Patricia Martínez Sastre
RÍO OLÍMPICO

Mucho más que unos Juegos

En poco más de un mes, muchos de los ojos del mundo estarán volcados en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, los primeros que se celebran en Sudamérica. Un evento que irrumpe en el Brasil de las cuatro crisis: económica, sanitaria, política y social.

Cuando Río de Janeiro fue elegida como sede olímpica en 2010, la economía brasileña creció un 7,5% y durante el primer mandato de Dilma Rousseff (2011-14) lo continuó haciendo, año tras año, a un ritmo de un 2,2% de media. Se vaticinaba um país do futuro, una gran potencia ansiosa por beber del cáliz del primer mundo. Pero en 2015 su PIB se contrajo un 3,8%, la exportación de commodities al gigante asiático cayó y el influjo de un mundo sumido en crisis se encargó del resto. A día de hoy, a casi un mes de la ceremonia de apertura y tras una inversión que supera los 39.000 millones de reales (unos 10.000 millones de euros), el Gobierno regional ha declarado el «estado de calamidad pública» ante la falta de fondos que le permita cumplir con su papel de anfitrión.&hTab;

Pese a todo, gracias a un ritmo frenético, con algunas obras operando 24 horas los siete días de la semana, el Parque Olímpico va tomando la forma que muchos se imaginaron hace casi siete años. Estadios como la Arena Carioca 1 o el Centro Olímpico de Tenis están terminados, mientras el resto de instalaciones se hallan en la fase de acabado. «Estamos en el periodo de montar todo lo que es temporal (baños, containers, carpas) y de la parte logística y tecnológica (mobiliario, informática, internet...). Según el cronograma, el 22 de julio el parque estará cerrado y listo para comenzar a acoger los entrenamientos», explica André Mattos, miembro del comité organizador. Tan solo catorce días después, el mundo entero llamará a sus puertas.

El corazón mismo de la llamada «Ciudad Maravillosa» es también un hervidero de máquinas. Obras en la céntrica plaza XV, frente a la legendaria iglesia de la Candelaria o en la plaza Mauá debido a la construcción de un nuevo servicio de metro ligero o VLT (Veículo Leve sobre Trilhos) que conectará la región portuaria y financiera con el aeropuerto Santos Dumont. Lejos de lo prometido por la alcaldía hace más de dos años, a día de hoy tan solo se han inaugurado ocho de las 44 estaciones anunciadas, según denuncia la agencia de fact checking (verificación de datos) Lupa.

Pese a las pocas paradas disponibles, hay muchos ciudadanos deseosos de experimentar este nuevo transporte. «Voy a usarlo bastante y espero que me sea muy útil para huir de los atascos», explica la joven Naiana de Souza mientras aguarda la llegada del último VLT del día. «Es preocupante que se esté trabajando tan encima de la hora –manifiesta Alaide Mille, dueña de una tienda histórica de material náutico–. Por lo menos, esperamos poder mostrarle al mundo una cara un poco más civilizada de nuestro país, que no es solo mujeres desnudas y carnaval», concluye esperanzada.

Lo cierto es que el ambiente que se respira no es del todo pro-olímpico. Los camaleónicos vendedores ambulantes ofrecen paños de cocina, relojes o incluso paraguas en días lluviosos antes que cualquier otro producto de merchandising. La venta de entradas apenas supera el 70% (para los Juegos Paralímpicos de setiembre ronda un 10%) y, cada día que pasa, aumenta el número de deportistas y potenciales espectadores temerosos del zika o del alto grado de inseguridad. «No pienso acudir a ninguna competición. Para mí los Juegos Olímpicos son algo inútil para agradar a los que van a venir, mientras los de aquí se están muriendo en los hospitales, no tienen educación, seguridad...», explica Gustavo de Souza Matos, vendedor de un puesto de palomitas y almendras.

