Esa/Nasa y Timothy A. Clary
tiempo y espacio en una astronave

Soy un astronauta y una «pop star» de las redes

Thomas Pesquet (sobre estas líneas) no ha sido el primer francés en subir a la Estación Espacial Internacional. Tampoco será pionero en cuanto a grabar una canción en el espacio, pero tal vez si el primer fotógrafo compulsivo a la vista de todo lo que sube a las redes. Flotando ahí arriba, los astronautas buscan atraer nuestra atención para estar de actualidad, y así, se disfrazan de los personajes de «Stars Wars» o cantan el «Space Odity» de David Bowie. Seguramente también lo hacen porque se aburren. Mirar la Tierra todo el tiempo, aunque sea preciosa, tiene que cansar al cabo de un rato.

El interior de la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés) se parece más a un trozo de chatarra al estilo del Halcón Milenario, como define a su nave Han Solo en la saga cinematográfica “Star Wars”, que a las impolutas recreaciones llenas de muebles de plástico blanco al estilo de la Discovery 1 de la icónica “2001: a Space Odyssey”, de Stanley Kubrick. Se dice que la realidad supera a la ficción y, a tenor de lo visto a través de los vídeos subidos por los astronautas de la ISS, aquello es una especie de caja de sardinas de cuyas paredes sale un maremágnum de cables sueltos, aparatos de medición, plantas –sí, es con lo que están experimentando ahora– y una gravedad cero que provoca extrañas melenas en punta y paseos ingrávidos por los pasillos de la nave. Eso sí, la «chabola espacial» tiene unas vistas que bien valen un millón de dólares. Situada a unos 400 kilómetros de la Tierra, y con una tripulación internacional que se va rotando cada cinco o seis meses, gracias a las redes sociales algunos de los tripulantes de la ISS han dado un salto sideral en su visibilidad pública al convertirse en figuras conocidas. Y ya se sabe que cuánto más famoso seas, menos problemas tendrás para obtener fondos.

Thomas Pesquet, por ejemplo, es un ingeniero de vuelo de Rouen (Estado francés) que anda ahora por el millón de seguidores en Facebook. No es de extrañar, porque desde que en noviembre de 2016 se incorporase a la expedición número 51 de la ISS como miembro de la Agencia Espacial Europea (ESA) –vuelve en mayo a casa– no ha parado de colgar fotos de la Tierra vista desde el espacio, de escribir en un blog o incluso ha participado en la grabación de un vídeo con el dj Yuksek, publicado a principios de mes en YouTube con el título de “Live Alone”. Por cierto, que la expedición que está ahí arriba ahora está comandada por la estadounidense Peggy Whitson, mucho más parca que su subalterno Pesquet en las redes y que repite viaje espacial: en 2007 fue la primera mujer en dirigir una expedición de estas características. La tripulación la completan dos rusos y otro estadounidense.

Cuenta Pesquet que, aparte del par de salidas fuera de la nave que hacen durante su estancia, el 50% de su tiempo los astronautas lo dedican a los experimentos científicos, por delante incluso de las labores de mantenimiento y limpieza. «Al cabo de decenas de años, las experiencias realizadas en la estación se están revelando muy útiles. También nos permiten soñar con la conquista del espacio», escribe. Bueno, y a su vez, propician que la tripulación «trabaje» las relaciones públicas: que si graban una canción, que si lanzan en directo la primera bola de la Super Bowl... El «lanzador» virtual fue Scott Kelly, un veterano astronauta que él, en sí mismo, ha sido un experimento, porque su estancia de récord en el espacio ha servido para estudiar cómo afectan los viajes espaciales de larga duración a los astronautas. Su hermano gemelo Mark, también astronauta retirado, se quedó en la Tierra y Scott pasó 340 días en órbita; así, enviándolo al espacio, se buscaba entender las diferencias que experimentan genomas casi idénticos en el espacio o en la Tierra. Sorprendentemente, según los primeros resultados de los análisis realizados por Susan Bailey, bióloga de la radiación de la Universidad Estatal de Colorado y publicados recientemente en “Nature”, cuando Scott Kelly regresó en marzo de 2016 lo hizo rejuvenecido, algo apreciable incluso a primera vista, y con algunos cambios en su fisonomía... como que era 5 centímetros más alto. Lo más llamativo fue el comportamiento de sus telómeros –tapones en los extremos de los cromosomas que previenen la destrucción de la célula–, que se acortan a medida que pasan los años y se producen nuevas divisiones celulares, hasta el punto de que la célula deja de dividirse o muere. Su longitud se relaciona con la longevidad y los de Scott, para sorpresa de los investigadores, se habían alargado.

Pero, aparte de ponerse más lozano, lanzar alguna pelota y disfrazarse de personaje de “Star Wars” –es el calvo de la fotografía que abre este reportaje–, no se ha hecho famoso, o al menos ha conseguido notoriedad a posteriori. No ha sido ese el caso de Chris Hadfield, el primer astronauta canadiense y la primera «pop star» del espacio. A raíz de su paso por la Estación Espacial Internacional en el año 2013, todavía sigue dando conciertos y ha escrito varios libros. No es de extrañar, porque gracias a una inteligente utilización de YouTube consiguió gran cantidad de seguidores al colgar vídeos de toda clase –lavándose los dientes, bebiendo agua...– sobre la aventura de vivir sin gravedad. Hadfield fue el primer hombre en grabar una canción en el espacio, llamada “Jewel in the Night”, y se atrevió guitarra en mano con un cover del clásico de David Bowie “Space Oddity” como despedida de su misión.

Para ser astronauta hay que ser de una pasta espacial, sino que se lo pregunten a Buzz Aldrin, todo un personaje metido a actor y modelo... a sus 87 años.