Janina Pérez Arias
Elkarrizketa
SONIA BRAGA

«A los 24 años ya me preguntaban cómo era para mí hacerme mayor»

Esta mujer, todo un símbolo sexual en décadas pasadas, mantiene la vista en el porvenir. Parlanchina, encantadora, sencillamente espectacular, la intérprete brasileña habla de sus orígenes, de su vida en Nueva York y de su más reciente papel en la excelente cinta “Doña Clara” (“Aquarius” en su versión original), que ha llegado este fin de semana a nuestras pantallas.

«¿Tú te comerías un plátano verde?», pregunta Sonia Braga (Maringá, 1950) con picardía, mirando con esos inmensos ojos oscuros que tanto hielo derritieron cuando en los 80 y 90 no abandonaba la lista de las mujeres más sexis del cine. «Lo siento, pero no me gustan así los plátanos, ¡soy brasileña!», se disculpa ante el portador de los frutos verdes, una insignificante exigencia en comparación con las que tendría una diva.

Es que el divismo no le va a Sonia Braga. De ello deja constancia en la manera de estar allí sentada, pasadas las 10 de la mañana, a punto de iniciar un apretado día de prensa para promocionar su más reciente película, “Doña Clara”, escrita y dirigida por el brasileño Kleber Mendonça Filho, durante el Festival de Cannes.

Va de negro, con el pelo suelto pero «domado», con la cara lavada. «Nunca llevo maquillaje», dice en el transcurso de esta conversación que ella se ocupa de encauzar por los senderos a su gusto, con muchos paréntesis, muchas risas y varios «eso no me lo preguntaste, pero te lo cuento igual…». Una muestra más de que, en su calidez, Sonia sigue siendo una indomable.

Tras más de cuarenta años de carrera, enriqueciendo con su presencia la televisión y el cine, confiesa que lo de interpretar le llegó no precisamente en forma de deseo sino como producto de la casualidad. «Mi hermano mayor es gay, y el ambiente en el se movía era bastante artístico», intenta armar el puzle de la memoria. «Un director de una obra donde él participaba necesitaba una princesa –añade–, y a mi hermano se le ocurrió que yo podría hacerlo. Cuando me pagaron me di cuenta de que era más de lo que mi familia podía ganar en un mes. ¡Eso me encantó!».

¿Cómo lleva verse en la pantalla a través del tiempo?

Trabajo en esta profesión sin haber tenido ninguna formación y a día de hoy me pregunto cómo fue que me permitieron entrar, pero lo hicieron (se ríe). Aprendí del trabajo, del cine que veía, y de la gente que prácticamente me adoptó. Empecé a los 14 años, y no sé hacer otra cosa, porque toda mi vida he hecho esto; sin embargo, no me gusta mucho volver al pasado. A los 24 años ya me preguntaban cómo era para mí hacerme mayor (se ríe). Cuando pasé los 40 y la gente me lo seguía preguntando, dije que continuaría poniéndome aún más vieja porque no había ninguna otra opción.

¿Crees que con el transcurrir del tiempo ha cambiado su forma de afrontar los personajes?

Cuando asumes un rol, le pones todo tu ser, tu mente, tu cuerpo, y eso se lo das al director. Es como saltar al vacío con los ojos cerrados, pero sabes que habrá gente que te va a sujetar. Desde el momento que emprendes ese salto, tienes que dar el 100 por ciento de ti.

A lo largo de su carrera, ¿siempre hubo gente que le sujetó en ese salto al vacío?

Algunas veces fui a parar al hospital (se ríe). Cuando estás tan conectada con el equipo, y la persona encargada de sujetarte no lo hace, alguien del equipo lo hará. Por eso siempre digo que lo más importante cuando haces una película es establecer una buena conexión con todos los involucrados, porque esa es la única forma de sobrevivir.

De Doña Flor a Doña Clara. A Sonia Braga la solemos recordar como el sex symbol que fue –y de alguna manera sigue siendo–, así como la celebridad exportada de Brasil a aquel norte cinematográfico, donde aún predominaba el encasillamiento de los actores latinos. «La mía es una historia muy brasileña», prologa para llevarnos al pasado de su vida personal, de la muerte prematura de su padre, de la ruina de su familia y del gran esfuerzo de su madre costurera para criar, alimentar y sacar adelante a sus siete hijos.