¿Cancelar los JJ.OO? El recelo hacia los que serán los primeros Juegos de Sudamérica, segundos de América Latina, no entiende de banderas ni de especialidades. Grandes nombres del golf, disciplina que reaparece tras 112 años de ausencia, ya han rechazado la invitación; otros como el jugador de la NBA Pau Gasol muestran sus dudas y los que sí han confirmado su presencia están tomando todo tipo de precauciones. El Comité Olímpico Australiano prohibió a sus 450 atletas visitar cualquiera de las favelas de Río; tarea difícil en una ciudad en la que conviven pobreza y riqueza . «Peace and love Australia, please!», les pidió un concienzudo Eduardo Paes, alcalde desde 2009 y gran adalid de estos Juegos.

Aun así hay muchas voces que se han sumado al desaliento. En el mes de mayo, más de un centenar de científicos de los cinco continentes suscribieron una carta dirigida a la directora general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Margaret Chan, solicitando que pospusiera o cancelara la cita deportiva ante el temor de que el zika se convirtiese en una epidemia global. «En base a la evaluación actual, cancelar o cambiar la ubicación de los Juegos Olímpicos de 2016 no alterará significativamente la propagación internacional del virus zika –respondió la OMS en un comunicado–. Brasil es uno de los casi sesenta países y territorios en los que, a fecha de hoy, continúa su transmisión».

En junio, el doctor João Grangeiro, director médico de Río 2016, declaró: «La incidencia del mosquito que transmite el virus es extremadamente baja en agosto y setiembre». En el hemisferio sur, en época invernal el clima no excesivamente cálido reduce la proliferación de larvas del mosquito Aedes aegypti. En apenas un año, más de un millón y medio de brasileños se han contagiado del zika. Sus efectos son similares a los de una gripe y tan solo en mujeres embarazadas se ha relacionado con casos de microcefalia fetal. Curiosamente, la mayoría de estos recién nacidos se encuentran en las áreas más pobres del nordeste brasileño.

Inestabilidad política. El gigante latinoamericano no solo se enfrenta a un duro golpe económico y de salud pública, sino también a uno político después de que la ex-presidenta Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), reelegida en la urnas en 2014, se viese obligada a abandonar su cargo acusada de una falta administrativa. El actual Gobierno interino, capitaneado por el conservador Michel Temer (PMDB) y compuesto, en exclusiva, por diputados hombres y blancos ha provocado una fuerte escalada de descontento social; más después de que unas conversaciones, filtradas por el periódico “Folha de Sao Paulo”, corroborasen la existencia de una conspiración política para «restañar la sangría» de la investigación Lava Jato.

«Cualquiera que sea la definición de ‘golpe’ encaja con lo que ha sucedido en Brasil con respecto a la presidenta Dilma Rousseff. Hubo participación de políticos, de la Justicia y de militares, entre otros. Los motivos no fueron las supuestas ‘maniobras fiscales’. El día de la votación en el Congreso nadie aludió a eso», explica en una entrevista al semanal “Carta Capital” el premio Pulitzer Gleen Greenwald, periodista asentado en Brasil y conocido por desvelar el espionaje global de la NSA gracias a la filtración de Snowden. «En última instancia, el objetivo es aniquilar al PT y cambiar el rumbo del país, imponiendo políticas que nunca habrían sido aceptadas por la población mediante el voto», asegura.

La frase «las `Olimpiadas’ se van a jugar en las calles» resume el ánimo de muchos brasileños, cuya prioridad es el fin del Gobierno de Temer. Se han ocupado edificios públicos en todo el país como medida de protesta, entre ellos el temporalmente extinto Ministerio de Cultura, que mantiene actividades culturales diarias abiertas al público. Marchas multitudinarias al grito de «¡Volta, querida!» piden la restitución de Rousseff e incluso diversas etnias indígenas han roto su silencio, por temor a los posibles retrocesos en los procesos de demarcación de sus tierras. «La mayoría de los políticos aliados de Temer son antiindigenistas. Son los principales autores y articuladores de las políticas que buscan alterar los derechos indígenas: PEC 215, etc.», denuncia el antropólogo y líder kaiowá Tonico Benites.

