Ingo Niebel
hallazgo histórico

AGIRRE EN EL ARCHIVO DE LA GESTAPO

La Prinz-Albrecht-Strasse número 8 es, en Alemania, sinónimo de Gestapo. En esta calle del antiguo centro político del Imperio nazi tenía su cuartel general la Policía Secreta del Estado, del cual solo quedan los cimientos. Siete décadas después de su desaparición, entre los restos de su archivo se ha podido descubrir alguna que otra sorpresa, como las fichas sobre el primer lehendakari José Antonio Agirre.

Uno de los enigmas de nuestra historia reciente radica en conocer por qué la Gestapo no logró detener al jelkide José Antonio Agirre (Bilbo, 1904-1960) durante los siete meses que se escondió, primero en la Bélgica ocupada por los alemanes y luego en Alemania, donde pasó otros cinco. La mayor parte del tiempo estuvo en Berlín, antes de que escapara a Suecia en mayo de 1941 con su esposa Mari Zabala y sus dos hijos, Aintzane y Joseba. «Ni siquiera sabemos a ciencia cierta si la Gestapo anduvo seriamente detrás de su pista, aunque sí hemos podido confirmar que las autoridades franquistas intentaron descubrir su paradero», constata el historiador Ludger Mees en su biografía sobre el lehendakari “El profeta pragmático” (Pamiela, 2006).

Otros autores han preferido acusar a Agirre de tendencia filonazis sacando fuera de contexto algunos de los comentarios que el jelkide escribió en el diario en el que describió su fuga por la Alemania nazi. Sus vivencias las resumió en “De Guernica a Nueva York pasando por Berlín”, publicado en 1943 en Argentina. «Gracias a Dios yo desconozco el mecanismo interno de la Gestapo y si no llegué a conocerla a fondo, tampoco ella a mí, como era su obligación», constata.

Un hallazgo realizado recientemente en el Archivo Federal alemán explica la importancia que la Gestapo otorgó a Agirre en su día. La sede principal del Bundessachiv se halla también en Berlín, donde ocupa el ex cuartel de la guardia pretoriana nazi, la denominada Leibstandarte Adolf Hitler de las SS. La orden de la calavera, dirigida por Heinrich Himmler, controlaba no solo los campos de exterminio sino todo un imperio político y social, económico, militar y de inteligencia. En 1939, reorganizó sus estructuras policiales y de inteligencia en la Oficina General para la Seguridad del Reich (RSHA), al mando de Reinhard Heydrich. Este fijó su residencia en la Wilhelmstrasse, pero el jardín de su parte trasera la compartía con la Gestapo, cuya oficina principal, la Gestapa, se hallaba en la Prinz Albrecht Strasse. Ya en 1937, Heydrich figuraba como el jefe de la denominada Sicherheitspolizei (Sipo o policía de seguridad compuesta por la Gestapo y la Policía Judicial) y del Sicherheitsdienst (SD, servicio de seguridad), que comprendía los departamentos de inteligencia de las SS.

«No tiene importancia política». Es en la Gestapa donde, el 26 de agosto de 1937, un funcionario anónimo rellena a mano la primera de las dos fichas que llevan el apellido «Aguirre». «A. era ‘presidente de la República Vasca’», aclara sobre la identidad de la persona cuyo nombre de pila no figura, aunque sí se indica que reside en Santander y París. «Después de la toma de Santander, el 24.8.37, huyó a París», continúa. No revela sus fuentes, pero la información es correcta. Aquel 24 de agosto del 36 el Euzkadi Buru Batzar ordenó a su afiliado, a la sazón lehendakari del entonces Gobierno de Euzkadi, a abandonar la provincia de Santander. Estaba previsto que el 25 y 26 siguientes las milicias abertzales, organizadas en Euzko Gudarostea (PNV) y Euzko Ekintza (ANV), se entregasen a las fuerzas italianas en Santoña.

Desde París, el Gobierno vasco en el exilio organizaba ante todo la asistencia a los refugiados vascos en territorio francés, aunque también apoyaba al Gobierno de la República desde Catalunya. A esto hace referencia la segunda ficha, escrita a máquina, que data del 16 de marzo de 1938. Consta que «Aguirre es jefe del Gobierno Vasco; sin embargo, ya no tiene ninguna importancia política. Está en contacto con Companys, el líder de los catalanes. Los dos se oponen a la dirección comunista y están siendo vigilados». Este último dato deja lugar a varias interpretaciones, ya que no aclara quién vigilaba a Agirre y Lluis Companys: si los comunistas o los agentes alemanes.