En su adolescencia, cuando era una flacucha poco agraciada físicamente, quizás nunca sospechó que llegaría tan lejos. «Aunque dije que solamente iba a hablar, quieren que luzca perfecta», se ríe en este aquí y ahora de bien llevados 66 años, disculpándose por los escasos minutos de retraso. Braga parece restarle importancia a su apariencia física, un factor que fue determinante cuando llegó a Hollywood dando el salto de “Doña Flor y sus dos maridos” (Bruno Barreto, 1976) para que Robert Redford o Clint Eastwood se la disputasen para sus respectivos proyectos, aunque sería con la historia de Manuel Puig, “El beso de la mujer araña” (Hector Babenco, 1986) cuando Sonia tocaría casi todas las estrellas con una sola mano.

El presente artístico de Sonia Braga está entre la televisión, concretamente con la serie de Netflix “Luke Cage”, y el cine, siendo “Aquarius” la película donde la intérprete encontró por fin el mejor papel en muchos años. El segundo largometraje escrito y dirigido por el brasileño Kleber Mendonça Filho, titulado en el Estado español “Doña Clara”, viene a significar para Braga una grandiosa vuelta al rango de protagonista, algo que se le había negado en los últimos años. En este filme Sonia interpreta a Clara, una crítica musical retirada que vive en Recife, frente al mar, en un antiguo apartamento del edificio Aquarius, donde ha habitado toda su vida; pero el dueño del inmueble acaricia la idea de demolerlo para levantar un complejo residencial, a lo que Clara se opone.

Estrenada en el Festival de Cannes, donde fue la favorita para llevarse la Palma de Oro, el equipo del filme brasileño, incluyendo a Sonia Braga, hizo mucho ruido al denunciar la situación política que se estaba viviendo en aquellos meses en Brasil con la inminente destitución de Dilma Rousseff de sus funciones presidenciales. A raíz de esta protesta que le dio la vuelta al mundo, este excelente filme fue eliminado por el comité de selección para representar a Brasil en el Oscar a la Mejor Película Extranjera.

Usted ya lleva muchos años viviendo en Nueva York, ¿cómo es la relación con su familia?

En los 80 hubo un distanciamiento. No hay que olvidar que yo soy de los tiempos del telegrama (risas). Hace unos años mi hermana, que vive en Brasil, me reprochó ese alejamiento. Le dije: «Ah, es fácil decirlo por Skype, ¿no? ¿Cuántas cartas me escribiste?». Hoy en día las posibilidades de comunicación son fantásticas, hasta el punto de que muchas veces quedo con mi hermana para comer juntas a través de Skype. Ahora es muy fácil mantener relaciones personales a pesar de las distancias. Amo la tecnología, y hasta me encantaría tener algún día la posibilidad de viajar al espacio (se ríe).

¿Cómo percibe los cambios en la sociedad brasileña y estadounidense?

En general, pienso que el mundo está atravesando diferentes crisis. En algunos países están surgiendo fuerzas que dividen a la gente y eso no es nada bueno; las personas han dejado de dialogar debido a esas divisiones, lo cual es muy dañino, ya que la fuerza de cambios verdaderos radica en la unión. El mundo en el que estamos viviendo hoy es muy frágil. No tengo hijos, pero creo que especialmente la gente que tiene niños vive en un estado de preocupación constante, haciéndose preguntas sobre el futuro en el que vivirán sus hijos. Alrededor del mundo se viven cosas terribles, por eso pienso que ya no estamos seguros en ningún lado. Tengo un amigo que es reportero de guerra, Mauricio Lima, a quien le dieron el Pulitzer (el premio Pulitzer para Fotografías de Noticias de Última Hora, en 2016). Cuando le miro a los ojos, pienso en todo lo que ha vivido y no puedo ni imaginarlo, porque en comparación con él, nosotros hemos visto solamente una pequeñísima parte de todo eso.

¿Cómo encaja usted en una ciudad como Nueva York?

Yo me considero una persona amable, y trato de ayudar a la gente; abro puertas, les muestro el camino cuando me preguntan por una dirección, si veo a un sin techo, me detengo para hablarle… Es que las personas van pendientes de lo suyo, y lo que veo es que nos hemos convertido en sociedades duras y agresivas, hasta el punto de que cuando se te acerca alguien para pedirte algo de comida, se asume que los indigentes están en esa situación porque lo han elegido así… A veces tienes que detenerte para prestarle atención a lo que te rodea, para ver lo que sucede en realidad.

