Ainara Lertxundi
Elkarrizketa
NATALIA OROZCO

«Hayamos sido guerrilleros, políticos, ministros, cineastas… en la Colombia del futuro todos tenemos que ser iguales»

Natalia Orozco es colombiana, periodista, directora y guionista de documentales. Su más reciente trabajo, “El silencio de los fusiles”, se adentra en los interiores del proceso de diálogo entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC-EP en La Habana. Fueron cuatro años de grabaciones y de viajes a la capital cubana. Su estreno en marzo en el Festival de Cine de Cartagena, en su Colombia natal, logró reunir en un mismo recinto al jefe negociador del Gobierno, Humberto de la Calle, y al comandante guerrillero, negociador y miembro del Secretariado Pastor Alape, a quien acompañaban Alexandra Nariño, Boris Guevara y Camila Cienfuegos. En la sala también estuvo el presidente Santos, quien intercambió saludos con los integrantes de la guerrilla, en un gesto simbólico del nuevo tiempo que, con desafíos y cierta dificultad, se abre en el país.

El documental recoge reflexiones arriesgadas de sus protagonistas y momentos íntimos e inéditos como el del comandante Pablo Catatumbo junto a su madre siguiendo el recuento de votos en las elecciones presidenciales de 2014 y la alegría de ésta por la victoria de Santos. O el dilema del comandante en jefe de las FARC-EP, Timoleón Jiménez, ante la muerte en un operativo del Ejército de Alfonso Cano en noviembre de 2011, cuando ya se habían dado los primeros acercamientos y definido la delegación para la fase secreta.

“El silencio de los fusiles” se presentará entre el 19, 21 y 26 de mayo en el festival de documentales DOCS de Barcelona. En entrevista con 7k, Natalia Orozco, directora también de documentales como “Benghazi, más allá del frente armado”, “Guantánamo ¿hasta cuando?” y “Gitanos, ciudadanos sin patria” y cofundadora del portal de noticias “Las2Orillas”, recuerda los difíciles inicios de la aproximación tanto a los delegados de las FARC como del Gobierno, el intercambio de puntos de vista con sus entrevistados, los riesgos de la paz y la enseñanza personal que le ha aportado este profundo trabajo audiovisual.

¿Cómo nace “El silencio de los fusiles”?

Estaba terminando un documental sobre la caída de Muamar Gadafi en Libia. Fueron dos años de idas y venidas al país africano. Después de esa dura experiencia, tuve una premier en Corea. Estando allí comenzaron a circular rumores de un acercamiento entre las FARC-EP y el Gobierno colombiano. Alguien entre el público me preguntó cuál era la película que soñaba hacer y, desde el corazón, respondí que la de una Colombia transitando hacia una paz duradera. De Corea viajé a México, donde tenía una segunda proyección. Durante todo el vuelo estuve pensando en la pregunta que me habían hecho. Al llegar, se oficializó el anuncio de la instalación de la mesa de diálogo en Oslo y que las negociaciones serían en La Habana. Ahí mismo, compré un billete para Cuba con la intención de contactar con los delegados guerrilleros y plantearles la idea de hacer un documental. Inicialmente, tenía pensado centrarlo en la figura de Simón Trinidad, preso en Estados Unidos, cuyo juicio había cubierto años antes. Se fueron abriendo algunas puertas, pero fue un proceso que se demoró un año. El haber estado en otros conflictos –Egipto o Libia– me preparó para este documental. Provengo de una familia simpatizante de movimientos de izquierda pero que siempre se opuso a la opción armada. Crecí en un mundo privilegiado pero en el que siempre se decía que la reivindicación social y la lucha por la justicia social tenían que tener su lugar. En mi círculo cercano, todo el mundo decía que las FARC eran narcotraficantes, terroristas, sembradores de minas, extorsionadores…

¿Cómo fue la primera toma de contacto con los delegados de las FARC en La Habana?

