Mertxe Aizpurua
Elkarrizketa
José luis Paulín

«Si no denunciamos la injusticia que hay tras cada necesidad de cooperación, somos cómplices de ella»

Además de su profesión como médico –tiene las especialidades de Medicina Familiar y Cirugía Ortopédica y Traumatología–, José Luis Paulín Seijas (Donostia, 1961) dedica a la cooperación una parte importante de su vida. Si algo tiene claro es lo que hay detrás del término cooperación: «Algo que vaya a beneficiar a terceros sin que tú vayas a sacar absolutamente nada de ello por hacer esa actuación». Ese es su concepto, que no necesariamente implica salir fuera. «Se puede hacer aquí, allí o más lejos». Su primera labor de voluntariado le llevó a colaborar con la DYA cuando todavía cursaba los estudios de Medicina. Posteriormente, como cooperante ha desarrollado su tarea en distintas comunidades indígenas de Ecuador, en Camboya y en los campamentos de refugiados saharauis, la «niña bonita» de su labor solidaria a donde ha acudido ya en diecisiete ocasiones como parte del equipo de Salud del Sahara de la ONG Mundubat, que apoya desde 1996 la infraestructura sanitaria de los campamentos. Ese bagaje le ha aportado conocimientos y experiencias. Y los ha volcado en un libro en el que, además, ha puesto mucha alma. “Cooperación. Verdades, mentiras y vivencias de una ¿utopía?” es su título. Lejos de tecnicismos, pone por delante sus sentimientos, y se dedica a responder a las dudas y los mitos que la causa de la cooperación alienta entre el común de los mortales. La desmitifica también. «No somos especiales –comenta en un momento de la entrevista–, pero tampoco perroflautas». Antes de decidirse a escribir el libro analizó lo que se había escrito sobre el tema. Encontró demasiados análisis sociopolíticos y económicos. Y esto le empujó a elaborar un libro humanista que interpela de persona a persona y extrae la cuestión de la cooperación de su espacio habitual. Paulín asocia las dudas y recelos por él percibidos a hechos y anécdotas vividas, con el objetivo de «pescar» y llegar precisamente a las personas que no se mueven en este ámbito, «para que empiecen a plantearse y cuestionarse cosas».

Todos los beneficios del libro, editado por Bellaterra, van destinados al equipo de salud Mundubat, ONG que, según Paulín, cumple los requisitos de lo que debe ser una buena organización cooperante, incluido el del compromiso político.

La Declaración de la ONU establece la igualdad de derechos para todos los seres humanos. ¿Es quizá una de las mayores mentiras del siglo XX?

Es, a la vez, la mayor mentira y la mayor verdad. Lo que dice la ONU debería ser así; todos deberíamos nacer en igualdad de derechos. Eso es verdad. Y la realidad, la otra verdad, triste y paradójica verdad, es que simplemente por el hecho de nacer en un punto del planeta, sin haber hecho nada para ganarlo, algunos tenemos una serie de derechos –hay quien dice que son privilegios, para mí son derechos– y, al mismo tiempo, en otro lugar del mundo, también sin haber hecho nada para merecerlo, se nace con una cadena perpetua que ata a la miseria y a la injusticia.

En ese desequilibrio ha conocido muchos mundos diferentes, el indígena entre ellos. ¿Cómo calificaría lo que se ha hecho con estas comunidades?

No tiene nombre. Hay quien lo llama holocausto y quien lo denomina otrocidio, por la eliminación directa del otro, que es lo que se ha hecho y lo que se sigue haciendo con el mundo indígena. Las indígenas son las personas originarias de una tierra desde la noche de los tiempos; tienen unos derechos por haber estado manteniendo y haber sobrevivido durante todo ese tiempo en ese lugar, y son un acumulacion de testimonio, de cultura y de humanidad que estamos perdiendo cuando los eliminamos o, simplemente, los apartamos por unos intereses que son más propios de nuestra tribu. Lo que se hizo en América, ni te cuento, pero lo que se sigue haciendo ahora en las selvas del sudeste asiático, en la Amazonía o con los bosquimanos de África, sigue siendo algo que no tiene nombre.

