Mariasun Monzon
eulalia abaitua

Cronista de un mundo que se acaba

Considerada la primera mujer fotógrafa vasca, Eulalia Abaitua capturó cientos de instantáneas en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX. Retrató un mundo que sentía en extinción, inmortalizó a mujeres y hombres anónimos, rompió con los cánones del encuadre y apostó por las últimas innovaciones de la industria fotográfica. El próximo día 28, el Euskal Museoa Bilbao inaugura una exposición con parte de su obra; y la última edición de Getxophoto, que está a punto de finalizar, ha incluido su nombre entre los fotógrafos invitados.

Eulalia Abaitua (1853-1943) era una auténtica desconocida hasta 1990. En esa fecha, una exposición realizada por el Euskal Museoa Bilbao sacó a la luz uno de los tesoros perdidos del patrimonio vasco. “Gure aurreko andrak” mostraba parte del trabajo realizado por esta mujer nacida en Bilbo a mediados de siglo XIX, que fotografió el medio rural y urbano que le rodeaba y que, en palabras de Alberto Shommer, «ahora [1990] sería una gran fotógrafa de la Agencia Magnum». Inmortalizó un mundo que estaba a punto de desaparecer, rastreó los caminos con su retina atenta y captó a las gentes del pueblo en su vivir cotidiano, en sus tareas diarias y en su tiempo de ocio; eligió minuciosamente los temas a fotografiar y se centró en las personas humildes, sin retoques. Hoy está considerada como la primera mujer fotógrafa de Euskal Herria.

Los archivos de Eulalia Abaitua fueron cedidos por sus descendientes al Euskal Museoa Bilbao. Fueron varias entregas, la primera de ellas en 1986, cuarenta y tres años después de la muerte de su autora. Maite Jiménez Ochoa de Alda, técnica del museo y autora del libro “La fotógrafa Eulalia Abaitua”, se congratula de que la familia fuera consciente del «gran valor» que tenían aquellas cajas que habían sobrevivido a una guerra y a varios traslados. «Muchas veces me pregunto, ¿cómo han podido sobrevivir? Porque han pasado una guerra, y cuando te trasladas en una guerra, ¿qué llevas contigo?», reflexiona. Si esos archivos, que contenían no imágenes en papel, sino cristales negativos, los vidrios, las placas, fueron incluidos entre las cosas importantes a rescatar cuando estalló la guerra de 1936, si esos archivos sobrevivieron a los traslados de vivienda y a la muerte de la propia autora, no hay ninguna duda para Jiménez, de que «había un gran amor por ese patrimonio», de que los descendientes eran conscientes de que aquello «era una joya».

Bilbao-Liverpool-Bilbao. Eulalia Abaitua Allende-Salazar nació en 1853 en las Siete Calles de Bilbo, en el seno de una familia burguesa. Su abuelo paterno fue el armador de las corbetas Salesia y Asunción, construidas en los astilleros de Ripa en 1856; y su abuelo materno, guerniqués, fue diputado general de Bizkaia y, posteriormente, miembro del cuerpo consultivo para asuntos forales. Su padre, por su parte, aparece en todos los registros como «caballero, propietario y comerciante». La pequeña Eulalia, al igual que su hermano, se crió con una nodriza tras la muerte de su madre un mes después de su nacimiento; estudió en un colegio de Barcelona, el único de la orden del Sagrado Corazón que existía en la época; y en 1871 se traslada con su familia a Liverpool. Poco después, con diecinueve años, se casa con el ingeniero civil Juan Narciso Olano, muy cercano a la familia Abaitua.

En la década de los setenta del siglo XIX, la fotografía estaba en ebullición en Inglaterra; es precisamente en esa década, y en Liverpool, cuando comenzaban a fabricarse las primeras placas de gelatino-bromuro. Para entonces, las investigaciones de sir David Brewster en Edimburgo y las de Jules Duboscq en París habían conducido a la creación de cámaras estereoscópicas, o cámara en 3D, y de aparatos para ver las fotos resultantes. Y es en ese contexto, donde una joven Eulalia Abaitua tomó su primer contacto con lo que acabaría siendo una de sus pasiones: la fotografía.