Yo estaba en el peor de los mundos. Colombia es un país muy machista y la Colombia rural aún más. La guerrilla es también machista y yo tenía todos los factores en contra; mujer, más joven que los comandantes que están acostumbrados a dar órdenes –ellos me veían como una «burguesita», una chica de un medio privilegiado– y, además, durante mucho tiempo fui corresponsal de RCN, un canal muy crítico con las FARC y que incluso fue objeto de un atentado por parte de esta guerrilla. Pero, aún así, yo quería hacer el filme. A través de unas conversaciones francas, al principio sin cámaras, en las que nos hicimos cuestionamientos mutuos y sin concesiones, ellos se dieron cuenta de cuál era mi intención. Pablo Catatumbo fue el primero que entendió que la historia que yo quería contar debía ser contada y fue quien dio la batalla en el interior de las FARC para que me permitieran hacerla. No fue fácil. Además, también me tocaba combatir los estados de ánimo; a veces había demasiada tensión en la mesa y yo llegaba con todos mis equipos, el asistente de cámara y pasaban diez días y no me atendían, o me recibían los mandos medios o más bajos que no podían ir más allá de los discursos comunes porque no tenían esa potestad. Con los únicos que podía tener una interlocución en profundidad sobre la condición humana, las contradicciones de la guerra… era con los comandantes guerrilleros. Igual de difícil fue el acercamiento al Gobierno, porque el hecho de que me hubiese aproximado primero a las FARC hizo que se generara mucha desconfianza. Me demoré tres años en lograr la entrevista con el presidente, Juan Manuel Santos. Ellos estaban batallando por la paz y yo por el acceso a las fuentes. La sensación que me queda es que los negociadores del Gobierno, muy protegidos por sus equipos de prensa, se dieron cuenta de que debían de revisar su estrategia de comunicación. Se dieron cuenta de cuán importante era hablarle a los colombianos y al mundo. Pero para cuando abrieron las puertas, la oposición ya había logrado crear en la opinión pública la sensación de que se estaba negociando a espaldas del país. Ese fue un terreno ganado por la oposición.

Recuerdo una entrevista suya al inicio del proceso de La Habana con la delegada de las FARC Camila Cienfuegos. Fue un diálogo duro, tenso y directo entre ambas. Ella, sin embargo, acudió al estreno del documental en marzo en Cartagena.

Después de visionar la película, Camila me regaló un abrazo. Estaba muy nerviosa. Antes de aquella primera entrevista con Camila tuve otra, más dura aún, con Pablo Catatumbo, gracias a la cual gané el Premio Nacional de Periodismo. Ahora veo aquellas dos entrevistas como un descubrir entre seres humanos que antes no eran capaces sino de mirarse a través de los prejuicios y las ideas preconcebidas. Eso demuestra que la construcción fue sólida, respetuosa y honesta desde un principio. En Cartagena vivimos un gran momento de tolerancia nacional y lo más bonito es que fue gracias al cine documental. Al terminar la proyección, se me acercó el presidente Santos, con quien yo no soy particularmente generosa. Cada una de las partes me agradeció el haber hecho este documental con honestidad. Sentada en medio de Pastor Alape –miembro del Secretariado–, con quien también tuve momentos super tensos, y de Humberto de la Calle –jefe negociador del Gobierno–, sentí que a pesar de todas las dificultades, había valido la pena. El hecho de que estuvieran ahí sentados, en silencio, escuchando con respeto cómo yo cuestionaba los lazos de la guerrilla con el narcotráfico, los daños medioambientales que causaron, el secuestro, los vínculos de militares con sectores paramilitares o la indiferencia de la clase alta y media colombiana hacia el conflicto… me hizo sentir, por un instante, que vivimos en una Colombia diferente.

¿En algún momento al inicio del rodaje pensó que se produciría la fotografía de Cartagena?

Nunca. Hasta un día antes del estreno pensaba que algo iba a pasar. El Gobierno siempre había guardado las distancias con respecto a la guerrilla; siempre cuidó mucho la simbología de cada apretón de manos, dónde y cómo se producían. La espontaneidad que se vivió en el Festival de Cine de Cartagena fue un momento un tanto surrealista. Yo le había pedido a Humberto de la Calle que se sentara junto a mí y Pastor Alape, porque ese era precisamente el mensaje del documental; que todas las palabras y todos los argumentos tienen igual cabida. Me sorprendió la espontaneidad con la que Humberto dijo que él se sentaba donde se tuviera que sentar. A fin de cuentas, hayamos sido guerrilleros, políticos, vicepresidentes, ministros, cineastas… en la Colombia del futuro todos, a través de nuestras ideas, tenemos que ser iguales.

El estreno coincidió con un fuerte cruce de acusaciones entre las FARC-EP y el Gobierno por la lentitud en la construcción de las Zonas Veredales Transitorias de Normalización, donde están los guerrilleros, y la aplicación de las leyes de amnistías e indulto etc… Como periodista que ha cubierto la negociación, ¿cómo valora los primeros meses de implementación de los acuerdos firmados el 24 de noviembre en el Teatro Colón de Bogotá?