Sin embargo, la segunda ficha de Agirre es obra de la sección A3 de la Gestapa, dedicada a la «observación de los rusos soviéticos y a tratar los extranjeros enemigos del Estado». En 1937, su responsable era el oficial de las SS y policía judicial Erich Schröder, quien en junio de 1941 dirigía el SD en la Embajada alemana de Lisboa. Esta segunda ficha se redacta cuando el Gobierno republicano pasa por una grave crisis interna. Después de varias debacles militares, el presidente de la República, Manuel Azaña, propone una salida negociada a una guerra que se da por perdida. Le respalda una parte del PSOE, pero también los nacionalistas catalanes y vascos. A ello se opone el jefe de Gobierno, Juan Negrín, y otro sector del PSOE y el PCE, que pretenden continuar combatiendo hasta que la guerra civil se convierta en un contienda europea que obligue a Londres y París a luchar con la República contra el fascismo internacional.

La ficha de Leizaola. De estas dos fichas se pueden desprender dos aspectos clave: en 1938, la Gestapo consideraba a Agirre un actor de tan poca importancia que ni se molestó en apuntar su nombre de pila; y tampoco definió a «los vascos» en su totalidad como «adversarios», lo que hubiera supuesto que los arrestaría automáticamente tal y como sí lo hacía con «comunistas» y «judíos».

Esta percepción se ve reforzada por la ficha de otro conocido jelkide, Jesús María de Leizaola. Es nuevamente la Gestapa la que crea este documento, aunque con más esmero que los relativos a Agirre. En el texto escrito a máquina se llama al vicelehendakari por su nombre completo y se incluye también su nacionalidad de «español». Sus residencias están localizadas en «Santander» y en «Francia, St. Juan de Luz». La primera inscripción data también del 26 de agosto de 1937, explicando que «después de la toma de Santander se escapó a Francia». La segunda es del 20 de febrero de 1939, aclarando que es «diputado vasco y ministro de Justicia». Leizaola era consejero de Justicia y Cultura en el primer «Gobierno de Euzkadi». La ficha continua afirmando que «el nº 5 del 3.2.39 ‘Die Zukunft’ incluye un artículo de L. a los lectores sobre la solidaridad democrática».

Esta revista era una publicación del exilio alemán en París. Con ella se pretendía unir, al margen del PC alemán, a diferentes sensibilidades políticas francesas y alemanas para crear un movimiento unitario dentro de la oposición antihitleriana. La Gestapa consideró tan peligroso el proyecto que incluso le abrió un expediente personal a Leizaola, tal y como consta en la ficha. Este documento no se halla en el Archivo Federal. O está en paradero desconocido, o destruido.

Guardado en la RDA. Según informa el Archivo Federal, recibieron las fichas de Agirre y Leizaola cuando a partir de 1990 se procedió a disolver el denominado “Archivo Nacionalsocialista” del Ministerio para la Seguridad del Estado (MfS) de la República Democrática Alemana (RDA), popularmente conocido como la Stasi. Esta institución se dedicó a coleccionar inmensas cantidades de documentos procedentes de la época nazi para los fines propios de un servicio de inteligencia, aunque lo hizo sin contar con expertos capaces de analizar tanta información y sin la ayuda de archiveros. Por eso no se sabe dónde y cuándo llegaron las fichas al MfS, que las reubicó en un fichero titulado genéricamente «Perseguidos por la Gestapo».

A pesar de que disponía de varios servicios secretos, el régimen nazi no contaba con una institución que coordinara la labor de inteligencia. Quizás por eso, la Gestapo no sabía que su Ministerio de Exteriores poseía una foto de Agirre desde 1936. Es, por cierto, hasta ahora la única imagen de uno de los integrantes del Gobierno de Euzkadi que se conserva en una institución nazi. Con motivo de la aprobación del Estatuto de Autonomía y la formación del primer Gobierno Vasco en Gernika, el 7 de octubre de 1936, el encargado de negocios alemán en Alicante Hermann Völckers redactó un informe de tres páginas al que añadió el texto del Estatuto y la portada del diario “ABC” –«diario republicano de izquierdas», según reza su subtítulo– ocupada íntegramente por una foto de Agirre. El diplomático se abstenía de analizar el estatuto: «Porque en el caso de una victoria del Gobierno de Burgos va a desaparecer de nuevo de la realidad política de España». No obstante, reconocía que para el Gobierno de Madrid suponía un éxito, ya que mantenía a los vascos en su bando y podía «dificultar, o sea aplazar, la victoria del Gobierno de Burgos».

Desde Bilbo, la nueva lehendakaritza no tardó en comunicar a la comunidad internacional la existencia del nuevo organismo. «Constituido siete octubre gobierno estado vasco libre», rezaba el telegrama que e envió en noviembre de 1936 a la diplomacia austríaca. Un mes más tarde, el comandante del crucero alemán Königsberg mandó un cable al «presidente de Vizcaya» y recibió como respuesta que tendría que dirigirse al «presidente de Euzkadi».

