Juanma Costoya
AUGE DE LA DERECHA

El esperpento polaco

Algo sucede en Polonia cuando algunas declaraciones e iniciativas de sus responsables políticos pueden ser citadas como ejemplos de esperpento. Para Witold Waszczynowski, ministro de Asuntos Exteriores, es necesario acabar con una Europa «de vegetarianos y ciclistas». Sus declaraciones complementan la iniciativa de su compañera de partido Ewa Sowinska cuando, en el 2007 y ejerciendo el cargo de Defensora del Menor, anunció que su departamento estudiaría si uno de los teletubbies, Tinky Winky, promovía la homosexualidad entre los niños.

Las elecciones de octubre de 2015 volvieron a otorgar el poder, tras ocho años en la oposición y esta vez con mayoría absoluta, al partido ultraconservador Ley y Justicia (PiS, por sus siglas en polaco). En apenas doce meses y usando su rodillo parlamentario, el Ejecutivo presidido por Beata Szydlo ha impulsado una controvertida serie de medidas y aprobado decretos basados en un ideario de ultraderecha. Las alarmas han saltado en amplios sectores de la ciudadanía polaca, la oposición política y en la Unión Europea. El presidente del Parlamento Europeo, Martin Schultz, comentó que la reforma del Tribunal Constitucional auspiciada por Varsovia era un «golpe de Estado».

No es la única medida aprobada por el PiS que ha encendido las luces rojas en Bruselas. La legislación que trataba de restringir aún más la ya de por sí restrictiva ley de derecho al aborto –el Parlamento dio finalmente marcha atrás tras la presión popular–, la negativa a aceptar las cuotas de refugiados determinadas por la Unión, la reforma de los medios de comunicación que se ha traducido en despidos masivos en la radio y televisión públicas, el control de internet, la ofensiva contra las uniones homosexuales o el no reconocimiento de las parejas de hecho son otras tantas iniciativas del Gobierno polaco.

El PiS no olvida que la última vez que alcanzó el poder, entre 2005 y 2007, el Tribunal Constitucional dificultó en gran medida sus propósitos. El Ejecutivo de Varsovia trata ahora de desactivar el poder independiente del alto tribunal convirtiéndolo en una marioneta a su servicio. Con idéntico objetivo busca convertir al ministro de Justicia en fiscal general del Estado, lo que le permitiría influir directamente en las investigaciones judiciales. Estas políticas tienen consecuencias prácticas inmediatas: las mujeres cruzan de nuevo la frontera con la República Checa o Eslovaquia para abortar, se suspende la educación sexual en las escuelas y se restringe la ley de fecundación asistida. De telón de fondo, la muy poderosa Iglesia Católica polaca en un país donde más del 40% de sus habitantes declara asistir a misa regularmente.

Los gemelos Kaczynski. La fragmentada oposición polaca considera que la presidenta del PiS, Beata Szydlo, es solo una mujer de paja manejada en la sombra por Jaroslaw Kaczynski, quien ya fuera primer ministro del país entre 2005 y 2007. Jaroslaw es el hermano mayor, por 45 minutos, de una pareja de gemelos citada en la historia reciente de Polonia por los más diversos motivos. En su infancia protagonizaron una película de éxito, “Los dos que robaron la luna”, y años más tarde rizaron el rizo cuando Lech y Jaroslaw, los dos abogados, se auparon respectivamente a la presidencia y al sillón de primer ministro de Polonia. El hermano de Jaroslaw, Lech, ostentaba ese cargo cuando el 10 de abril del 2010 falleció en accidente de aviación en las inmediaciones del aeropuerto militar ruso de Smolensk. La tragedia costó la vida a otras 95 personas y descabezó al Ejecutivo, al Estado Mayor del Ejército y a la Iglesia polaca.

Lech y su numeroso séquito se dirigían al bosque de Katyn para rendir homenaje a los más de 20.000 polacos ejecutados entre abril y mayo de 1940. La matanza fue atribuida a Stalin y ejecutada por el NKVD soviético a las órdenes de Lavrenti Beria.

Tras el accidente de aviación la teoría de la conspiración se puso inmediatamente en marcha y Jaroslaw, el actual hombre fuerte del país, habló de «caídos» al referirse a las víctimas. El gemelo mayor nunca dio por buenas las explicaciones de Moscú, que justificaron el accidente como fruto de la mezcla entre la temeridad del piloto y la densa niebla que cubría el aeródromo. Tampoco perdonó que el primer ministro polaco –Donald Tusk, líder del partido preeuropeo Plataforma Cívica y que ocupó este cargo entre 2007-14–, diera por satisfactorias las explicaciones de Putin al respecto.

