Koldo Landaluze
Elkarrizketa
Deepa Mehta

«Aunque pueda parecer extraño, la India es probablemente el país del mundo en el que el activismo de las mujeres es más fuerte»

La India y la mujer ocupan un lugar preeminente en la obra de la cineasta Deepa Mehta. Matrimonios concertados, migración, la situación de la mujer india, violencia machista... son temas que aparecen a lo largo de toda su filmografía. Nacida en Amritsar (India) en 1950, tras estudiar filosofía en Nueva Delhi se trasladó a Canadá, donde reside desde los años sesenta. En realidad, la autora de películas como “Sam and Me” alterna habitualmente sus estancias en la India y Canadá. Una situación que ella misma define como «algo necesario para mí, porque me permite seguir de cerca todo lo que ocurre en mi país natal».

Mehta es mundialmente conocida por su “Trilogía de los elementos”, que incluye “Fuego” (1996), “Tierra” (1998) y “Agua” (2005) , y en la que se acerca a historias que transcurren en diversos periodos históricos del país asiático. Otros trabajos a tener en cuenta son “Freda y Camilla” (1994), en la que relata la amistad entre dos mujeres de diferentes edades, y el drama sobre violencia de género titulado “Cielo” (2005). En su filmografía también destaca la adaptación de la novela de Salman Rushdie “Hijos de la medianoche” (2012) y recientemente ha estrenado un largometraje que combina documental y ficción –“Anatomía de la violencia”–, en el que se relata el caso de una violación múltiple que conmocionó a la opinión pública. En 2013 fue nombrada Oficial de la “Order of Canada”, la distinción más importante del país. El pasado 7 de abril recibió el premio de la edición número quince del Festival de Cine y Derechos Humanos de Donostia por su trayectoria de treinta años dedicada al cine, en los que siempre ha destacado por abordar todo tipo de temáticas de índole social, casi siempre en su país natal.

De mirada profunda, casi hipnótica, Mehta esboza una sonrisa en cuanto le señalamos si, visto el caudal de películas indias centradas en diferentes problemáticas sociales, se considera una especie de pionera involuntaria. Ella responde con una sonrisa inmensa y añade «la verdad es que nunca me he visto como tal. Supongo que en algo habré ayudado, pero me alegro mucho de que se rueden este tipo de filmes».

Apasionada del llamado séptimo arte, la autora nos revela a modo de prólogo que «el cine es similar a una interminable paleta de colores... una ventana creativa a través de la cual es posible captar todos los matices y esencias que encontramos en nuestra propia realidad y nuestros sueños... por muy disparatados y terribles que estos sean. Personalmente me gusta jugar con la cámara y los géneros porque enriquecen el mensaje tanto estética como argumentalmente». Estas palabras casi obligan a que la cineasta, guionista y productora nos guíe a través de los senderos fantásticos que encontramos en su obra pero, antes de ello, le recordamos que su cine está profundamente enraizado en lo real.

Buen ejemplo de ello es su «Trilogía de los elementos» conformada por «Fuego», «Tierra» y «Agua».

A veces me resulta muy difícil discernir entre lo real y lo fantástico. Sobre todo cuando esto último adquiere una dimensión cercana a las pesadillas que vivimos en nuestra cotidianidad. No obstante, creo que mi cine está muy arraigado en una realidad que conozco bien y que, como señalas, se expresa en esa trilogía. “Fuego” está ligeramente basada en “Lihaf “, una historia escrita por Ismat Chugtai en el 41 y a través de la cual quise desarrollar una metáfora sobre la India contemporánea, con sus conflictos y la fuerza de su tradición, pero en ella también despuntan actitudes de inequívoca ruptura con el pasado. Supongo que es el conflicto constante entre lo viejo y lo nuevo expresado a través de las relaciones homosexuales. En “Tierra”, la trama gira en torno a los brutales cambios que se sucedieron a partir de la partición de la India en India y Pakistán. Hay muchas cuestiones políticas desconocidas sobre la partición que los mandatarios británicos no quieren que se vean. Cuando descubres la verdadera historia y la responsabilidad de los británicos en este asunto, entiendes por qué se sienten muy incómodos con este tema. En general se suele tender a romantizar a Gandhi y a Lord Mountbatten. Personalmente, esto me provoca mucho asco.

