaje final. Allí, cada paso de la fabricación cuenta con cuatro trabajadores que llevan a cabo su labor en completo silencio, sin apenas levantar los ojos del aparato. Van llegando los chasis y hay que llenarlos de piezas. La cámara, los circuitos, las antenas, la batería y un largo etcétera. Las manos vuelan. Y, mientras uno o dos empleados se encargan de colocar los diferentes elementos en las tripas del teléfono, siempre hay uno o dos más que, antes de pasar el esqueleto del móvil al siguiente puesto, se dedican a comprobar que no hay fallo alguno. Con unos códigos especiales comprueban que cada pieza de hardware funciona correctamente. «Good». El aparato pasa rápidamente a la cinta que lo transporta al siguiente puesto. Cualquier pequeño retraso lastrará al resto de la cadena y provocará una caída en la productividad, así que la coordinación es uno de los puntos clave. Actualmente, cada línea es capaz de ensamblar en una hora hasta 110 unidades del móvil estrella de la marca, el Oppo R7 Plus. Y la fábrica cuenta con 36.

«El personal de línea se organiza en dos turnos de 12 horas y tiene dos horas libres al día», explica Huizhong Yu, del departamento de Personal de la marca. La cantina de la fábrica ofrece comida aceptable y «se hace todo lo posible para conseguir un buen ambiente de trabajo». Eso sí, las medidas de seguridad rozan lo surrealista. En la planta de ensamblaje, situada en el tercer piso del gigantesco complejo, no está permitido acceder con objeto alguno y el personal de seguridad realiza cacheos con detectores de metales para asegurarse de que ninguno de los trabajadores se lleva componentes. «No es solo una medida contra el robo, también tenemos que proteger la propiedad intelectual de nuestros aparatos», justifica Yu.

No en vano, la necesaria transformación del sistema económico del país más poblado del mundo pasa por dar un salto cualitativo: del «Hecho en China» al «Creado en China». En la década de 1990, el Gran Dragón todavía no había despertado y solo suponía un 3% del valor de la producción industrial mundial; ahora, sin embargo, se ha convertido en el principal fabricante mundial y quiere abandonar el «Todo a cien» para aumentar el valor añadido de sus productos. Así, China se ha convertido ya en el segundo país del mundo que más invierte en Investigación y Desarrollo, que también es uno de los departamentos a los que más capital destina Oppo. Al igual que otras grandes multinacionales del país, es consciente de que innovar no es una opción. Es una necesidad.

Competitividad y automatización. «La mano de obra ya no es barata, sobre todo si se compara con países como India o Vietnam, así que necesitamos ganar competitividad por otras vías», apunta Li Yiping, directora del negocio internacional de la marca. «La automatización de los procesos es una de las formas más inmediatas para conseguirlo, pero el objetivo, una vez que nos hemos puesto a la altura de los líderes mundiales del sector en tecnología y diseño, es innovar y aumentar la calidad de nuestros productos. Estamos en un buen momento para hacerlo, porque cada vez hay más gente que confía en el ‘Made in China’, una etiqueta que, poco a poco, se va despojando de las connotaciones negativas que acarreaba».

Además, la que apunta Li es la única fórmula que permitirá alcanzar los dos objetivos clave en la coyuntura actual de la segunda potencia mundial: continuar proporcionando un constante aumento de bienestar a la población –400 millones de habitantes han abandonado la extrema pobreza en el país en las últimas tres décadas– y mantener la competitividad en un mercado globalizado cada vez más saturado. Por otro lado, las marcas locales son conscientes de que tanto los consumidores locales como los extranjeros las analizarán con mayor suspicacia que a sus rivales de otras nacionalidades, razón por la que en la fábrica de Dongguan saben que su margen de error es mucho menor. Y es algo que se aprecia en la planta de control de calidad, donde los diferentes diseños de la marca son sometidos a 140 tipos de pruebas diferentes, algunas de las cuales se antojan especialmente crueles.

Es el caso de una máquina, similar a un armario vacío, que rota sobre sí misma para dejar que el teléfono en su interior se golpee contra el suelo, situado a 1,5 metros. «Se permiten arañazos en los extremos y en la carcasa, pero la pantalla tiene que salir ilesa de mil caídas como esta», apunta el responsable del laboratorio. El aparato se somete a todo tipo de pruebas: desde las que lo ponen a temperaturas extremas, hasta las que simulan el contacto con el maquillaje facial, pasando por prensas que aplican una fuerza similar a la de alguien que lleva el móvil en el bolsillo trasero del pantalón y se sienta sin sacarlo. «Tenemos que evitar problemas como el bendgate que afectó a Apple, cuyo iPhone 6 se doblaba al sentarse», explica el responsable. Todo diseño que no supere los tests de forma satisfactoria, no se produce en masa. «Al fin y al cabo, nuestra fórmula para convencer a los clientes es el boca a boca de quienes han utilizado nuestros productos», afirma Li.

