Alberto Pradilla
Elkarrizketa
riot propaganda

«Después de cuarenta años empiezan a cuestionarse la Transición y la Movida; el régimen del 78 caerá cuando se cuestionen por completo»

Con Los Chikos del Maíz y Habeas Corpus en «cese definitivo», vuelven las camisas blancas, las corbatas negras, y las letras sin concesiones de Riot Propaganda. Nega, Toni y M.A.R.S. ponen las voces a un proyecto que reventó 2013 y que regresa en un tiempo menos prosaico. Parece que hayan transcurrido siglos desde aquella primavera de movilizaciones en las calles, el Congreso español rodeado y la promesa de asaltar los cielos, aún con la idea de Podemos solo en las cabezas de algunos de sus dirigentes. Ahora, con alguna derrota más a nuestras espaldas, la «banda del crimen» llega con “Agenda Oculta” (BOA, 2017) para poner banda sonora a un momento confuso, de los de tomar aire pero no dar un paso atrás, «ni pa’coger impulso». Recordemos que esto es música, ni el oráculo de Delfos ni Lenin estableciendo un plan para tomar las instituciones.

El primer disco, que salió hace cuatro años, fue uno de los fenómenos musicales del momento. ¿Han sentido vértigo a la hora del regreso?

Toni: Pesa bastante antes de sacarlo. Había bastantes nervios, porque hemos roto con la idea del primer disco, hemos buscado otros estilos y cambiado la idea musical de aquel primer trabajo. Y siempre está la duda de si gusta o no gusta.

Nega: Nos habían contratado muchos festivales sin sacar el disco. Sacamos un truño y ¿a ver qué decimos? (risas). Había cierta presión.

M.A.R.S.: El primero tenía un efecto sorpresa, el segundo es la confirmación. Como se dice ahora, las sensaciones son buenas.

¿Es un trabajo más Habeas Corpus y menos los Chikos del Maíz?

N: Es más rock. El anterior parecía los Chikos del Maíz rapeando con banda, y en este disco está todo más trabajado, con más peso del rock. Es todo más redondo. Además, creo que en lo musical hemos arriesgado: hemos hecho hardcore, punk, una versión...

T: Ahora está más equilibrado. En el primero, dudamos en hacer una gira con temas de los Chikos; al final salió el disco, pero fue todo más improvisado. En este hemos equilibrado más.

M: Participamos todas más. Mi caso es descarado, porque en el anterior disco estaba casi de corista. En el primero nos enfrentamos a un papel en blanco. Conocíamos una música, pero Habeas no sabía cómo iba a sonar en las voces de estos señores, mientras que ellos no tenían más idea al margen de aquel tema de “Terrorismo”. Después de un disco, un año de gira, posteriores conciertos que hicimos para rehabilitar la banda... el camino estaba más concretado. La importancia de las voces de los Chikos sigue siendo fundamental, porque así debe ser, yo tengo más participación y, por supuesto, Habeas Corpus instrumentalmente está presente en lo musical.

N: Los rapeos ahora son más cortos. Antes nos pegábamos unas rapeadas de minuto y medio. Ahora estás 20 segundos y se mete un estribillo.

M: Se acerca más a la estructura del rock, que es más cerrada. A mí con Habeas me pasaba que le tenía que decir a Chifly (guitarra de Habeas Corpus): «No me siento realizado, tengo que meter más chapa» (risas). Ellos esta vez se han adaptado, pero podían haber pedido más vueltas.

Uno de los himnos del primer disco era «el miedo va a cambiar de bando». ¿Ha cambiado de bando el miedo o los que hemos cambiado hemos sido nosotros?

T: Está claro que el miedo no. Hubo momentos en los que parecía que iba a cambiar pero, por desgracia, se han conseguido imponer ellos y el miedo sigue en el mismo sitio. ¿Hemos cambiado nosotros? Ha habido cambios en el panorama político del Estado español pero este sigue siendo igual de alarmante que hace cuatro años. El mensaje de entonces sigue siendo válido a día de hoy.

N: Es el problema de tomar las consignas de un grupo como si fueran de un partido o de un proyecto político, es tramposo. Lo nuestro es la agitación y la propaganda. Ya sabemos que el miedo no ha cambiado de bando, ¡no vengas a recordárnoslo (risas)! Eso se lo cuentas al que lo dice desde una tribuna. Nosotros tenemos un grupo. A veces a los grupos se les pregunta como si fuesen un partido o un sindicato. Este tipo de música es pura agitación y no responde a valoraciones científicas. ¿El miedo ha cambiado de bando? Claro que no, queda muchísimo por hacer. Pero han cambiado cosas. También es verdad que se sigue desahuciando, sigue habiendo niveles de precariedad brutales, se llevan el dinero a manos llenas... ahora más que nunca hay que gritar que «el miedo tiene que cambiar de bando».

M: Esos entusiasmos para los que los grupos tenemos licencia son positivos y son necesarios. Están meditados, pero no parten de un análisis científico.

