Marcos Ferrer García
Historias de cines que no quieren cerrar

El espectáculo debe continuar

Herri Antzokia y Bide-Onera son dos cines históricos de sala única que quedan en Euskal Herria. A lo largo de más de 20.000 kilómetros y dos años, Juan Plasencia ha recorrido toda la península para conocer la realidad de los 42 cines de sala única que siguen abiertos en el Estado español. Algunos de ellos remontan sus días a finales del siglo XIX, como delatan sus arquitecturas, que parecen condensar, capa sobre capa, todas las imágenes y miradas que pasaron por allí.

La pasión por el cine de los dueños de estas salas, que se ha transmitido de generación en generación, no tiene fin. En ocasiones fueron otras personas las que recogieron su legado y mantuvieron abiertas estas salas mientras fue posible. Porque la mayoría tuvieron que apagar el proyector y cerrar sus puertas. Son cines que, conscientes de la atmósfera a tiempo y memoria que desprenden, tratan de conservarse como fueron, lo más pegados posible a su historia, reteniendo, como hace el propio material fílmico con la luz y con los cuerpos, lo que una vez discurrió por ellos. De ahí, quizás, la extraña sensación de recogimiento que se experimenta al entrar.

Estos lugares son también los últimos supervivientes de una manera de entender el cine en peligro de extinción, diferente a la predominante en la actualidad de las multisalas. La gran mayoría de los cines de sala única y gestión privada se han visto obligados a cerrar ante su última crisis particular, agravada por la crisis económica general y la acumulación insostenible de múltiples frentes: la subida del IVA al 21%, las descargas, el alto coste del formato digital, los problemas con las distribuidoras, la ausencia de espectadores…, por citar solo algunos de los más importantes.

Cada uno de los cines retratado por Juan Plasencia en este reportaje muestra su propia historia y, a la vez, en su exclusividad, son representativos de la realidad que comparten con los demás. Todos ellos están extrañamente conectados pese a la distancia que los separa (recorrió 20.000 kilómetros para retratar 43 salas de cine). Dos de esos cines se encuentran aquí, en Euskal Herria; son Bide-Onera, en Ondarroa (Bizkaia), y Herri Antzokia, en Ordizia (Gipuzkoa).

Desde los años 20. El cine Bide-Onera (Ondarroa) remonta su nacimiento a los años veinte, aunque el edificio que lo alberga actualmente data de 1959, manteniendo su estructura y diseño original en mármol y madera desde esa fecha. Así nos lo hace saber Iker Laka, encargado de la sala. Él pone voz a su cine y, haciéndolo, también nos remite en ocasiones a la historia que le antecede y que le ha hecho llegar José Antonio, su anterior dueño, ya jubilado y que todavía hoy visita el cine. Comenta que Bide-Onera conoció sus primeros días ofreciendo cine mudo, acompañando sus proyecciones de una pianola.

Una inquietud corroe a Laka sobre el futuro de esta sala cinematográfica: «Los dueños lo dejaron abierto como regalo al pueblo, porque no es rentable económicamente». Añade que no existen apenas ayudas al cine privado de sala única y, cuando las hay, son mínimas. Tampoco encontró ayudas para restauración. Sin embargo, como el Bide-Onera, algunos de estos cines remontan su nacimiento a los albores del siglo pasado y tratan de conservar, con mejor o peor suerte, su diseño y estructura original, uniendo hoy ese valor histórico al de sus proyecciones. Laka teme que, pese a ser «una parte de cultura que merece la pena conservar», el cine se pierda poco a poco, aunque es consciente de que eso depende de que sigamos sintiéndonos espectadores en esos cines tan especiales. «Algunos espectadores llevan toda la vida viniendo a este cine y eso se agradece», comenta y apunta que en Ondarroa «hubo hasta tres cines, pero la gente se fue yendo del pueblo poco a poco y solo queda el Bide-Onera». Es el único cine del pueblo que ha sobrevivido gracias a la sensibilidad que han demostrado sus dueños, vinculados a la conservera Ortiz y con la que asumen las pérdidas y costes que conlleva su mantenimiento.

El constante problema que tienen con las distribuidoras también lo sufre Laka, quien los encara a veces de una forma muy peculiar; nos cuenta que en una ocasión encontró, en uno de esos inesperados pliegues que tienen estas salas, una factura de una película muda de la Warner de hace más ochenta años. Hoy la utiliza para demostrarles el largo lazo que mantienen con ellos «cuando se pasan con los precios».Que las grandes compañías de distribución no demuestren sensibilidad alguna por este tipo de clientes no sorprende. La queja es generalizada: las distribuidoras les piden ingresos similares a los de las grandes salas.

El cine Bide-Onera llegó a tener un aforo de 996 butacas, prácticamente la mitad de ellas en su anfiteatro, que hoy está cerrado. Laka aún recuerda las butacas de madera originales que les hicieron retirar hace años por cuestiones de seguridad. «Eran preciosas», explica. Aquel cambio supuso una reinstalación carísima para la época y se tuvo que renunciar a hacerla en el anfiteatro.