A por más mercados. Y el objetivo de la marca es ambicioso: vender 45 millones de teléfonos móviles este año. Ante la ralentización del mercado chino, que se ha contraído en 2015 por primera vez, Oppo tiene grandes esperanzas puestas en el extranjero. Como otros gigantes chinos del sector, con Xiaomi y Meizu a la cabeza, ha visto en la crisis económica global una buena oportunidad para atraer a consumidores que demandan cada vez más una mejor relación calidad-precio. «Nuestro mercado principal seguirá siendo China, donde vendemos teléfonos móviles entre los 600 yuanes (85 euros) y los 4.000 (570 euros), pero tenemos que diversificar. Por eso estamos extendiéndonos primero por el sudeste de Asia y luego por India».

Sus armas a nivel internacional son tres: el Oppo R7 Plus, un gigantesco móvil con pantalla de seis pulgadas y características técnicas de un aparato de gama alta; el N3, cuya cámara de 16 megapíxeles sorprende porque rota 180 grados para servir tanto como cámara posterior como de selfie; y el Find 7, un estilizado terminal de gama media. Pero, en muchas ocasiones, lo que en China tiene mucho éxito ha de ser modificado para que también sea aceptado fuera de las fronteras del país asiático. «Es un proceso que presenta grandes dificultades, porque tenemos que entender a los clientes de diferentes países, algo que, tradicionalmente, las empresas chinas no han sabido hacer», apunta Li.

Eso supone, entre otras cosas, adaptar el software de sus productos. «No es lo mismo la función ‘embellecer’ para los selfies que se hagan los chinos, cuyo canon de belleza es una tez blanca y unas facciones afiladas, que para nuestros clientes del norte de África, una región en la que estamos creciendo rápido», explica Li. «La internacionalización empresarial de China plantea muchos retos, por eso tratamos de cerrar acuerdos con socios que conocen bien los diferentes mercados. En Europa, por ejemplo, estamos negociando con Amazon», añade Tan Hongtao, director de Relaciones Públicas Internacionales de Oppo. En el plano comercial tampoco ahorran recursos, como demuestra el acuerdo al que ha llegado con el Fútbol Club Barcelona.

Muy cerca de Dongguan, en Shenzhen, su competidora ZTE también ha apostado por el escaparate del deporte para acceder al mercado estadounidense, donde patrocina la liga de baloncesto NBA. Esta empresa, participada en un tercio por el Gobierno chino, es uno de los principales fabricantes de equipamiento de telecomunicaciones del mundo. Y en su cuartel general, más de 15.000 empleados dan forma a teléfonos móviles y a todo tipo de aparatos para redes de operadores. De nuevo, las condiciones laborales no son las que uno espera de una fábrica china, menos incluso después de la serie de suicidios que ha afectado a Foxconn, la empresa taiwanesa que emplea a más de un millón de personas en China y que, entre otros dispositivos, fabrica el iPhone de Apple.

5G y el «Internet de las cosas». «Respetar la normativa laboral es lo mínimo que se debe hacer. Es más, en la situación actual hay que ir más allá, porque, de lo contrario, los empleados buscarán una empresa que los trate mejor», explica uno de los responsables de la planta de ensamblaje, en la que jóvenes de todas las provincias trabajan después de una siesta de media hora a primera hora de la tarde. Son clave en la transformación tecnológica del país. De hecho, un 39% de los nacidos después de 1980 trabajan en el sector de las manufacturas, frente al 26,5% de quienes nacieron después. Así, mientras los licenciados tienen cada vez más dificultad para encontrar trabajos relacionados con sus estudios por el aumento de la competencia, las empresas sufren la carencia de mano de obra directa menos cualificada.

Por eso, ya hay fabricantes que han comenzado a deslocalizar su producción a países más baratos. «Tenemos que centrarnos en crear valor añadido. Y nuestra gran oportunidad llegará con el 5G, un nuevo sistema que nos permitirá tomar la iniciativa», explica Zeng Xuezhong, vicepresidente de ZTE y director del departamento de smartphones. «Estamos trabajando en el establecimiento de estándares que permitirán dar un paso más y establecer lo que se conoce como el ‘Internet de las cosas’, un universo virtual en el que la tecnología 5G permitirá la conexión a la red de todo tipo de aparatos». En ese mundo, el móvil será el mando a distancia de nuestra vida, un aparato que controlará desde el automóvil hasta los electrodomésticos. «Y estamos convencidos de que China puede llevar la batuta en esta nueva etapa», sentencia Zeng.