Luna Gámez
nuevos retos en el corazón del amazonas

Los guardianes del guaraná

Los principales productores de guaraná nativo, uno de los frutos más energéticos de la selva amazónica, se reúnen cada año para debatir los desafíos de su tribu, entre los que destacan la influencia externa de la cultura de consumo y la expansión de la alimentación industrializada, así como la amenaza de Ambev, empresa productora de refresco de guaraná que posee el mayor banco genético de clones de esta semilla.

Amanece sobre la densa selva amazónica brasileña mientras se dispone la mesa en la cabaña central de una de las comunidades indígenas Sateré-Mawé. Cará (blanco, amarillo o violeta), un tubérculo pariente de la mandioca, es el rey del desayuno indígena típico de la región que suele acompañarse con miel de abejas nativas, té de jengibre y mingau de banana o mandioca (una especie de papilla). En algún lugar más escondido de la cocina, varias mujeres rallan los bastones de guaraná ayudadas por unas piedras especiales o por una lengua seca de pirarucu, uno de los mayores peces de agua dulce en Brasil. En cuanto el sol va despuntando, varios barcos de otras comunidades llegan a la comunidad de Vila Nova, una de las ochenta aldeas que componen esta tierra indígena. Entre abrazos y saludos, se ultiman los preparativos para la asamblea anual Sateré-Mawé, uno de los eventos políticos más importantes del año en su calendario, que normalmente coincide con la cosecha de guaraná, entre los meses de octubre y noviembre.

El chamán de la comunidad da inicio al ritual de inauguración de la asamblea, una vez que el çapó, la bebida sagrada preparada con el guaraná rallado, se dispone en una mesa central desde la que irá circulando entre los asistentes servido en una cuia –un cuenco hecho con la cáscara de un fruto típico de la región–. El objetivo del encuentro es mantener su autonomía. «Estamos aquí no solo para hablar de nuestra lucha, si no de la política nacional y mundial, porque la misma fuerza que nos oprime es la que domina el mundo: el capitalismo», declara en su discurso de apertura Obadias Batista García, impulsor del comercio del guaraná nativo y vicepresidente del Consejo General de la tribu.

Este líder considera que su comunidad está sufriendo por el avance de las multinacionales, no solo de las que se apropian de la imagen indígena para vender refrescos de guaraná transgénico, sino también de todas las que fomentan la deforestación, la agricultura intensiva basada en agroquímicos así como la distribución de comida industrializada que está acabando con la soberanía alimenticia indígena.

La tribu guerrera guardiana del guaraná. La etnia de los Sateré-Mawé está compuesta por 13.350 miembros, distribuidos en ochenta comunidades esparcidas por las 788.528 hectáreas que ocupa su tierra indígena, homologada en 1986 bajo las presiones de diversos conflictos. Este territorio de densa y exuberante vegetación se encuentra entre los ríos Andirá y Marau, ocupando parte del estado Amazonas y parte de Pará. Esta tribu vive en pleno corazón de la selva, a dos días de barco de la ciudad de Manaos, siendo Maués la ciudad más cercana. El reconocimiento de su etnia y la delimitación de su territorio ancestral fueron el resultado de más de ocho décadas de lucha, una victoria que les garantiza su existencia pero no les asegura su autonomía. Es por ello que esta tribu, caracterizada por poseer un espíritu guerrero que les colocó entre las comunidades indígenas que mayor resistencia opusieron a la colonización portuguesa, sigue sin haber podido bajar la guardia hasta el día de hoy. La cultura Sateré-Mawé continúa amenazada por la influencia exterior.

Conocidos como los «guardianes del guaraná», los indígenas Sateré-Mawé son, a nivel mundial, los principales extractores de guaraná salvaje (Paullinia cupana), un fruto amazónico con altas propiedades estimulantes y con un importante valor espiritual para este pueblo.

Sus frutos de color rojo intenso salen de unas florecillas blancas que dan pinceladas de color a la densa y verde mata madre, que puede alcanzar hasta doce metros de envergadura en condiciones silvestres. Una vez maduros, los frutos se abren y dejan a la vista la pulpa blanca que envuelve a las semillas negras, lo que da apariencia de un ojo abriéndose. De esta imagen se inspira la mitología indígena que cuenta que esta planta sagrada nació del ojo de un joven y poderoso ser que fue injustamente asesinado y enterrado, dejando toda su sabiduría en el grano del guaraná o waraná, que en lengua Sateré-Mawé significa «el inicio de todo el conocimiento».