La República vasca. Paralelamente a la plasmación de Euzkadi como la administración de lo que hasta entonces había sido solo un proyecto político, fuera de nuestros lares se implantó el uso de «República vasca» como su sinónimo, sin que el Gobierno de Agirre o algún partido abertzale hubiera proclamado la misma. El 26 de octubre de 1936 la franquista “Hoja Oficial del Lunes” (edición Gipuzkoa) ya arremetía contra la «República vasca». Después del bombardeo de Gernika, el falangista “Diario de Burgos” se refería a Agirre como el «presidente de la república de Euzkadi». El belga J. E. Potermans, un periodista prorepublicano, titulaba su reportaje como “A través de la República vasca”. También el enviado especial de la agencia Reuters, Christopher Holmes, se refería a la «Basque Republic», como sinónimo del «Euzkadi». Desde la óptica de la ideología nazi y franquista, el concepto de «república» tiene una connotación peyorativa y más en el caso de que se trate de una República vasca.

Aun así, para salvar la vida del excónsul Wilhelm Wakonigg, condenado a muerte por espionaje en Bilbo, Völckers se dirigió por escrito «a su Excelencia el Señor Presidente de Euskadia [sic]». Por el momento es el único documento que demuestra que al menos la diplomacia del Reich había tomado nota de la existencia de Euzkadi. El máximo representante alemán que se encontró oficialmente con Agirre en 1936 por aquel affaire fue el comandante del crucero Köln, Otto Backenköhler. Le describió como un «hombre joven, inteligente y enérgico».

La huida. Estos detalles demuestran que la Gestapo tenía suficiente material y testigos que habían estado con Agirre como para llenar un expediente. Si no lo hizo es porque en 1940-1941 tenía otras prioridades.

Antes de invadir el Estado francés y sus países vecinos en 1940, las Fuerzas Armadas habían decretado, con el visto bueno de Hitler, que solo ellas se harían cargo del control policial sobre el territorio ocupado. Después de las masacres de los oficiales e intelectuales polacos en 1939, organizadas por la Sipo/SD, la Wehrmacht no quería dejar la seguridad en manos de los asesinos de Himmler y Heydrich. La encargó a su servicio secreto militar, la Abwehr, quien con su Geheime Feldpolizei (GFP, Policía Secreta de Campo) contaba con un propio brazo ejecutivo. No obstante, Heydrich sí envió a París clandestinamente a un comando formado por sus agentes y policías secretos. Vestían el uniforme de la GFP, con la que la Gestapo ya había colaborado estrechamente durante la Guerra del 36.

Aun así, tanto la Abwehr como la Gestapo tenían otras prioridades cuando empezaron a funcionar en territorio galo: los militares iban a por los secretos castrenses y, de paso, se preparaban para invadir Inglaterra; los agentes de Heydrich lograron hacerse con el archivo de la Policía francesa y cazaban a refugiados alemanes. En este principio ni unos ni otros tenían un plan concreto sobre qué hacer con los «rojos españoles», que se encontraban refugiados en territorio francés. A la Embajada española le interesaban en primer lugar las finanzas del Gobierno republicano y sus máximos dirigentes. En una lista de personas «en paradero desconocido» datada en agosto de 1940, Madrid informa a Berlín de quiénes no deben partir al extranjero. El único jelkide que aparece es el ministro de Justicia en el Gobierno republicano, Manuel de Irujo. Las detenciones y entregas como la de Lluis Companys se debían más a la iniciativa de policías españoles.

Agirre escapó porque se hallaba en Bélgica, donde logró un pasaporte panameño auténtico con falsa identidad a nombre del doctor en leyes José Andrés Álvares Lastra. Con un bigote y unas gafas cambió de aspecto, mientras que la ayuda financiera del millonario Manuel Ynchausti, afincado en EEUU, le permitió mantener la imagen de un propietario de tierras, protegido por diplomáticos sudamericanos como el cónsul panameño Germán Gil Guardia Jaén. El 14 de mayo de 1941 se reunió con su mujer e hijos en Berlín. Nueve días más tarde la familia abandonó en barco el Reich nazi.

Después de la derrota del nazismo, las dos Alemanias borraron la presencia de la Gestapo. El Ayuntamiento de Berlín oriental cambió el nombre de la calle en Niederkirchnerstrasse, en homenaje a la agente comunista Käthe Niederkirchner, asesinada por las SS. Después el Ayuntamiento de Berlín occidental derribó el edificio y dejó el solar sin edificar. Ahí nació treinta años más tarde la exposición permanente “Topografía del Terror”, que recuerda a los crímenes de la Gestapo y de las SS cometidos desde la Prinz-Albrecht-Strasse.