Es curioso, como veremos también con el Herri Antzokia, su implicación en las actividades culturales. Estos lugares se ofrecen al entorno del que forman parte. Bide-Onera ha cedido su espacio para teatros o conciertos y colabora en el festival Marabilli, que se celebra en octubre en memoria de Aitzol Aramaio, el desaparecido director de cine ondarroarra.

Cines de Ayuntamiento. Algo más lejos, en Ordizia, encontramos Herri Antzokia. Se trata de un cine de sala única propiedad de su Ayuntamiento. Sus orígenes nos trasladan a 1928, denominándose en un principio Teatro-cine Echezarreta. Tras algunos años cerrado, se inició una nueva etapa a partir de 1984, cuando Ordizia misma, por medio de su Ayuntamiento, decidió hacerse cargo de él.

El cine es el primer edificio racionalista de Gipuzkoa, se ha erigido como un referente de Ordizia y es una de las obras destacadas del arquitecto Domingo Unanue. La sala mantiene su estructura original y hoy en día continúa siendo teatro-cine, con un aforo de 212 butacas. Hablamos con Mari Karmen Murua, que lleva trabajando en el Herri Antzokia desde hace más de treinta años y es su actual encargada. Cita precisamente el hecho de que fuera el pueblo el que se hiciera cargo de esta sala, como la causa de la supervivencia del cine. Herri Antzokia llego a estar unos años cerrado antes de que pasara a manos públicas. Hoy siguen luchando para sacarlo adelante. «No es fácil», confiesa. «Si el cine estuviera en manos privadas habrían cerrado hace tiempo, pero al hacerse cargo el Ayuntamiento este asume sus pérdidas y nos permite continuar».

Ordizia valora y conserva de esta forma su patrimonio cinematográfico por encima de la mera rentabilidad económica. Su programación también es coherente con esa alternativa cultural y ofrece «otro tipo de cine, europeo y de producción independiente con temáticas distintas a las del cine más comercial», en palabras de su propia programadora. Están, además, adheridos a Europa Cinemas y reciben subvenciones por programar esa clase de películas; también de Zineuskadi, un programa público que ayuda a los exhibidores cinematográficos en la CAV.

Los miércoles proyectan películas en versión original subtitulada y el público progresivamente ha ido aumentando de asistencia. Aún así, el cine se mantiene: «No viene mucha gente, pero sí que hay un público fijo muy fiel; procuramos ofrecer diversidad».

Al igual que el cine Bide-Onera, Herri Antzokia es permeable a la vida cultural del pueblo: ofrece teatro, colabora con el festival de marionetas de Tolosa y cede las instalaciones para actividades como la danza. Su carácter referencial para el pueblo lo ha convertido también en foco de difusión de otras artes escénicas. «Ahora mismo –explica– estamos inmersos en otro proyecto para ofrecer ópera y ballet en directo de la Royal Opera House de Londres». Se trata de un programa que desarrollan en colaboración con el Ayuntamiento de Beasain.

En palabras de esta programadora, «el cine convive con el pueblo y las personas. Como las conoces, incluso puedes recomendarles alguna película que van a proyectar; es algo más que ir al cine y comprar la entrada, hay un trato más humano que el que pueden ofrecer otros cines», constata.

Causas de la crisis. Las voces de Bide-Onera y Herri Antzokia coinciden, como el resto de cines del reportaje realizado por juan Plasencia, en calificar de «hachazo» la subida del IVA hasta el 21%. Para el Gobierno español, la cultura y otros bienes básicos son ya, de facto, artículos de lujo. Para muchos cines de sala única esta subida supuso la puntilla definitiva. La descarga de películas es otra de sus preocupaciones y, en particular, el cambio de hábitos culturales y de sensibilidad por el cine, que lleva a ver las cintas en condiciones y plataformas no siempre idóneas para ellas.

Pese a todo, ambos cines detectan un repunte en la afluencia de espectadores. En todo su contexto reciente la crisis ha generado efectos colaterales en el ocio. Los espectadores de ambas poblaciones ya no realizan con tanta frecuencia el gasto que supone recorrer las distancias que les separan de los cines multisala y abonar el elevado precio de sus entradas. Ahora muchos optan por acercarse a estos cines próximos en su población.

Una anécdota proyecta el valor humano de estos cines. Cuando “Loreak”, la película en euskara codirigida por Jon Garaño y José Mari Goenaga y que opta a los Óscar en lengua extranjera, se estrenó en Herri Antzokia contó con la presencia de ambos directores. Goenaga es de Ordizia, nació y se crió allí, y ese día se le brindó en la sala un emotivo reconocimiento. El director contó cómo de niño acudía a esa misma sala a ver películas con su abuela. Ahora, está al otro lado de la pantalla y es su mirada la que se proyecta. Las imágenes nos atraviesan y el cine las devuelve; a veces, la contribución de estos lugares se encarna en esas luces que retornan.