Zigor Aldama
dos décadas de la devolución a china

Hong Kong, entre la Unión Jack y la hoz y el martillo

Han pasado veinte años desde la devolución de Hong Kong a China, un hito que ha servido a la excolonia británica para capear la crisis económica y que muchos critican por la erosión de las libertades individuales en la ciudad.

Chris Patten, el último gobernador británico de Hong Kong, solo se permitió derramar una lágrima durante la arriada de la Unión Jack el 1 de julio de 1997. Pero quedará grabada para siempre como símbolo del fin de la colonización europea de Asia. China todavía tuvo que esperar dos años más para recuperar la ciudad de Macao, que ocuparon los portugueses, pero en la historia se ha impuesto el poderoso simbolismo de Hong Kong. Al fin y al cabo, era una isla sin apenas importancia que el imperio británico convirtió en uno de los principales centros financieros del mundo.

Menos emocional, y consciente de que muchos en Hong Kong se sentían abandonados a su suerte por el Reino Unido, durante la ceremonia de devolución del territorio a la República Popular fundada por Mao Zedong, el príncipe Carlos de Inglaterra pronunció un discurso en el que hizo varias alusiones a la Declaración Conjunta firmada por ambos países. Quería reafirmar que la hoz y el martillo no destrozarían Hong Kong, ya que el acuerdo recoge la protección del peculiar régimen capitalista con el que Hong Kong se ha integrado en China, bautizado como «un país, dos sistemas».

Este modelo inédito garantiza la preservación de las peculiaridades de la Región Administrativa Especial de Hong Kong durante cincuenta años. Eso quiere decir que, en teoría, hasta 2047 contará con un gobierno autónomo con diversas competencias, una moneda y cuerpos policiales propios, una Ley Básica que respeta libertades individuales desconocidas en la China continental –como las de prensa, expresión y manifestación–, y cierto control sobre el flujo migratorio interno, las fronteras, o el proceso de elección de los legisladores autonómicos.

«Desafortunadamente, veinte años después, todo eso está en entredicho». Joshua Wong, uno de los principales líderes estudiantiles que lucha por la adopción de un sistema plenamente democrático en Hong Kong, critica con dureza el rumbo que ha tomado la ciudad desde que el presidente chino Jiang Zemin presidió el izado de la enseña con las cinco estrellas amarillas sobre fondo rojo. «El Partido Comunista no está cumpliendo con lo pactado. Al contrario, su actitud es una amenaza para las libertades de Hong Kong», dispara el joven activista, líder del recién creado partido Demosisto.

Con el 2047 como meta. En la hoja de ruta de Hong Kong estaba previsto que en las elecciones de 2007 el parlamento local fuese elegido por sufragio universal, un modelo que tampoco existió durante la colonización británica. No obstante, las multitudinarias manifestaciones que en 2003 protagonizaron quienes rechazaban la Ley Antisubversión retrasaron la fecha hasta 2016. «Pero Pekín se ha sacado de la manga una norma para evitar que sus enemigos se pudieran presentar a esas elecciones. Solo los candidatos aprobados por un comité elegido a dedo pudieron participar y votar a la jefa del Ejecutivo». Así, Carrie Lam tomará posesión de su cargo el próximo día 1 tras haber sido elegida por solo 777 votos en una ciudad de 7,3 millones de habitantes. «Eso no son unas elecciones, es una farsa», zanja Wong.

Y no es el único que piensa así. Las estadísticas son claras al respecto. La encuesta anual que lleva a cabo la Universidad de Hong Kong reveló en 2008 que el 53,1% de los hongkoneses confiaba en el Gobierno central, frente a un 14,4% que no. A finales de 2015 la tortilla había dado la vuelta: el 40% recelaba de Pekín mientras que el porcentaje de quienes mantenían su confianza cayó al 35,2%.

«La población siente que el Gobierno central está cerrando el puño, y es evidente que hay razones para la preocupación. Los líderes chinos creyeron que para este momento ya contarían con una mayoría en su favor que les otorgase el poder autonómico, pero como no es así están incumpliendo sus promesas», explica Nicholas Bequelin, director de Amnistía Internacional en el este de Asia. «De hecho, por primera vez desde su devolución a China, el año pasado el Parlamento británico –que redacta un informe semestral sobre la implementación de la autonomía de Hong Kong– consideró que el Partido Comunista ha violado la Declaración Conjunta».