Y esta es una de las claves que arroja luz sobre la actual política del PiS: la escasa calidad democrática que se traduce en permanente revancha sobre el pasado, el inmediato y el lejano; el revisionismo y la derogación sistemática de todas las leyes y disposiciones aprobadas por el partido Plataforma Cívica que ocupaba el poder antes de la rotunda victoria del PiS.

Ultraderecha vs. derecha. El hecho es que en los últimos años Polonia ha estado dominada por dos partidos de derechas: el PiS, de carácter ultraconservador y nacionalista, y Plataforma Cívica, una agrupación más homologable a las exigencias europeas, integrada por una mezcla de liberales y conservadores. La polarización entre los dos grupos y también entre la sociedad polaca es clara. Los segundos, formados en general por minorías elitistas y poblaciones urbanas, acusan al Gobierno presidido por Szdylo de dar un golpe de Estado. El actual Ejecutivo y sus partidarios, reclutados en un principio entre los habitantes de las ciudades pequeñas y el poderoso campo polaco, acusan al resto de convertirse en siervos de una Unión Europea que se vincula en este contexto con el fin del catolicismo, la igualdad de género, la homosexualidad y el aborto. Y eso, añaden, supone traicionar las esencias históricas polacas: las que hablan de familia, de catolicismo a ultranza y de sus habitantes como un baluarte que salvó históricamente a Europa de la barbarie que llegaba desde el este. En el mismo saco mongoles primero, y bolcheviques, después, ahora sustituidos por una nueva amenaza: los inmigrantes. Ambos bandos están muy enfrentados y algunos analistas han utilizado el término «guerra civil fría» para describir el ambiente. Y es que la democracia se entiende aquí como el poder omnímodo de la mayoría, no como una forma de gobierno que prime el pacto entre desiguales y que respete a las minorías. Algo más ayuda a perpetuar este tipo de políticas: la ausencia de una Administración independiente, lo que permite que funcionarios y otros profesionales especializados sean trasladados o degradados con cada nuevo Ejecutivo. Esta es, precisamente, una de las exigencias de una parte de la sociedad civil polaca aglutinada bajo las siglas KOD (Comité para la Defensa de la Democracia) y que ve en la formación de una Función Pública independiente, bien pagada y protegida de decisiones políticas arbitrarias la garantía de que iniciativas como las que lleva adelante el gobierno del PiS no puedan repetirse.

Anticomunismo. El PiS manipula a su conveniencia la historia reciente de Polonia, un material inflamable teniendo en cuenta, entre otros factores, el baile de fronteras ocurrido antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Los traumas colectivos tienen un campo abonado en Polonia. Las ocupaciones nazi y soviética y el antisemitismo son el frondoso árbol siniestro que alcanza con su sombra a la actualidad polaca. Hasta hace un decenio había un cierto consenso en asentar las bases de la Polonia moderna en las protestas sindicales de los años ochenta y en la epopeya del sindicato Solidarnosc, nacido en el astillero báltico de Gdansk. Pero los hermanos Kaczynski han primado el retroceso en el tiempo hasta encontrar los cimientos del edificio polaco en la insurrección de Varsovia contra los nazis en 1944.

Más aún. Entre las dos grandes tradiciones nacionalistas polacas, la representada por Józef Pilsudsky (1867-1935) partidario de una Gran Polonia que se funda con las Repúblicas Bálticas y otros países del sur, y el modelo excluyente defendido por Roman Dmowski (1864-1939), en el que el único polaco es el polaco étnicamente «puro», los hermanos Kaczynski escogieron las tesis defendidas por este último. A su particular guiso histórico añadieron un ingrediente fundamental: el anticomunismo. A pesar de que los gemelos Kaczynski se iniciaron en política en Solidarnosc, este cambio de paradigma supuso un alejamiento del histórico sindicalista y más tarde presidente del país entre 1991-1995, Lech Walesa. Las tibias relaciones con el histórico líder se enfriaron hasta el punto de congelación cuando Walesa hizo una alusión sobre un gemelo homosexual, en velada referencia a Jaroslaw, quien hasta la muerte de su madre en 2013 vivió con ella y al que nunca se le ha conocido pareja. Poco tiempo después el propio Walesa pedía un referéndum con el objetivo de revocar al actual Gobierno del PiS, al que acusa de antidemocrático.