Ahondar en las razones que llevaron a esta dama de su tiempo, «esposa de», madre, creyente; ahondar, como decimos, en las razones que llevaron a esta mujer que pertenecía a la elite de la sociedad a incluir la fotografía entre sus prioridades es entrar en el terreno de la especulación, pues no existe ningún testimonio escrito. Maite Jiménez cree que su estancia en Liverpool fue clave y, posiblemente, le influyó la obra de Julia Margaret Cameron, expuesta con regularidad en lo que hoy es el British Museum, una institución que en aquella época se volcó en la fotografía. «Desde pequeña, Eulalia Abaitua vio lo que era la fotografía, porque se conservan muchos retratos de ella con seis, ocho, catorce... años. También vivió en Inglaterra en un momento en el que la fotografía estaba en ebullición. Pero además de esto –comenta la técnica del museo vasco–, algo le tuvo que salir de dentro para decir ‘yo también puedo’». «A mí no se me ocurre otra cosa que fuera la obra de Julia Margaret Cameron la que le influyó», concluye, no sin antes dejar claro que solo es una hipótesis.

De regreso a Euskal Herria, en torno a 1878, el matrimonio Olano-Abaitua se instaló en la que fuera Anteiglesia de Begoña, anexionada a Bilbo a partir de 1925. Allí construyeron su residencia, una mansión de estilo inglés conocida como el “palacio del Pino”, por la que pasaron todo tipo de personalidades relevantes de la sociedad bilbaina y vizcaina del momento. Además, su proximidad física con la Basílica hacía de su casa un punto de referencia para las más altas autoridades religiosas, tal como reflejan las fotografías tomadas por ella con motivo de la coronación de la Virgen de Begoña en 1900 (en una de ellas, se ve al enviado del Papa en el salón de su casa).

Y fue en el palacio del Pino, también, donde realizó la mayoría de sus retratos de la vida privada. Son fotografías intimistas, en las que los protagonistas son su marido, sus hijas y, sobre todo, sus nietos. El personal de servicio (añas, niñeras, doncellas, jardineros, cocineras...), así como su hermano Felipe y su cuñada Ana, que vivían en la casa de al lado, un palacio idéntico al de los Olano-Abaitua, también aparecen en numerosas instantáneas de la intimidad familiar. «Eulalia desarrolló este contenido generando gran variedad de tomas, interiores y exteriores, con las fachadas de su casa como fondo, en los bancos y veladores de la terraza y en el césped. Siempre con la luz natural como su aliada y cómplice», explica Maite Jiménez en su libro biográfico.

Los retratos, un encuadre diferente. La obra de Eulalia Abaitua se asoma tanto al interior de su vida cotidiana como al universo exterior en el que transcurre el mundo urbano de Bilbo, en contraposición con el mundo rural vizcaino; conjuga el trabajo de reportera gráfica a pie de calle con ese «más delicado» de la fotografía de medio plano. «Hay mucha calidad en su obra, aunque, evidentemente, hay diferencia entre las fotos de reporter y las otras», comenta Maite Jiménez, quien clasifica su trabajo en cuatro grandes apartados: la vida privada familiar, el mundo rural y urbano, los viajes y los retratos.

En las seis exposiciones que ha realizado hasta ahora el Euskal Museoa Bilbao –el próximo día 28, inaugura la que será la séptima– queda patente el interés de esta fotógrafa por las personas. Si bien su cámara se detuvo también ante la arquitectura urbana o el paisaje, su verdadero leif motiv fueron las gentes que habitaban el lugar. Y en este escenario, los retratos son uno de sus sellos de identidad, por su particular e innovadora forma de plantearlos. «En contraposición con los profesionales del retrato de la época, que los escenificaban y recargaban de forma excesiva, la obra de Eulalia Abaitua transmite la limpieza de ver el mundo que le rodea sin artificio y siempre con el elemento humano como protagonista (...). Se ve una forma de encuadrar que no sigue ningún canon formal predeterminado», escribe Patxi Cobo en el catálogo de la exposición “Miradas del pasado” (Euskal Museoa Bilbao, 1998).