La hostilidad de la sociedad también se ve reflejada en la falta de respeto hacia la gente mayor, y más en la industria del cine, donde de primeras se desecha a las mujeres a partir de los 40 años.

Pienso que todo eso tiene su origen en la menopausia, que además es un tema tabú. En algunas tribus, cuando la mujer entra en la menopausia deja de ser importante para el colectivo. Mi menopausia la tuve hace tanto tiempo que ya ni me acuerdo. Así que estoy preparada para la segunda (se ríe).

¿En qué se parece usted a la Clara de la película?

Somos mujeres brasileñas y entendemos profundamente a nuestro país. Tenemos la misma edad y vivimos cosas que algunas personas tal vez no experimentaron, pero tanto ella como yo tenemos mucha sensibilidad hacia nuestro país. Vivimos lo que llamamos la Apertura, que fue la transición de la dictadura a la democracia; fue una época de grandes esperanzas de cambio, de oportunidades para gente como mi madre, que en el pasado no las tuvo. Mi personaje y yo tenemos diferentes trasfondos sociales: Clara es de la clase media alta, fue a la universidad, es una mujer muy preparada y cultivada, y fue crítica musical; en cambio, yo provengo de una familia humilde y no tengo preparación académica. Sin embargo, tanto para Clara como para mí la vida ha sido muy dura, porque los seres humanos atravesamos situaciones difíciles.

Más que una luchadora, Clara es una mujer de resistencia y existen diferencias entre ser luchador y ser resistente, pero ni ella ni yo somos pasivas. De hecho, a mí no me gusta dar voces, odio gritar, porque si tienes razón sabes que lo único que necesitas es hablar. Es una actitud muy oriental, sin atacar al otro, pero no me digas que no puedo hacer cosas que pienso que son correctas, no me rompas el corazón tratando de detenerme. Lo maravilloso de “Aquarius” es que es una historia centrada en Clara, una mujer de cierta edad, y de ella se muestra tanto su sexualidad como su gran fortaleza. Tengo que decir que no es una película extraña por tener a un personaje principal como Clara. Hay otras personas haciendo películas con una mujer madura en el papel principal, pero es siempre la misma persona… No voy a dar nombres, pero si eres americana, inglesa o australiana está bien… (silencio). Siento mucho decirlo, pero es la verdad. Y es que cuando hay papeles que supuestamente los tendría que hacer una hispana, si a esos «grandes nombres del cine» les gusta, lo más probable es que los guionistas adapten ese personaje para ellas.

¿Cree que es por racismo?

(Reflexiona) Es lo que está pasando, es un hecho. Es lo que sucede cuando haces cine y solamente hay que observar la situación para sacar conclusiones. En EEUU, estamos viviendo momentos en los que se juzga mucho, no hay que olvidar la polémica en la industria cinematográfica acerca de la poca diversidad, lo cual se puso en evidencia cuando se dio a conocer los nominados a los Oscar. Cuando un afroamericano o un hispano logra una nominación, todo el mundo se sorprende porque es bastante raro. Pienso que no debería haber diferencias, y que más bien se tendría que aceptar la diversidad tanto de color de piel como de edad.

Volviendo a «Aquarius», el equipo de la película aprovechó el estreno en el Festival de Cannes para manifestarse contra la destitución de Dilma Rousseff. ¿Le sorprendió la reacción de la gente ante esa protesta?

Tuve que bloquear en mi cuenta de Facebook a más de dos mil personas debido a sus comentarios ofensivos y violentos hacia mí. No entiendo cómo en un sistema democrático insultas a alguien por el solo hecho de tener una opinión diferente a la tuya. Lo que pienso es que hemos perdido serenidad. Para nosotros era importante decir lo que estaba pasando en Brasil, que es como un tsunami de violencia y de conservadores que se nos está viniendo encima. Están pasando cosas terribles en mi país y hay gente que las aplaude, como que no haya más mujeres ni gente de color en el Gobierno, lo cual representaría un gigantesco paso hacia atrás. Después de años de dictadura, no fue fácil instaurar la democracia en Brasil. Mucha gente murió, muchas personas desaparecieron… No soy académica, no pertenezco a ningún partido político, no defiendo a ninguna persona en particular, pero defiendo la democracia.

¿Qué está para usted en primer lugar: su responsabilidad como ciudadana o su responsabilidad como artista?

No hay separación. No puedo separar a la mujer de la actriz, porque, si lo hago, me alejaría de la realidad y ésta es la que te hace artista.