Señala en su libro que detrás de cada necesidad de cooperación hay una injusticia que denunciar porque, de lo contrario, el trabajo de las ONG quedaría relegado a un plano asistencial.

No solo eso, es que si no lo hacemos nos convertimos en cómplices de esa injusticia. Ese es uno de los tres pilares en los que yo entiendo que debe sustentarse la cooperación. El primero es la acción directa, lo que haya que hacer, el arquitecto que proyecte la escuela, el albañil que la construya, el maestro que dé clase o el médico que cure, pero el segundo es la denuncia, porque detrás de una situación de necesidad siempre hay un porqué. Está demostrado que los recursos del planeta son suficientes para mantener de forma digna a toda la humanidad y, si hay una necesidad continuada, siempre hay un porqué. Hay que buscar la raíz del problema, del mismo modo que los médicos sabemos que para combatir una enfermedad no sirven los parches y las tiritas. En esto es exactamente igual. Hay que identificar la causa de esa necesidad de cooperación y hay que denunciarla, con nombres y apellidos de personas o instituciones.

¿Y resulta difícil hacerlo?

Hay que hacerlo en el momento adecuado y de la manera adecuada, porque es muy complicado y sí, muy difícil, porque te puedes estar jugando las habas del leitmotiv de tu propio proyecto. A la hora de dar caridad todos salimos en la foto; a la hora de decir que quien ha dado esa caridad es el responsable de lo que está ocurriendo en ese lugar, empezamos a tener problemas, pero la denuncia es imprescindible.

¿Esa es la razón de que la gran mayoría de ONG opten por no embarrarse en esos lodos?

Sí, esa es una razón muy importante. Esto es así y yo lo he vivido en primera persona. Concretamente, con el tema de los refugiados saharauis prácticamente no hay ayuntamiento ni institución que no aporte para los niños, para comida o para medicinas… pero si pones sobre la mesa que los compañeros de partido de esa institución participan activamente en el conflicto que mantiene a los refugiados en esa situación porque no adoptan el posicionamiento político necesario para solucionarlo, entonces se cortan muchos grifos.

Lo que nos mueve a considerar que las ONG están absorbidas por el sistema.

También hablo de esto en el libro. He intentado recoger las dudas y comentarios que oigo en la calle, en el bar, entre amigos y conocidos sobre la cooperación, y he procurado darles respuesta con mis impresiones y mis vivencias. Una de ellas es esa frase de «no me fío de las ONG». Porque no llegan, porque están politizadas, porque son religiosas o por lo que sea. Y claro que sí, hay diferentes tipos de ONG, como hay diferentes tipos de personas, diferentes objetivos y diferentes formas de enfocar en un momento dado la asistencia. Siempre la va a haber. Pero, en mi opinión, en primer lugar debemos darnos cuenta de que todos tenemos que hacer algo; cada uno de nosotros, no solo los políticos, no solo la sociedad en general, sino cada uno como individuo en aquella organización o aquel ámbito que concuerde más con la propia manera de ver las cosas. O crearlo nosotros, que también podemos crear el espacio personal para nuestra actividad. Evidentemente, ONG las hay de todos tipos, colores, tamaños y formas. A veces se uniformiza todo demasiado, muchas veces hacia la demagogia, tanto para un lado como para otro.

Habla también de las misiones humanitarias.

Fíjate qué nombre. ¿Quién puede estar en contra de una misión humanitaria? Nadie. ¿Y quién lleva las misiones humanitarias? Los ejércitos, que están formados para matar, para destruir, para obedecer, para proteger si te lo ordenan, pero si al momento siguiente te ordenan destruir esa escuela que hasta entonces has protegido, la destruyes. Actúan con tanques y bombas de racimo. Un ejército está para destruir. Atacando o defendiendo, pero para destruir. El lenguaje occidental cada vez más disfraza con nombres bonitos cosas que no son verdad. Algo que está pensado para un objetivo de destrucción no puede ser una misión humanitaria. Será necesario o no, yo no lo discuto, posiblemente los ejércitos sean necesarios, pero debemos llamar a las cosas por su nombre. Hay ONG que incluso van incrustradas en los propios ejércitos, no solo es que es mentira que eso sea una mision humanitaria, sino que además están haciendo un gran daño a las verdaderas misiones humanitarias de la gente que trabaja sin ningún otro condicionamiento y que para el enemigo, muchas veces, forman parte del frente militar. Ha habido numerosos casos de muertes de cooperantes a quienes acusaban de formar parte del ejército invasor, porque el ejército invasor, muchas veces, se disfraza de misión humanitaria con la Cruz Roja o el logo de Médicos sin Fronteras.

