IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBÉNIZ
ARQUITECTURA

El fin de la arquitectura (I)

El 15 de julio se cumplen 45 años de la demolición del primero de los 33 edificios de la promoción de vivienda pública de Pruitt-Igoe, en la ciudad de Saint Louis (Missouri). Este derribo adquirió el estatus de mito urbanístico, principalmente por la consideración que el crítico Charles Jencks hizo en su célebre libro “El lenguaje de la arquitectura posmoderna”, donde afirmaba que con la demolición moría la arquitectura moderna, entendida como la precognizada y diseñada bajo las premisas del Movimiento Moderno. La imagen del edificio recorrió el globo y supuso una victoria para aquellos que soñaban con abolir las políticas de alojamiento público en Estados Unidos. El nombre de Pruitt-Igoe quedaría para siempre grabado en el argumentario de aquellos que veían las políticas de vivienda pública como algo poco menos que soviético.

El chivo expiatorio de todo esto fue la arquitectura y, más en concreto, el Movimiento Moderno. Este estilo había nacido con el siglo XX y permitió el paso de un modo de construir artesanal a otro basado en conceptos más industriales, racionales e higiénicos, como la prefabricación, el hormigón armado y los grandes paños de vidrio. Precisamente el arquitecto Minoru Yamasaki, siguiendo este estilo, diseñó en Saint Louis unas torres altas que liberaban espacio en el suelo para zonas verdes, separando el tráfico rodado del peatonal y garantizando un correcto soleamiento en todas las estancias. Esto fue un cambio radical para las familias realojadas del antiguo barrio, que vivían hacinadas en lo que hoy en día consideraríamos infraviviendas. En un momento en el que la segregación racial seguía vigente, muchos ciudadanos negros consiguieron una vivienda con un estándar de calidad inimaginable hasta entonces.

El proyecto, financiado en su etapa inicial con dinero federal, fue vendido como el pasaje al futuro a través de la arquitectura. Cuando veinte años más tarde la situación de deterioro fue insoportable y los fondos públicos desaparecieron, parecía lógico disparar al pianista, en este caso la arquitectura. El mensaje caló no solo en la ciudadanía en general, sino también en los propios profesionales; la siguiente generación de arquitectos comenzó a cuestionar la escala de los proyectos, la deshumanización de los mismos y el lenguaje racional de este estilo proveniente de Europa.

Habiendo pasado el suficiente tiempo, nuestra generación se cuestiona la validez de ese ataque al Movimiento Moderno; en el documental “El mito de Pruitt-Igoe”, el cineasta Chad Freidrichs entrevista a personas crecidas en el complejo que hablan del lugar con una calidez que desentona con ese estereotipo de «vivienda impersonal» del Movimiento Moderno. Una persona relata cómo, antes de mudarse al complejo, compartía su casa con sus padres y nueve hermanos. Su madre dormía en la cocina, en un colchón enrollable. Cuando vieron la nueva casa, el hecho que más le llamó la atención fue que existiera una cama para cada uno. Otra mujer recuerda que el barrio, a pesar de tener la fama de peligroso, era absolutamente seguro para sus habitantes, por el mero hecho de tener un tejido comunitario fuerte. Curiosamente, y yendo contra el relato oficial, no se escucha una sola mención negativa a la arquitectura.

El complejo nació tocado de muerte, con una reducción drástica de la calidad de los materiales, así como recortes disparatados para abaratar precios –por ejemplo, los ascensores solo paraban en determinadas plantas–. A esto habría que sumarle una población muy empobrecida, a la cual forzaban a prácticamente mendigar las ayudas federales. Estas subvenciones, así como las reparaciones de los elementos comunes –en teoría, responsabilidad del estado de Missouri– no llegaban y los propios vecinos se organizaron para realizar tareas comunitarias de limpieza. Pese a esos esfuerzos, el barrio fue poco a poco degradándose, abriendo paso a la criminalidad y al deterioro urbano. La demolición fue la respuesta de una Administración que tuvo dinero para gastar en la construcción, pero no en la gestión o mantenimiento.

Aunque el mito dice que fue la arquitectura la que fracasó, la historia de Pruitt-Igoe no es sino el relato de un éxito, el de unas políticas que buscan ahogar lo público para luego venir al rescate con la bandera del liberalismo económico por delante y la bola de demolición al frente.