A nivel internacional, países vecinos como Uruguay, Chile, Bolivia o Ecuador también han manifestado su rechazo. El presidente venezolano Nicolás Maduro, que se enfrenta a una de las peores crisis económicas y políticas dentro de sus fronteras, solicitó a su embajador en Brasil que regresase a Venezuela. &hTab;

Limpieza social pre-Olimpiadas. Existe un refrán popular que dice «Bandido bom é bandido morto» (el ladrón bueno es el ladrón muerto), premisa que en cierta forma apoya la política de «pacificación» instaurada en las favelas de Río. Este proceso de militarización, con la implantación de las primeras Unidades de Policía Pacificadora (UPPs) en el año 2008, está repleto de episodios violentos en los que las principales víctimas son los ciudadanos de a pie (más del 22% de la población habita en ellas). «Dentro de esa lógica conceptual de que la UPP va a llegar y cambiar la vida de las personas, yo no creo que un arma y un puño puedan cambiar la vida de nadie de forma positiva», explica el fotógrafo Léo Lima, vecino de la favela de Jacarezinho.

Según datos del Instituto de Segurança Pública (ISP), en 2015 murieron 644 personas en enfrentamientos con la Policía en el Estado de Río de Janeiro. De ellos, el 77,2% eran negros o mestizos. Durante el despliegue de estos Juegos, unos 85.000 policías y soldados formarán el dispositivo de seguridad; cifra que dobla la de agentes movilizados para los anteriores Juegos de Londres’2012. Sin embargo, la labor de «orden y limpieza» está activa desde mucho antes de la gran cita. Según el último dossier del Comité Popular de Río para la Copa del Mundo de fútbol y los Juegos, al menos 4.120 familias han sido desalojadas de sus casas y 2.486 viven bajo esa amenaza por proyectos relacionados con el macroevento del próximo mes de agosto.

«A veces ven al pobre como una basura que hay que quitar de en medio. No somos basura, somos personas con derechos que tienen que ser respetados. Yo lucho para demostrar que tenemos voz y que existe una solución», explica una orgullosa María da Penha, símbolo de resistencia de la comunidad Vila Autódromo. Esta favela, situada en un terreno fuertemente revalorizado debido a que está a pocos metros del Parque Olímpico, vio su población reducida de 600 a 20 familias en apenas dos años. La mayoría de los vecinos recibieron una indemnización o se mudaron al complejo ocupacional Parque Carioca. Pocos resistieron las presiones, tanto psíquicas como físicas.

De acuerdo con la federación internacional de ONGs Terres de Hommes, a su vez se están produciendo desapariciones de personas sin techo en áreas directamente ligadas a los Juegos. En solo dos meses, de diciembre a febrero de 2016, 869 personas han sido detenidas y 209 personas sin hogar retiradas, según datos de la Secretaría de Estado. «No estoy en contra de los Juegos Olímpicos; sí en contra de utilizar un megaevento para hacer limpieza social y empeorar la vida de las personas que ya viven en una precariedad inmensa», matiza Nathalia Silva, vecina de la Vila Autódromo.

Promesas por cumplir . El actual alcalde Eduardo Paes abrazó la causa de estos Juegos como una oportunidad única para cumplir con el tan repetido lema nacional de «Ordem e progresso». Era el momento de invertir en mejores medios de transporte, descontaminar bahías y lagunas, crear más zonas verdes y, en definitiva, enfrentarse al caos propio de una ciudad con una gran desigualdad social y más de doce millones de habitantes. No obstante, si bien es cierto que se han conseguido algunas mejoras, muchas otras han quedado en el aire ante la falta de concreción de un calendario adecuado y de verdadera voluntad política.