Este fruto es para ellos su principal símbolo identitario. Bajo un sistema de semi-domesticación, las mujeres sateré buscan en la selva las plantas nativas y recolectan las semillas negras y redondas una vez el fruto se abre durante los últimos meses del año. Se tuesta durante tres días en hornos de barro artesanales, se pela, se tritura y se forman los denominados bastones de unos treinta centímetros de largo, que finalmente se ahúman con maderas aromáticas.

Los productores están respaldados por el Consejo General de la Tribu Sateré-Mawé (CGTSM), encargado de asegurar la venta de la semilla energética con un beneficio íntegro para la comunidad, sin intromisión de intermediarios, que promueve la venta del producto ya envasado a través del Consorcio de Productores y la asociación Nusoken –el mismo nombre que los indígenas dan a su territorio y que significa «lugar de sus héroes míticos»–. Pero el avance de ciertas multinacionales, principalmente Ambev, productora de refrescos con guaraná, ponen en riesgo la independencia de los productores, además de la sabiduría ancestral sobre el fruto sagrado de estos indígenas.

Ambev y sus semillas clonadas de guaraná amenazan a los indígenas. La Compañía de Bebidas de las Américas (Ambev) es la principal distribuidora de cerveza en toda América Latina, con marcas como Coronita, Leffe o Stella Artois, que hacen de esta empresa la quinta mayor cervecera del mundo. Su fundador ha sido clasificado por segundo año consecutivo como el brasileño más rico del país según la revista “Forbes”. En Brasil, esta empresa domina el abastecimiento de todas las bebidas industriales y el refresco con burbujas de guaraná es uno de sus productos estrella. Entre los quince refrescos más vendidos en el mundo figura el Guaraná Antártica, la marca más conocida de Ambev, que también posee diversas variantes como Baré o el Guarah, cuyos nombres provienen de la lengua Sateré-Mawé. Pero la apropiación de la estrecha relación entre los indígenas y el guaraná solo comienza aquí. La Ambev se enorgullece de poseer el mayor banco genético del mundo de esta planta y cultiva sus propias plantaciones de guaraná genéticamente modificado y regado con productos agrotóxicos en las más de 1.000 hectáreas de la hacienda Santa Helena, ubicada en el municipio de Maués, al lado de la tierra indígena. La empresa utiliza la imagen del indígena nativo para dar una pincelada de exotismo salvaje a sus productos, a pesar de producir frutos genéticamente modificados.

«Defender nuestra identidad es importante para que no se apropien de nuestra imagen indígena y se enriquezcan de eso», considera Obadias Batista, una eminencia respetada entre los Sateré-Mawé, a los que la Ambev no les concede ni siquiera el reconocimiento por el hallazgo del guaraná, que se lo otorgan al padre jesuita João Felipe Bettenford, supuesto «descubridor» del fruto en 1669.

Sin embargo, las mujeres sateré tienen claro que nadie mejor que ellas conoce este fruto con forma misteriosa de ojo. A ellas corresponde la recolección, fabricación de los bastones y hasta la preparación ritualística y sagrada de la bebida del çapó, en la que bajo ningún supuesto puede meter la mano un hombre. Pero no pueden evitar expresar su preocupación, pues su sabiduría se está viendo presionada por los deseos de expansión de Ambev y por su amplio banco genético. Su producción de guaraná es cada vez menos competitiva en un mercado que prioriza el precio más bajo y, además, sus cosechas se están viendo profundamente afectadas por el cambio climático. El sol cada vez más caliente provoca una floración rápida y prematura de los guaranazais salvajes, menos resistentes que las plantas transgénicas tratadas con pesticidas.

La batalla indígena por la soberanía alimentaria. Las poblaciones tradicionales amazónicas han sido históricamente autosuficientes. De su madre tierra obtuvieron durante siglos todos los alimentos necesarios para la subsistencia de sus pueblos, hasta que el contacto con el exterior puso en entredicho el valor de sus riquezas, les indujo a vender su mano de obra y les alentó a adentrarse en el consumo para satisfacer necesidades que antes no tenían.

Con la llegada del dinero a cambio de trabajo, muchas familias abandonaron sus plantaciones: algunas porque decidieron emigrar a las ciudades y otras porque ya tenían moneda con la que comprar alimentos que les parecían más atractivos. «Los que tienen reales (moneda brasileña) se los gastan en el supermercado, y los que no los tienen son capaces de cambiar un tucunaré fresco (pez típico) por un pollo congelado», cuenta Obadias Batista. El dinero, la televisión y el contacto con una cultura consumista han provocado que, tanto esta como muchas otras poblaciones rurales que vivían aisladas, hayan sustituido gran parte de sus productos regionales por alimentos industrializados.