Campesinos, peregrinos, gitanos que, acampados en Santutxu, pasaron por el palacio del Pino para vender o intercambiar sus productos; mujeres, muchas mujeres, ante la puerta de su casa, ataviadas con sus mejores galas, distintas generaciones en una misma instantánea, ancianas, jóvenes, solas o en pareja, de frente, de perfil... Son fotografías que se han hecho en el exterior, pero perfectamente podrían haberse hecho en un estudio, porque, como apunta Maite Jiménez, «desde el momento en que tú ves a una persona como objeto fotografiable y decides que le pones una tela detrás para evitar toda distracción, es que estás haciendo algo riguroso con respecto a lo que tú quieres fotografiar, que es esa persona, ese rosto, ese perfil, ese pañuelo, la oreja, la medalla... Resaltarlo, porque si dejas el fondo te distrae». «Hay veces en las que no viajaba con la tela –añade–, y también en estas ocasiones se ve su empeño en que no haya distorsiones, en que el objeto de su deseo, que es la persona, aparezca realmente como es». Una apreciación que queda patente en numerosas instantáneas en las que la persona fotografiada aparece con una pared lo más neutra posible como fondo.

Reportera de su tiempo. «Esta mujer no busca el arte por el arte, ni tampoco el juego de luces o las composiciones rebuscadas, es una auténtica reportera», escribe Alberto Schommer en el catálogo de la exposición “Gure aurreko Andrak”. Los espacios urbanos de Bilbo, las localidades de las márgenes de la Ría, el valle de Arratia, la anteiglesia de Begoña, Lekeitio, Ondarroa, Txatxarramendi, Bermeo, Mundaka... Cualquier escenario o pose le resultaba interesante para atrapar el ambiente.

En la anteiglesia de Begoña, sus habitantes y los acontecimientos de cada momento fueron su «objeto mimado»; se implicó como reportera gráfica hasta el fondo y retrató sin descanso todo lo que ocurría en el entorno: las celebraciones civiles y religiosas, las ferias de ganado, los bailes, las comidas, el agua de las fuentes, el transitar por los caminos, las bodas, las procesiones, los peregrinos y, cómo no, la vida diaria. Era su ámbito más cercano y conocía a sus gentes: a Tomasa y Brígida, que daban chocolate con bolado en la casa de “la Novena”; a la ponchera, que colocaba su puesto delante de la puerta del santuario; a la lavandera Rosario Arabiourrutia, del caserío Boni; al escultor Bernabé de Garamendi, con quien hablaba de vez en cuando; a los del chacolí Macharratia, a los sacerdotes de la Basílica...

Pero si Begoña era «su objeto mimado», la Ría era algo «que llevaba muy dentro». La Ría con sus barcos, el trajín del transporte y las mercancías, los bañistas, las procesiones marineras, las regatas, la construcción y botadura de barcos, los pescadores y la llegada a puerto de las embarcaciones, las sardineras, el Puente Colgante, los Altos Hornos... Instantáneas tomadas en Bilbo, Sestao, Portugalete, Santurtzi, Las Arenas o Algorta que, «desvaneciendo rostros, lugares y acontecimientos, nos permite mirar hacia atrás y repasar la vida», apunta Jiménez. Sin embargo, hay una ausencia en este retrato de la Ría. Falta la clase obrera siderúrgica. Eulalia Abaitua fotografía Altos Hornos, sí, pero lo hace desde el otro lado, desde la Margen Derecha; no entra en la fábrica, cuando hay constancia de que en 1900 hay fotógrafos que sí lo hacen. ¿Por qué?, se pregunta Maite Jiménez. «No lo sabemos», se responde a sí misma: «Entra en ese otro mundo de la agricultura, sobre todo en el mundo del caserío, que ve que se acaba. Yo creo que ella es consciente de que ese mundo se acaba, porque lo que viene es lo otro, lo otro que ella, precisamente, no fotografía, la industria, el movimiento obrero. Y se da cuenta de que hay gente de los caseríos que se están yendo, que están abandonando los caseríos para ir a la fábrica...».