¿Las ayudas oficiales al desarrollo contribuyen a despolitizar la pobreza?

Sí, dentro de la cooperación y la solidaridad siempre ha existido el factor del mero asistencialismo; lo hemos conocido históricamente con los clásicos misioneros. Por un lado, han hecho una labor de la pera, pero, por otro, se han dedicado a dar de comer al hambriento, a poner una escuela en un lugar y, después de estar 150 años en una comunidad, el día que se van, esta queda exactamente igual que estaba antes de que llegaran. Sin implementación, es una cooperación básicamente asistencial. La mayoría de los presupuestos de ayudas al desarrollo se destinan a esto y las que no, subvencionan proyectos de forma tan condicionada o limitada que hacen imposible desarrollar un trabajo a largo plazo para poder implementar algo más sólido. Son ayudas que se van dando de año en año. Ningún proyecto de nuestra sociedad modernizada occidental y avanzada se puede plantear a un año o dos años vista. En dos años no puedes cambiar nada.

¿Servirá para el lavado de la conciencia?

Pasa también con mucha gente famosa, con muchas empresas realmente poderosas que, de tanto en tanto, hacen donaciones millonarias para una u otra organización. Si todo eso que han dado para esa organización lo implementaran en su propio funcionamiento, en la cadena de trabajo o montaje del producto sería más eficaz y mejor. Me estoy acordando de las grandes empresas textiles, por ejemplo. Yo les diría que no basaran su cooperación en dar a una ONG no sé cuánto dinero para que den de comer en África o en Asia. Que implementaran en su cadena de fabricación una transversalidad asegurando que desde el inicio hasta el final se cumplen una serie de parámetros éticos con las personas. Que se dediquen a poner la trazabilidad, una etiqueta que nos diga que esa prenda se ha hecho con parámetros éticos desde su origen, como se hace con el comercio justo. Yo abogo por ello, por exigir esa trazabilidad de todo lo que consumimos, porque el consumismo de aquí es la gran fuente de la desgracia del resto de la humanidad.

¿La dinámica meramente asistencial crea, además, dependencia?

Sin duda. Hay dos tipos de dirección de la ayuda. Una es vertical, de arriba hacia abajo. La otra es la transversal: yo te doy la mano y vamos a caminar juntos.

La vertical condena a la dependencia infinita; a que unos estén siempre debajo de los otros, porque es la mano que te da de comer. No es ético. Y es curioso, porque aunque en determinados ámbitos de la cooperación somos conscientes de ello y mantenemos una línea mas progresista y transversal, no podemos evitar nuestra mochila occidental y tendemos a creer que somos los que sabemos, que somos los que podemos dar, que somos a quienes tienen que estar agradecidos... quizá no tan explícitamente dicho, pero a veces, cuando sientes frustración y te preguntas qué pintas tú ahí... En fin, también dentro de nosotros debemos entonar algún mea culpa.

De alguna forma, y supongo que se lo ha planteado en más de una ocasión, un cooperante puede ser también globalizador.

Sí, efectivamente, esa es otra de las dudas que te asaltan y te preguntas hasta qué punto no estás condicionando el futuro de esas personas. Pero es que, al fin y al cabo, ya no podemos escaparnos de esto. Por decirlo de alguna manera, si no les globalizas tú, les van a globalizar otros. Así que, al menos, para cuando vengan esos otros, procuras que tengan referencias de que hay otra manera de ver, de trabajar y de hacer. Contra la globalización ya no se puede luchar.

¿Cuándo tomó conciencia de ello?