Los exuberantes frutos exóticos amazónicos, la diversidad de pescados de agua dulce o la variedad de productos extraídos de la mandioca –tubérculo base de la alimentación indígena– se disputan su lugar en la mesa con los refrescos artificiales, el pollo congelado importado en su mayoría de China o las galletas industriales empaquetadas. «Muchas familias en nuestras tribus padecen el hambre, ya no tenemos la misma capacidad de autoabastecernos y casi el 90% de lo que consumimos es industrializado, ¿esto es un avance?», cuestiona Batista.

Según cuenta este anciano líder, la mayoría de las comunidades están construyendo pozos para extraer agua subterránea, porque el agua de los ríos está cada vez más contaminada como para ser consumida. Los peces también desaparecen y ante la dificultad de obtener alguna presa, hay quien suelta inmensas redes para ver si así consiguen algo para comer, sin la consciencia de que este tipo de pesca es muy agresiva con la vida de los fondos de los ríos amazónicos donde se fecundan los huevos de la mayoría de sus especies. «Estamos perdiendo recursos porque estamos olvidando las leyes de la naturaleza y no serán los blancos los que nos enseñen a recuperar esos conocimientos. Tenemos que ser autogestores de nuestro territorio», alega indignado frente a todos su parientes.

Las mujeres Sateré-Mawé son tradicionalmente las encargadas de la agricultura, de la recogida de frutos silvestres y de la preparación de la comida. «Nuestra riqueza está aquí, en esta tierra, en nuestra sabiduría indígena, en nuestros remedios naturales y en nuestros alimentos». Israelita Reis Garcia, la única mujer en el consejo de productores, pronuncia estas palabras con cierta nostalgia.

Ella tomó la voz cantante para denunciar el poco espacio que encuentran las mujeres para opinar sobre un asunto en el que tienen un papel indispensable: «Valorizar la comida tradicional es importante para nuestra autonomía pero también para nuestra salud, ya estamos viendo como aumentan enfermedades como la diabetes o el cáncer».

Otros desafíos en la batalla por la autonomía política indígena. «Los blancos suelen pensar que los indios somos atrasados pero nosotros sabemos que es mentira. Tenemos otra cultura que debemos valorizar», opina Jesiel Santos dos Santos, un miembro de la tribu Sateré-Mawé graduado en pedagogía que ejerce de secretario de educación y cultura del CGTSM, impulsando el proyecto de la licenciatura universitaria indígena y la Libre Academia Sateré-Mawé, un centro local de reconocimiento de sus tradiciones en la que los conocimientos de la tribu serán transmitidos de ancianos a niños. Este joven pedagogo considera que el sistema escolar convencional está masacrando la sabiduría indígena. No pretenden prescindir de ella pero el deseo de la tribu es que todos los parientes (denominación que utilizan los indígenas entre ellos) sean conscientemente educados desde pequeños en la lengua y cultura sateré antes de acceder a la escuela estatal. Sin conocimiento de sus raíces y orgullo de su identidad nativa, un indígena es más vulnerable a ser dominado por la sociedad exterior, explica el líder Obadias.

El espíritu de lucha es como un tatuaje en la piel de esta tribu, pero las formas de defender su autonomía se han ido adaptando a las circunstancias y amenazas de cada época. Uno de los mayores miedos es la individualización y la división de las comunidades, ya que algunos indígenas «una vez consiguen dinero, dejan de lado sus raíces, se compran una casa en la ciudad y sueñan con comer cheeseburguer», explica Obadias. Con una oración a los espíritus para pedir protección contra la sociedad consumista, el chamán de Vila Nova cerró la asamblea.

Una de las próximas metas en el horizonte de los Sateré-Mawé es conseguir representación indígena en las instancias políticas municipales para defender sus derechos amenazados, sobre todo desde que Michel Temer retomara la presidencia de Brasil. Sin pasar por los comicios, Temer ocupó el lugar de Dilma Roussef tras ser expulsada de su cargo presidencial, y con una política preferencialmente conservadora, ha aplicado la tijera tanto en los presupuestos como en materia de derechos humanos, de donde los indígenas salen entre los peor parados.

Las medidas para retirarle poderes a la Fundación Nacional del Indio (Funai), junto con nuevas leyes para revisar tierras indígenas ya delimitadas, así como para alterar los procedimientos de demarcación de nuevos territorios, auguran un futuro complicado para las poblaciones nativas que decidan vivir de la tierra de acuerdo a sus tradiciones ancestrales.