Las mujeres, las grandes protagonistas. Eulalia Abaitua no era fotógrafa de mujeres. Su cámara captó la vida de la gente, de mujeres y hombres. Llama la atención, sin embargo, las numerosas instantáneas en las que estas adquieren protagonismo. Si ya en el retrato queda patente esta presencia femenina, cuando se acerca al mundo laboral, se mantiene esa constante. No importa que estén en grupo: en el caserío haciendo chorizos, labrando la tierra, con los bueyes; en el puerto esperando la llegada de los barcos, en el mercado de la Ribera de Bilbo... Siempre están en primer plano, cobran presencia, incluso en ese mundo laboral en el que conviven con los hombres.

Mujeres trabajando, sustentando lo doméstico o como asalariadas, en la ciudad, en la costa o en el campo. Cocinar, hilar, lavar, coser, descargar barcos, de mercancía o de pesca; cargar carbón, reparar redes, layar, segar..., un sinfín de quehaceres que nos hablan del duro esfuerzo cotidiano donde, a pesar de todo, algunas veces se dibujan sonrisas. Lo muestran numerosas imágenes en las que se ve que no están posando; sin embargo, levantan la cabeza y sonríen a la fotógrafa. Arantza Pareja y Karmele Zarraga, en su publicación “Profesiones, oficios y tareas de las mujeres en Bizkaia” (2006), consideran a Eulalia Abaitua como «pionera» en este ámbito, porque «recoge con gran agudeza el mundo laboral de la mujer vasca».

En este contexto, Maite Jiménez destaca, además, la empatía, la complicidad y el entendimiento que se da entre la fotógrafa y las mujeres hacia las que enfoca su cámara. «Si algo tienen en común estas fotografías, además del género, son la ternura, la empatía y la comunicación que se respira entre estas y la fotógrafa», se puede leer en el libro de Jiménez. «En algunos casos, se ve que capta el instante, pero en otros les dice: ‘para un momento, por favor’. Y lo hacen», añade.

Con la “A” de Abaitua. El Archivo Abaitua, hoy bajo custodia del Euskal Museoa Bilbao, consta de algo más de 2.500 placas de vidrio, la mayoría estereoscópicas en blanco y negro; y, según Maite Jiménez, el núcleo fuerte de su trabajo está entre 1895 y 1910. «Es cuando trabaja en placas estereoscópicas. Porque también tiene trabajos en otros formatos, pero creo que no son representativos de su obra. No son Abaitua», señala. No obstante, la técnica del museo vasco destaca las 25 o 30 placas en color que realizó, justo en la época en que los hermanos Lumière crearon la fotografía en color, a principios del sigo XX. «Da la sensación de que era una mujer muy curiosa; estaba en contacto con lo que pasaba en el mundo de la fotografía, con las innovaciones, con todo lo que se cocía en ese mundo».

La exposición que inaugura el museo el próximo día 28 ahonda, precisamente, en el trabajo estereoscópico de Eulalia Abaitua. “Estereoskopiak 16 + 16”, la séptima desde aquella “Gure aurreko andrak˝ de 1990, es una muestra que rompe con los formatos habituales: habrá que verla con gafas para 3D y, además, escucharla. La exposición recoge dieciséis fotografías en tres dimensiones, en formato anaglifo, cada una de las cuales es comentada por una escritora en euskara. Una muestra que aúna el pasado visual con el presente oral.

A pesar de no ser una fotógrafa profesional, cosa impensable en la sociedad bilbaina de su tiempo, Eulalia firma su trabajo fotográfico. Y lo hace con la “A” inicial de su apellido, no como «sra. de Olano», como oficialmente constaba. De nuevo, la sorpresa y, de nuevo, las preguntas sin respuesta. «Tal vez –sugiere Maite Jiménez–, esa ‘A’ sea la sutil reanimación de una mujer que sintió en sus años de vida en Inglaterra el eco del movimiento sufragista y que, a pesar de asumir las normas sociales de su época, buscaba a través de la fotografía y de su firma personal algo más, quizás dejar una huella imborrable, que fuera más allá del tiempo que le tocó vivir».