«Fuego» fue la primera película india que mostraba de forma explícita las relaciones homosexuales. Tras su estreno en 1998, diversos grupos hindús de derechas abanderaron una serie de protestas violentas. Un extremo que volvió a repetirse tras el estreno de «Agua».

El punto de arranque de “Agua” es la boda de una niña de ocho años con un moribundo que fallece esa misma noche. Después de incinerar al difunto, el panorama de la niña se asoma trágico ya que debe ingresar en un ashram, o casa de viudas, donde pasará el resto de su vida. De esta manera, su destino será compartir con las demás mujeres-reclusas una vida de miserias, exclusión social e incluso de prostitución, siendo obligadas a ofrecer sus servicios sexuales a los brahmanes, la casta social más elevada. Todo ello transcurre en un periodo histórico determinante en la India, en los años 30. En este filme quise expresar mi preocupación y miedo en torno al aumento del integrismo. Y con esto no me refiero solo al auge del integrismo en la India, sino en el mundo entero y en todas las religiones. A las seis semanas de comenzar a rodar “Agua” en Varanasi, a orillas del Ganges, las protestas de algunos grupos obligaron a suspenderlo porque, según ellos, la película iba en contra de la religión hindú. Las autoridades se limitaron a mirar hacia otro lado y cuatro años después reinicié el rodaje en Sri Lanka y con un reparto nuevo. Hoy en día en India hay más de 34 millones de viudas, de las que once millones siguen viviendo en ashrams. Como se puede ver, todavía queda un enorme trabajo por parte de las activistas y de las organizaciones no gubernamentales para que esto cambie. No va a resultar nada fácil y requerirá de muchísimo tiempo y trabajo para seguir concienciando acerca de esta realidad terrible. Si una viuda no va al ashram, el dinero del marido debe ser repartido. En cambio, si ella va a esa reclusión, el dinero permanece en la casa de la familia del esposo. Todo ello condiciona mucho esta terrible situación.

A pesar de la fuerza lírica de sus películas, en ellas también topamos en primer plano con la realidad en torno al papel que juega la mujer.

Es indudable que la situación de las mujeres en India ha mejorado desde los años en los que se sitúa “Agua”, pero también es verdad que los cambios más profundos se vislumbran lejanos. Para muchos, nacer niña es todavía sinónimo de desgracia. Según revelan algunos datos, en los últimos veinte años se estima que se han practicado diez millones de abortos selectivos en la India para evitar el nacimiento de niñas. Otro capítulo más escalofriante si cabe son los infanticidios.

Otra pieza angular dentro de su filmografía, además de las mujeres, es la propia India, la cual ha reflejado en sus películas en muy diferentes contextos históricos. Ejemplo de ello es «Hijos de la medianoche». ¿Cómo surgió la puesta en marcha de esta adaptación de la novela de Salman Rushdie?

Se trata de la primera gran novela épica postcolonial sobre la India. Es una obra monumental muy querida en el país y en ella se habla de cómo nuestra historia advierte de nuestro presente: somos de donde venimos. Rushdie transformó el idioma inglés en indio, creando algo nuevo que llamamos hinglish. Vista la gran relevancia que tiene esta novela, supuso todo un reto. Cuando Salman dio el visto bueno, mi primera reacción fue: «¿Cómo voy a adaptar esto?». Ese miedo inicial me permitió buscar una nueva vía para filmarla y opté por apoyarme en mi instinto y hacerla desde la pasión. Un elemento a tener en cuenta dentro de su argumento es el poder de la evocación, la magia, y para ello me inspiré en “El tiempo de los gitanos” y “Underground”, de Emir Kusturica, y en los “Cuentos de la luna pálida” de Mizoguchi, porque me gusta ese tipo de magia o fantasía que surge de la misma entraña del ser humano y no requiere de excusas técnicas para hacer volar a los personajes.