La ya famosa Bahía de Guanabara, en la que tendrán lugar las competiciones de vela, continúa siendo la cloaca de una de cada tres cisternas de la metrópolis. El Gobierno regional invirtió unos 10 millones de euros en la construcción de una unidad de tratamiento con la que purificar parte de las aguas residuales que allí desembocan. Ahora, el Ayuntamiento se niega a asumir sus costes de funcionamiento. «Las autoridades no han hecho nada de lo prometido –reclama el prestigioso biólogo brasileño Mario Moscatelli–. Lo poco que está listo no funciona; es decir, nuestros políticos nunca tuvieron una preocupación real por limpiar esta bahía».

Otra de las grandes promesas realizadas fue la creación de una nueva línea de metro que conectaría el barrio olímpico de Barra da Tijuca con el de Ipanema (Linha 4). A día de hoy, este servicio cuenta con seis de las siete estaciones prometidas, aunque por falta de tiempo solo funcionará a modo de prueba durante un mes, lo que preocupa por motivos de seguridad. Al acabar los Juegos, quedará suspendido temporalmente para ajustar posibles fallos y también después de los Paralímpicos. Solo entonces será liberado para quienes deseen circular por las zonas oeste y sur de la ciudad.

«La zona oeste es la menos poblada de Río. La falta de infraestructuras de transporte en la norte y más allá, en la Baixada Fluminense, es la cuestión más apremiante. Las inversiones en transporte se han diseñado en torno a las necesidades de los Juegos y no de las personas», critica Adam Talbot, investigador de la Universidad de Brighton. La cuestión es que Río tiene un gran problema de tráfico. Muchos cariocas necesitan entre tres y cuatro horas diarias para ir y volver de sus lugares de trabajo. ¿Qué supondrá, en términos de desigualdad, la existencia de infraestructuras que solo benefician a una parte de la ciudad? Esta es la pregunta que muchos se hacen.

Pero el mayor miedo siguen siendo los temidos «elefantes blancos»: esqueletos de cifras astronómicas convertidos en costosos objetos de decoración. Después del fervor de la Copa del Mundo, estadios como el de Brasilia –reformado por la friolera de 488 millones de euros y con una capacidad semejante a la del Maracanã, que nunca completó aforo– es hoy un parking de coches; en el estadio de Natal se celebran fiestas de bodas y el Arena Amazonia de Manaos, una de las doce sedes del Mundial de fútbol de 2012, fue privatizado ante la falta de uso.

«En serio, ¿quién necesita un velódromo?», se pregunta Adam Talbot en referencia a estos Juegos. En medio de esta tormenta de recortes sociales, movilizaciones y bancarrota económica, y tras experiencias indeseables como la de los Juegos de Invierno de Sochi, las alternativas a todo este despilfarro van sumando adeptos. El estudioso del tema olímpico Jules Boykoff propone crear cinco sedes olímpicas permanentes, una en cada continente. «Personalmente, pienso que puede ser la mejor opción para continuar celebrando los Juegos en todo el mundo. De cualquier forma, en pleno siglo XXI, la mayoría de las personas los siguen por televisión», concluye Talbot con ironía.

Desde luego, quienes no podrán protegerse detrás de una pantalla y viver a paixão olímpica desde el confort de sus sofás serán los ciudadanos de Río. El ajetreo de las máquinas excavadoras, los desahucios forzosos, la represión policial... son su pan de cada día. Lo que suceda durante y, sobre todo, después de la gran cita puede ser decisivo. Quizás nos encontremos ante los últimos grandes Juegos Olímpicos celebrados a cualquier coste. Quizás, a partir de ellos, el COI retome los valores éticos y principios fundamentales recogidos en la Carta Olímpica y los próximos Juegos sean diferentes. O quizás, como ya advertía Nietzsche, la historia simplemente se repita.