También en el sindicato Solidaridad convivían dos corrientes que pueden ser consideradas antecedentes directos de la actual situación. Un ala del sindicato, formada por intelectuales laicos y liberales, era partidaria de poner en marcha políticas de inclusión que modernizasen Polonia y la alejaran de la influencia de la nomenclatura comunista. El objetivo era la convergencia con Europa occidental. Otro sector, en la que militaban conservadores y anticomunistas, hizo de la ruptura con el pasado su estandarte. La política de exclusión de los comunistas era su absoluta prioridad. Eso les llevó a la glorificación de las tradiciones y el catolicismo polaco y de ese núcleo acabó surgiendo el PiS. El anticomunismo es otro de los factores que explica también la caída en desgracia de Walesa, a quien se acusa ahora veladamente de haber sido un topo comunista dentro del astillero de Gdansk. El revisionismo alcanza también a glorias de las letras polacas como el reportero y escritor Ryszard Kapuscinski. El muy publicitado libro de Artur Domoslawski “Kapuscinski Non-Fiction” ayudó no solo a poner en duda su profesionalidad sino también a difundir un perfil en el que se alude a su militancia comunista de juventud como clave para entender su ascenso profesional.

Antisemitismo. Otro escollo en el que se estrella el actual Ejecutivo de Varsovia es el del antisemitismo. En el recuerdo de muchos campesinos polacos la palabra judío y bolchevique son equivalentes. No se olvida que muchos dirigentes comunistas de primera hora eran judíos, así como muchos de los que impulsaron la colectivización de las tierras. En el distrito de Muranów, en el centro de Varsovia, se inauguró en 2013 el apabullante Museo Polin, que recoge en sus 4.200 metros cuadrados la historia de los judíos polacos desde la Edad Media hasta la deportación y el exterminio a manos de los nazis. Algunas voces críticas señalan que quiere borrarse la mala conciencia con inauguraciones. Apenas quedan trazas del gueto de Varsovia, ahogado su muro por la especulación urbanística y por la sombra de los rascacielos del distrito financiero. Ausentes los judíos, apenas 8.000 ciudadanos frente a los tres millones que vivieron en la década de los treinta, el antisemitismo se vuelca ahora con las obras de intelectuales y artistas polacos.

El drama “Ida” (2013), dirigido por Pawel Pawlikowski, se alzó en el 2015 con el Oscar a la mejor película de habla no inglesa. La televisión pública polaca la programó a finales de febrero de este año. Fue precedida de una presentación en la que se la calificó de «difamatoria», «insulto al pueblo», «antipolaca», de carecer de rigor histórico y de exagerar negativamente el papel de los polacos durante la ocupación nazi. Parecido acoso viene sufriendo el profesor e historiador polaco Jan T. Gross, autor del ensayo “Vecinos”. En su obra documenta la masacre cometida en 1941 y atribuida a las SS en el pueblo de Jedwabne. Su investigación demostró que los nazis nada tuvieron que ver con la matanza de los judíos de la localidad, perpetrada en realidad por sus vecinos polacos. Los medios oficiales de comunicación controlados por el PiS han rebajado a Gross de historiador a novelista y han promovido un debate cuyo objetivo es despojar al profesor de Princeton de la Orden del Mérito Civil concedida años atrás. Gross es también el autor de un artículo publicado en el diario alemán “Die Welt”, titulado “La vergüenza de Europa del Este”, en el que se reprocha a los gobiernos de Polonia, Hungría y Eslovaquia su insolidaridad con los refugiados.

Algunos analistas señalan que la orbanización de Polonia (en referencia a Víktor Orban, primer ministro húngaro, artífice de la militarización de sus fronteras, de las expulsiones en caliente y de la estigmatización de los musulmanes) no es sino un paso previo a la orbanización progresiva de toda la Unión Europa. El cierre de fronteras, la creación de un futuro ejército europeo y otras medidas populistas estudiadas por Bruselas apuntarían en esta dirección. De momento, uno de los caballos de batalla del Brexit fue la denuncia por parte del UKIP (el partido antieuropeo británico) de la libre circulación de personas por la UE. En una perfecta ironía histórica, la emigración polaca en el Reino Unido fue uno de los ejemplos más citados, junto a la de los musulmanes, para justificar el abandono de la Unión.