Fui a Ecuador en el año 94. Todavía no había internet ni teléfonos móviles, la palabra globalizacion no existía y, en lo más remoto de la selva amazónica, me encontré una lata. No era una botella, era una lata. Tras remar dos días en canoas hechas con troncos, a golpe de machete, llegamos al poblado de una comunidad que cazaba con bodoqueras. Prácticamente, lo único de metal que había en aquella comunidad era aquella lata de coca cola. Ahora, la gente tiene antenas parabólicas y ven lo que pasa en todo el mundo. En eso estamos. En intentar hacer que esa globalización vaya un poco en otra dirección, porque toda la globalización llega de un lado. Yo no veo que en Nueva York lleven el nón-lá (gorro vietnamita) y, sin embargo, en Vietnam llevan la visera al revés.

Otra cuestión, la acogida temporal de niños y niñas. Llegan de otros países, descubren un nuevo mundo de posibilidades y luego deben volver a su realidad. ¿Esto les beneficia realmente?

Esa fue mi gran duda y la razón de mi primer viaje al Sahara. Mi suegra acogió a un niño saharaui en el programa de Vacaciones en Paz. Yo no estaba de acuerdo, porque pensaba que esa experiencia no podía reportarles nada bueno. Tras la acogida, tienes posibilidad de visitarles en los campamentos y convivir con ellos durante unos días y mi suegra me dio la oportunidad de hacerlo. El principal objetivo de aquel viaje fue comprobar si realmente era beneficioso o perjudicial para los niños. Estuve con ellos, con niños y niñas, maestros, responsables del Polisario, sanitarios, con mucha gente... diseccioné el tema y concluí que era tremendamente positivo.

¿Por qué?

Por dos razones. Primero, porque estos niños no han nacido en su tierra, han nacido en un campamento de refugiados. Allí viven y se forman, en mitad del desierto, van a la escuela y también aprenden cómo se ordeñan las cabras, entienden la luna y tantas costumbres maravillosas de los pueblos nómadas, que está bien, pero allí no pueden formarse de una manera adecuada para un futuro en libertad. Si el día de mañana quieren gestionar su tierra, no pueden quedarse con la formación a la que pueden acceder allí. Necesitan salir para ello. Y, por otro lado, como ya he dicho, les van a globalizar. Aun sin salir de allí. En su mayoría, vienen a una serie de familias sensibilizadas con su problema o también, debido a esa experiencia, las familias pasan a ser altavoces de la causa saharaui. Los problemas surgen cuando se salta la normativa. Cuando se pasa el límite de años que pueden venir, cuando la familia de acogida empieza a trampear para que «mi niña» o «mi niño» se quede aquí a vivir, obviando, entre otras cosas, que allí tienen su familia, mucho más unida y estructurada que las de aquí. Entonces empiezan las complicaciones y los problemas de desarraigo. Si se siguen las pautas establecidas, la experiencia dice que es perfecto para ellos.

Ha explicado dos de los tres pilares en los que se asienta su concepto de cooperación. ¿El tercero?

Es el proselitismo. Hay que contar lo que pasa y ganar adeptos para que la gente se mueva un poquito más. Ese es el objetivo principal del libro: pescar por ahí, fuera de nuestro mundo endogámico, para decir que esto depende de todos. Siempre aludimos a los medios de comunicación, a los políticos, a los ricos que deberían hacer y no hacen, pero tú también puedes hacer algo. No es por poner toda la losa sobre ti, pero hay que entender que cada individuo, uno a uno, somos importantes en lo que ocurre en este mundo y en esta sociedad. ¿Una utopía más? Posiblemente.

Ha vuelto a colocar la palabra utopía entre interrogantes, igual que en el título del libro.

Sí, es una palabra que me gusta mucho, pero también me da mucho miedo. Me gusta porque la utopía es lo ideal, pero me da miedo porque, al ser tan ideal y verse tan lejos, bloquea. ¿Cuántas veces hemos escuchado «es una utopía, para qué voy a hacer nada si es imposible que cambie...» En fin, ahí está la frase de Eduardo Galeano, que decía que las pequeñas utopías del camino son las que se van cumpliendo aunque no llegues al final.