El detonante de esta dura crítica ha sido la abducción ilegal de varios ciudadanos de Hong Kong por parte de fuerzas de seguridad chinas que no tienen jurisdicción en la excolonia británica. Cinco libreros y editores especializados en ensayos contra el Gobierno chino y un prominente empresario desaparecieron misteriosamente –uno incluso fue detenido de forma irregular en Tailandia–, y finalmente reaparecieron tras haber declarado ante las autoridades chinas o, como sucedió con Gui Minhai, después de haber confesado un antiguo delito en televisión.

«Sienta un grave precedente, porque se demuestra que la gente puede ser arrestada por agentes chinos que se saltan la legalidad y procesada luego en China por asuntos que en Hong Kong no son un delito», comenta Cliff Buddle, editor y responsable de proyectos especiales en el “South China Morning Post”, el diario hongkonés de referencia en inglés. Por otro lado, Buddle reconoce que, además de este tipo de noticias preocupantes, el Movimiento de los Paraguas, que ocupó zonas del centro de la ciudad para demandar democracia entre el 26 de setiembre y el 11 de diciembre de 2014, «ha politizado a una sociedad cada vez más dividida».

No en vano, aquella revolución pacífica ha supuesto la consolidación de dos movimientos que Buddle califica de «sorprendentes e impensables hace veinte años» y cuya línea divisoria es muy difusa: el conocido como localismo, que aboga por defender la cultura y los derechos de Hong Kong por encima de todo, y el independentismo, que es el que más preocupa en la cúpula del poder chino a pesar de que todavía resulta muy minoritario. Los localistas se dividen en media docena de nuevos partidos que exigen el derecho de autodeterminación, un sufragio universal verdadero, o frenar el flujo de turistas de la China continental, a los que muchos comparan con una plaga de langostas. Curiosamente, este mes han provocado un agitado debate al pedir que se acabe con la vigilia anual que el 4 de junio recuerda a las víctimas de la masacre de Tiananmen. Argumentan que se trata de algo que sucedió en China y que, por lo tanto, no les incumbe.

«Siento temor por lo que pueda pasar después de 2047», apunta Joshua Wong, uno de los precursores del Movimiento de los Paraguas que afirma sentirse identificado con el modelo de Podemos en el estado español. «Personalmente, yo no abogo por la independencia, pero sí creo que se debe incluir esta opción en un referéndum de autodeterminación. Quiero que Hong Kong adopte una democracia. Por eso, el pueblo debe ser soberano para decidir si quiere ‘un país, dos sistemas’, ‘un país, un sistema’, o incluso la independencia».

La brecha generacional. Todos los activistas reconocen que existe una clara brecha generacional que separa a jóvenes partidarios de la democracia y del localismo de quienes han nacido antes de la devolución de Hong Kong a China. «Muchos votan a los pan-demócratas o son partidarios del régimen de Pekín. Quieren estabilidad porque tienen los referentes de la Revolución Cultural y la matanza de Tiananmen, temen al Partido Comunista, y consideran que las reformas económicas son suficiente avance como para no protestar», señala Bequelin, que traza una analogía con el movimiento occidental hippie en la década de los 60. «A aquellos jóvenes se les oponían mayores que habían vivido la tragedia de la Segunda Guerra Mundial».

Ningún miembro del Gobierno chino o de universidades estatales ha aceptado ser entrevistado para este reportaje, pero quienes ven con buenos ojos el rumbo de Hong Kong aducen sobre todo razones económicas y de estabilidad social para sustentar su optimismo. El hecho de que la excolonia capease con soltura la crisis económica global que estalló a finales de 2007, en gran parte gracias al apoyo de China, es uno de los que más se menciona en la prensa local pro-Pekín. También que Hong Kong siga siendo el territorio más competitivo del mundo, con unos niveles de bienestar social comparables a los de la Unión Europea o Estados Unidos. El propio Cliff reconoce que «el problema está más en la percepción de la situación que en la realidad de la misma».

El periodista, que comenzó a trabajar en el “South China Morning Post” en 1994 y ha cubierto desde entonces los principales acontecimientos de Hong Kong, constata que «la juventud siente una gran carencia de oportunidades y se siente incapaz de propiciar los cambios que creen necesarios». Así, un 60% de quienes tienen entre 18 y 29 años pretende emigrar, y el 80% está insatisfecho con la actual situación política. Bequelin, además, añade que los jóvenes tienen cada vez más dificultad para acceder a una vivienda digna –Hong Kong está siempre entre las urbes más caras del mundo al respecto– y que el sector inmobiliario está en manos de oligarcas con claras conexiones en Pekín.