Aunque las dificultades en la implementación son grandes, finalmente, estas se empequeñecen frente al dolor que nos dejaron tantos años de guerra. Creo que el Gobierno con su burocracia está enfrentando enormes dificultades que cumplir; la guerrilla también las tiene para mantener cohesionada a la tropa…. Pensar que estos meses iban a ser fáciles es una manera de desconocer totalmente lo que es un posconflicto después de medio siglo de desconfianza. Yo no quisiera minimizar los retos ni la discusión a veces dura entre las partes, pero siento que si se lograron silenciar los fusiles, esas dificultades logísticas van a quedar superadas. Quiero seguir siendo muy positiva sin desconocer que los retos son enormes.

El documental recoge momentos íntimos de miembros del Secretariado como a Pablo Catatumbo siguiendo junto a su madre el recuento de votos que dieron la victoria a Santos frente a Oscar Iván Zuluaga, del Centro Democrático, en 2014. Un hecho a destacar porque los comandantes guerrilleros siempre han sido reacios a compartir con los medios espacios de intimidad familiar.

Yo lo viví no solo como un voto de confianza hacia mí, sino también hacia el mismo proceso. Si el enemigo de un guerrillero quiere ponerlo en una situación de vulnerabilidad, por lo general, ataca a sus familias. Muchas veces entre ellos mismos no hablan de sus familias porque nunca se sabe quién va a desertar. El secreto mayor de un comandante es su mamá y cuando Pablo Catatumbo me permitió conocerla, una persona amorosa y santista hasta la médula, fue estar frente a las contradicciones de los seres humanos y la complejidad de la condición humana, motivación que como ya te he comentado me llevó a hacer el documental. Vi a un Pablo Catatumbo absolutamente entregado a su madre, afectuoso, siendo consciente yo de que fue uno de los guerreros con más ascendencia y estrategia dentro de una guerrilla muy militar. Los seres humanos somos capaces de transitar en un mismo instante de la violencia y la crueldad a la ternura y al amor: eso es lo que hace que el cine y estos personajes sean tan apasionantes de fusionar; eso es lo que somos, sobre todo, cuando estamos en condiciones extremas como la guerra.

Es muy significativo cuando, tras hacerse oficial la victoria de Juan Manuel Santos, su madre comenta con emoción «ganó la paz», a lo que Catatumbo replica con un «no mamá, de momento ganó Santos». Este diálogo refleja cómo un conflicto puede dividir familias e, incluso, un país.

Muestra también cómo una mamá mira con esperanza la guerra en la que ha participado su hijo y cómo este le responde desde la realidad y la estrategia. Fue un instante muy simbólico.

Otra de las frases que personalmente me llamó la atención fue cuando el comandante en jefe de la guerrilla, Timoleón Jiménez, afirma refiriéndose a la muerte de Alfonso Cano en noviembre de 2011 que llegó a la conclusión de que «debían sobreponerse» porque tenían dos opciones: «o dejarse llevar por las emociones o hacer un análisis más frío» de la situación. Una reflexión que permitió seguir adelante con los contactos con el Gobierno.

Esa intervención de Timoleón habla mucho de la voluntad que había en los altos mandos de las FARC. Después de casi dos años intercambiando comunicaciones con Alfonso Cano, Santos decidió autorizar el operativo en su contra. No había golpe más duro. Este hecho también muestra la crudeza de la guerra; uno no puede juzgar en términos de «bueno o malo» lo que hizo Santos, porque la guerra es estrategia.

El documental también aborda la cuestión del paramilitarismo. El Gobierno niega que en la actualidad sigan existiendo grupos paramilitares, pese a la elevada cifra de líderes muertos en lo que llevamos de año. Representantes gubernamentales se refieren a «fuerzas oscuras».

Pienso que es una visión muy miope por parte del Gobierno negar la existencia de un paramilitarismo igual de fuerte, peligroso y con la misma capacidad de exterminar una iniciativa política como sucedió en la década de los 80 con la Unión Patriótica. Si el Ejecutivo no acepta que existe un fenómeno paramilitar que continúa teniendo vasos comunicantes con las Fuerzas Armadas y sigue nutriéndose de sectores privados y de grandes terratenientes, no va a poder desarrollar una estrategia real de combate contra este fenómeno. No solo puede poner en peligro la vida de los guerrilleros que lideraron el proceso de paz, sino que puede poner en jaque toda la gobernabilidad. Mientras sigan con ese poder, los paramilitares seguirán expandiéndose por las regiones.

En el documental, el miembro del Secretariado Pastor Alape advierte de los «riesgos de la paz». ¿Cuáles son estos a su juicio?