N: Alguien podría decir que en unas letras somos víctimas de la apatía y el desencanto y en otras estamos llamando a la calle. ¡Claro! Es que hay momentos en los que me despierto pensando que la gente es gilipollas y que vamos a llegar al fin de los tiempos, y otros, como el otro día, cuando estuve con los estibadores, que te vuelves a casa con la sensación de que solo falta organizar un poco a la peña para que arda todo. Eso forma parte del ADN de la izquierda.

Más que como consigna, la frase fue reflejo de un momento concreto en el que las calles estaban en ebullición y las movilizaciones eran casi diarias en muchos lugares del Estado.

M: Había una efervescencia y una dinámica de calle absoluta. Ahora no la hay. De alguna manera asumimos el papel de movilizadores. Por eso cantamos lo de «la lucha está en la calle, no en el Parlamento».

T: También hay cierta resignación: «Mientras tanto, el miedo sigue sin cambiar de bando». Han pasado cuatro años y seguimos igual.

Ahora mismo el estado de ánimo es otro. En las letras se ven críticas a la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, y a la de Barcelona, Ada Colau. ¿Decepción ante los topes de la política institucional?

M: Nega lo decía una vez: Somos la voz crítica. E incluso él, participando de... de... siendo cercano a...

N: Podemos (risas).

M: Yo no participo, pero si lo hiciese no me costaría nada ser crítico.

N: Como banda con una trayectoria estamos más legitimados que nadie para criticar a Carmena o a Colau. Si hay gente que viene de fuera a criticar, seré el primero que sale a defenderlas, pero estamos legitimados a darles un toque por cosas concretas.

Una de las canciones es un canto a la huelga. Recientemente, el Tribunal Supremo español ha avalado subcontratar a otras empresas cuando los trabajadores están en paro. ¿Quedará como una elegía a la lucha obrera?

T: ¡Esperemos que no! Nosotros lo hacíamos con el ánimo contrario, esperando que vuelva a haber una huelga. Hay chavales de 16 años que escuchan el disco y que hace cuatro, con el anterior, tenían 12 y quizás ni siquiera eran conscientes de lo que era.

N: Es un himno atemporal, porque si no son los estibadores, son los estudiantes o los maestros. Huelgas va a haber siempre. Lo primero que hice cuando salió el disco fue enlazar un tuit con el tema a CCOO y UGT. Por si tal. También es una criminalización del esquirol.

M: Es una actualización de una cultura del conflicto que se ha perdido. A veces por obligación, porque la situación laboral te impedía reunirte con otros compañeros o sindicarte. Otras, porque los sindicatos son incapaces porque están amamantados por el Estado. Quiere ser un incentivo. Ahora en las huelgas la gente espera que no le afecte. Es el único instrumento para lograr nuestros objetivos respecto a la patronal. No es obsoleto como clase obrera ni como lucha de clases, por mucho que quieran decir los postmodernos.

Hace cuatro años, los medios no podían eludir hablar de la crisis. Ahora se intenta vender que lo peor ha pasado. ¿Cómo se combate ese discurso?

T: O vives en el barrio de Salamanca o es muy fácil darte cuenta de que la crisis no ha pasado. Sigues viendo gente pidiendo en el Consum, durmiendo en la calle, sigue existiendo la desigualdad, el trabajo ahora es más precario e incluso hay gente que trabaja por 400 euros... Eso de que hemos salido de la crisis es mentira.

N: Y siguen robando a manos llenas. Dicen que la crisis ya pasó. ¿Y toda la gente que ha quedado atrás? Igual en términos macroeconómicos, para la Bolsa o las grandes empresas, sí, pero, ¿y la gente que ha quedado al margen del sistema? Hoy en día, incluso teniendo trabajo, puedes quedar fuera del sistema. Hay gente que está a esto de caer en la pobreza extrema aun teniendo trabajo. Habrá pasado la crisis, pero será en Aravaca y Pozuelo.

M: En cualquier caso, las crisis pueden pasar, pero no las consecuencias.

¿Les molesta ser presentados como «el grupo de Pablo Iglesias»?

N: Ya cansa un poco. Pablo pone un tema y se convierte en noticia. Esto ocurre porque en la izquierda no estamos acostumbrados a que esté gente normal en las instituciones. ¿Porque tenga un perfil institucional no va a colgar sus gustos musicales? Si no asumimos que no se trata de políticos profesionales sino de gente normal que antes de entrar en las instituciones ya colgaba temas de grupos reivindicativos...

T: Sería más noticia si ahora que está en las instituciones colgase otra cosa (risas).

También ha colgado sus canciones Arnaldo Otegi.

N: Y Garzón... Alberto.

Mientras que no sea Baltasar (risas). Como mencionaba M.A.R.S. antes, Nega ha declarado su militancia en Podemos. El resto no parece tan afín al partido de Iglesias. ¿Les afectan las diferencias políticas en el proceso de composición?

N: Yo soy militante de Podemos, pero crítico.

T: Es como el demonio malo en el hombro de Pablo.