El inframundo de Hong Kong. De hecho, detrás de la deslumbrante fachada de vanguardia arquitectónica y de lujo que Hong Kong muestra al mundo existe un inframundo de miseria que se esconde en destartalados edificios de la era colonial. La ONG SOCO estima que unas 250.000 personas residen en particiones minúsculas en pisos ilegales, y algunos incluso viven en jaulas. Yan Chi Keung, un hombre de 63 años, es uno de ellos. «En total tengo unos ingresos de 4.200 dólares de Hong Kong (unos 480 euros)», explica Yan tumbado sobre su colchón y con un hilillo de voz difícilmente audible. «Es la suma de la pensión de invalidez y la ayuda para alojamiento», explica el extrabajador de una empresa de transporte, que paga 1.260 dólares, casi 150 euros al mes, por una jaula de un metro de ancho, otro de alto, y uno noventa de largo.

En un bloque cercano, parejas jóvenes y madres solteras comparten un estrecho y largo pasillo al que dan pequeñas particiones hechas con finas planchas de madera. Solo unos pocos afortunados disfrutan de ventanas, y el denso aire del lugar mezcla la altísima humedad de Hong Kong con el olor a fritanga que emana de la pequeña cocina de gas que, según los habitantes del inmueble, supone también un grave peligro de incendio. Los habitantes ingresan cantidades superiores al salario mínimo, pero ni siquiera así pueden acceder a una vivienda digna.

A nivel macroeconómico, Bequelin también apunta a la pérdida de competitividad que sufre Hong Kong debido al auge de otras metrópolis chinas, sobre todo Shanghái. «Estoy convencido de que Pekín busca sustituir a las elites económicas de Hong Kong por otras de China, porque la economía es otro de los frentes de esta guerra. Y la subasta de terreno edificable deja bien claro quién la está ganando: el 60% de los compradores son empresas del continente». Además, la relevancia de Hong Kong en el PIB de China ha caído de casi el 19% en 1997 hasta poco más del 2% de la actualidad. Y sigue bajando. No obstante, Bequelin destaca que «todavía es el único lugar verdaderamente internacional, con un mercado de valores real, y con garantías legales que los inversores extranjeros aprecian».

El poderío económico de China también se ha sentido en otros sectores. Precisamente, el de la prensa ha sido uno de los que más ha llamado la atención por la venta del “South China Morning Post” al gigante del comercio electrónico chino Alibaba. A pesar de las críticas que ha suscitado la operación entre los localistas, Buddle asegura que si algo ha cambiado en la redacción ha sido precisamente para mejor. «Cuando una empresa china compra un medio de comunicación, la gente cree inmediatamente que se va a inmiscuir en su línea editorial. Pero puedo asegurar que eso no ha sucedido en nuestro caso. He sido crítico con los gobiernos de China y de Hong Kong cuando lo he creído conveniente y continúo escribiendo con total libertad».

Es más, Buddle da la bienvenida al capital chino. «Hemos ganado ambición, tenemos una estrategia de crecimiento online, e incluso estamos contratando a gente. Queremos ser el diario de referencia mundial sobre China, que ofrezca contexto e información sobre lo que realmente sucede en el país. Hong Kong es el lugar perfecto para lograrlo», apostilla. Eso sí, Buddle también reconoce que cada vez es más difícil acceder a fuentes oficiales e incide en un punto que considera clave para el futuro de Hong Kong: «Que el sistema judicial se mantenga independiente».

El reportero es optimista al respecto. «Creo que el modelo ‘un país, dos sistemas’ es el que más beneficia a China, y que Pekín lo mantendrá a pesar de las amenazas del fin de la autonomía y las presiones dentro del Partido». Bequelin, sin embargo, ve nubarrones en el futuro, y no se aventura a imaginar cómo será Hong Kong en 2047. Pero prevé tensiones graves. «Uno de los principales problemas es que Pekín exige patriotismo a los ciudadanos y equipara eso a jurar lealtad al Partido Comunista. Hong Kong sigue el camino de Tíbet y Xinjiang, donde se exige demostrar el patriotismo continuamente». Wong también se decanta por el pesimismo, pero lo hace con el convencimiento de que en sus manos está hacer algo para evitar que el sistema político de Hong Kong se parezca cada vez más al de China. «Ningún país ha conseguido la democracia en un sistema comunista. Si lo logramos, habremos hecho historia», sentencia con una sonrisa.