Son muchísimos. Primero, está el paramilitarismo. Si el Gobierno no cumple las expectativas de los cerca de 8.000 hombres y mujeres que integran las FARC y están dispuestos a dejar sus armas, puede generar grupos disidentes que se van a sentir engañados, traicionados, que tienen vínculos con el narcotráfico y la posibilidad de hacer mucho daño. Y si no se implementan los acuerdos en los tiempos establecidos, grupos paramilitares van a intentar absorber a combatientes de las FARC y ocupar los espacios dejados por la guerrilla. Y, obviamente, está el peligro de una desilusión nacional, que no haría sino radicalizar las posturas y a quienes defienden una salida exclusivamente militar al conflicto. Eso sería muy grave.

¿Pensó en algún momento en la posibilidad de que el «no» ganara en el plebiscito del 2 de octubre?

No. Sí pensé que el proceso podría llegar a romperse en algunos momentos. Pero una victoria de los opositores al proceso estuvo siempre fuera de mis cálculos. Me sorprendió ver lo ciegos que estábamos no solo los periodistas sino también las encuestadoras y expertos. No hay palabras para describir el nivel de sorpresa y tristeza que nos generó ese resultado. La gente dice que hoy tenemos un mejor acuerdo; yo no estoy segura. En Colombia tenemos la capacidad de matar tan fácil, que también tenemos la capacidad de matar la ilusión. El segundo acuerdo se firmó, pero la ilusión y la esperanza estaban heridas de muerte.

¿Cuáles fueron los momentos más duros que vivió durante el rodaje?

Recuerdo una entrevista con el comandante Pascuas, uno de los fundadores de la guerrilla. Fue al inicio del rodaje. Había un jefe de comunicaciones de las FARC en ese entonces que me hizo la vida muy difícil. El entrevistado dijo algo que no quería que saliera en la grabación y me ordenó cortar. Me puse furiosa. Le dije que la única con autoridad para decir ‘corten’ era yo y que si él era un comandante de la guerrilla, yo lo era del documental. En ese momento, se paró toda la grabación, recogimos las cámaras. Yo pensé que ahí se acababa todo y que el proyecto moría en ese instante. Afortunadamente, intervino Pablo, que es un gran conciliador, al igual que Humberto de la Calle. Yo creo que la fuerza empática que tienen ambos fue fundamental para generar puentes de confianza. También con De la Calle viví momentos difíciles a la hora de abordar la fuerza que cogieron los grupos paramilitares, que en diez años llegaron a ser un ejército más fuerte que la guerrilla, que llevaba cincuenta años alzada en armas. Eso no hubiera sido posible sin la participación de las fuerzas militares y de terratenientes y grandes empresas nacionales y multinacionales. Para mí era muy importante que eso quedara en evidencia y el Gobierno lo aceptara. Siempre supo responder con altura y, sin tener que mentir, fue capaz de salir sin comprometer la negociación.

¿Cómo calificaría la cobertura del proceso?

Hubo periodistas que hicieron trabajos maravillosos y profundos. Pero también siento que en ocasiones los colegas colombianos se enfrascaban en debates supremamente superficiales. Una vez salió una foto de varios comandantes en un velero en La Habana, lo que ocupó titulares durante tres días. Era obvio que eso sucedía dentro de un contexto de negociación, en el que tantos unos como otros tenían que buscar estrategias para serenarse y volver a abordar temas tan difíciles en los que la vida y la muerte estaban en juego. Siempre he sido muy crítica con los análisis que realizan los periodistas colombianos desde sus cabinas de radio y televisión ubicadas en barrios privilegiados de Bogotá, Medellín o Cali, sin ir a conocer lo que está pasando y sin realizar esfuerzo alguno por ir a hablar directamente con la fuente. Soy muy crítica con la paz de los micrófonos; en algunos momentos, le hicieron mucho daño al país.

¿Qué enseñanzas le han aportado este documental y tantos viajes a La Habana durante cuatro años?

Yo me acerqué a este proyecto buscando respuestas y, si bien creo que no encontré respuestas concretas, me sirvió para confirmar principios en el sentido de que siempre consideré que una guerra no es un asunto de buenos y malos. Esta vez lo viví. En el conflicto de Colombia, nadie, ni siquiera quienes no tomamos las armas podemos tirar la primera piedra, porque a la sociedad civil, sobre todo a las clases medias y privilegiadas, muchas veces nos ganó el miedo, la apatía y la indiferencia. Confirmé que aunque las personas del Ejército o de la guerrilla hayan hecho en momentos de confrontación cosas monstruosas, ello no quiere decir que esa sea su naturaleza. Detrás del mayor guerrero siempre hay seres humanos que van a trazar unas líneas de humanidad, de sensibilidad y, desde esos puntos de empatía, tenemos que empezar a construir un país en el que quepamos todos.