M: Cada uno tiene su sensibilidad y se nota en las letras, es lógico. El hecho de reunir estas sensibilidades diferentes hace que Riot Propaganda sea banda sonora y argumentación para mucha gente de izquierda.

N: En términos electorales, Riot Propaganda es un programa de mínimos. Al concierto seguro que vienen desde anarquistas hasta personas que están de concejales o en el Congreso.

No es lo mismo la épica de las barricadas que el trabajo de hormiga en las instituciones. Tampoco para la música.

M: Esa es una valoración que debe hacer cada uno a nivel personal. Nosotros reivindicamos el espíritu de la plaza, confluir diferentes sensibilidades en un mismo espacio. Si podemos evitar que vengan los biodanza pues mejor, pero a partir de ahí... (risas).

La «guerra al hipster» es una de sus consignas. ¿Con el éxito ha llegado la atención de esos medios a los que antes criticaban?

N: Estamos segundos en todas las listas, solo por detrás de Joaquín Sabina. Sin embargo, para muchos medios seguimos sin existir. Al final, con los números en la mano, los alternativos son los grupos que suenan veinte horas al día en Radio 3. Te toca el orgullo, en plan «hazme casito, quiero mimitos y el calor de la prensa burguesa» (risas), pero igual el día que salgamos en esos medios es que no estamos haciendo las cosas bien.

T: Están ignorando una realidad y privando a muchos lectores, que son jóvenes, de una información sobre algo que existe.

M: Son medios privados, pueden decidir qué sacan en portada. Lo realmente sangrante es que en medios de comunicación públicos no tengamos ninguna presencia más allá de un lunático al que le dejan un programa a las 23.00 horas (risas).

La construcción cultural crea mitos y mártires.

M: El otro día hablábamos sobre la Movida, que se encumbró para tapar al Rock Radikal Vasco. Se ceñía a cuatro locales contados y un grupo muy limitado. En los barrios, los chavalines estábamos escuchando rock. Sin embargo, ellos se empeñan en crear la simbología. El sistema genera sus propios símbolos y este es uno de ellos.

N: Es como la Transición. Es un mito fundacional incuestionable. En el plano cultural lo es la Movida. Ahora, después de cuarenta años, empieza a cuestionarse: en lo político, con la Transición y en lo cultural, con la Movida. El régimen del 78 caerá cuando se cuestionen por completo.

¿La crisis ha generado otra escena musical?

N: Creo que sí. En el País Valencià hemos vivido en una cultura de 25 años de mayoría absoluta del PP y han surgido Obrint Pass, la Gossa Sorda, La Raíz, Zoo, Aspencat, nosotros... Hay un hilo conductor, protestas como el 15M, las mareas, la primavera valenciana... Mientras vemos que hay grupos que están permanentemente en las revistas hipsters, nosotros funcionamos muy bien en números pero somos silenciados. Hay paralelismos con la época de la Movida madrileña. Ya decía Karl Marx que la historia se repite, primero como tragedia y después como farsa.

En los últimos tiempos el debate sobre la censura es recurrente. Da la sensación de que la discusión pública se centre en qué se puede y qué no se puede decir. ¿Cómo les afecta?

N: Es un asunto muy espinoso. ¿Tenemos que pedir que se prohiba circular al autobús de HazteOír? Por esa regla de tres pediríamos la ilegalización de Vox. Por nuestra parte, y creo que coincidimos todos, la libertad de expresión no debe tener ningún tipo de traba. La gente tiene que poder decir lo que quiera. Eso sí, asumiendo las consecuencias. El Estado se está convirtiendo en el gestor de ese conflicto. No queremos entrar en el debate, porque luego se malinterpreta. Yo no defiendo al autobús, si pasa por mi barrio lo coso a pedradas, pero no quiero que el Estado prohíba, porque con el mismo argumento van a venir a decir que no salga a tocar. Si pones al Estado de árbitro, siempre va a pitar en nuestra contra, y eso es lo que no entienden muchos cafres de izquierda.

¿Les marca a la hora de escribir?

N: Lo de ahora es una locura. El que diga que no tiene miedo...

M: Persigue que te autocensures.

N: Las redes sociales son el ojo de Gran Hermano, y se están llevando a los chavales en masa. Es paradójico, cuando se llevaron a gente por hacer un chiste sobre Carrero Blanco, hubo cientos de miles haciendo chistes sobre Carrero Blanco. Si se aplicase de forma estricta la ley las cárceles estarían llenas. Es una forma de dar ejemplo.

Intuyo que sí que afecta.

T: No es que te autocensures, sino que lo interiorizas. Por ejemplo, igual no dices un nombre propio y pones otra cosa. Porque sabes que alguien va a enlazarle al aludido por Twitter y se va a liar.

N: Está todo lleno de chivatos (risas). Desde un punto de vista artístico, le das más vueltas a las cosas. En lugar de soltar la burrada máxima, le das una vuelta. Por un lado, no se lo pones en bandeja y, por otro, hace que el trabajo sea más elaborado.