¿Cómo se desarrolló este trabajo conjunto con Salman Rushdie?

Conocí a Salman años después de haber leído “Hijos de la medianoche” y un día, a través de una conversación informal, se planteó la posibilidad de que podríamos trabajar juntos en una adaptación de su novela “Shalimar el Payaso”. Pasado el tiempo, y en el transcurso de una nueva reunión, le trasladé mi intención de querer rodar “Hijos de la medianoche” y que, para llevar a cabo esta empresa, resultaba fundamental su plena implicación en la escritura del guion, porque era la única forma de ser respetuosa con el original literario. Cuando aceptó esta idea, cada cual y por su lado desarrolló los cauces narrativos del guion y al cabo de varias semanas volvimos a reunirnos para compartir nuestras reflexiones. Entonces descubrimos que nuestras ideas en torno a la obra eran casi idénticas. La clave se fundamentó en que Salman y yo acordamos que el guion se centraría en el viaje personal del protagonista y después en su contexto histórico, porque queríamos reflejar la idea de que el presente es consecuencia del pasado, así que ese trayecto del personaje se convirtió en algo esencial. Durante la fase de filmación siempre mantuvimos una correspondencia fluida y, cuando finalmente pudo verla completada, afloró en mí un gran nerviosismo. Recuerdo que estaba sentada detrás de él durante la proyección privada y tuve que salir varias veces de la sala porque me resultaba imposible no querer observar cada uno de sus gestos mientras él miraba la película. Cuando acabó el pase, él estaba llorando.

¿«Anatomía de la violencia» supone su trabajo más arriesgado hasta el momento? ¿Qué le llevó a filmarla?

Desde un punto de vista cinematográfico sí lo es, porque es muy arriesgada en diferentes planos formales. Desde una óptica emocional también ha supuesto un trabajo muy duro. Todo el proyecto nace de una noticia que leí en Delhi hace cinco años y que hacía referencia a una joven que había sido violada en un autobús mientras este realizaba su trayecto habitual. Me sobrecogió el hecho de que un grupo de hombres violase a una mujer en un autobús mientras circulaba por la ciudad a plena luz del día y por delante de hasta seis comisarías. Y ocurrió esta tragedia sin que el vehículo fuese detenido ni por las autoridades ni por la ciudadanía. Una vez ejecutada la violación, los hombres simplemente lanzaron a la carretera a la joven y a su pareja, a quien golpearon repetidas veces. Fue tal la brutalidad de estos actos que la noticia conmocionó al mundo entero, a los indios y por supuesto a mí, que inmediatamente me sumé a las múltiples protestas que recorrieron la India. Al poco tiempo recibí una llamada de unos productores de Nueva York que me invitaron a rodar una película sobre la violación. Mi primera reacción fue decir no. Estaba realmente impactada por este suceso, pero al cabo de dos años acepté imponiendo varias condiciones. Les dije que no haría una película que se centrara en la víctima, porque pensaba que suponía en cierto modo «revictimizar» a la joven. No quería filmar la violación. Mi intención fue crear una historia que sirviese para explorar cómo se crea un violador, qué es lo que provoca que una persona se transforme en algo así, en un monstruo. El poder y la misoginia son factores habituales en la personalidad del violador y, en el caso particular del grupo de agresores que participó en este suceso, creo que su extrema pobreza e incultura también fueron determinantes. Por ello debía enfocar mi interés en sus orígenes e imaginé a través del guion cómo podían haber sido sus vidas, su infancia, sus entornos o sus familias, y traté de crear momentos que dramáticamente funcionasen para contar todo eso al mismo tiempo. Creo que proyectar el pasado de alguien para entender sus acciones presentes es una técnica válida y en episodios como este adquiere un mayor significado. El armazón argumental surgió de manera orgánica y me permitió organizar estos momentos críticos de las vidas pasadas de los agresores como motor de su brutal acto. No obstante, he querido dejar claro que la estructura servía para llegar al punto determinante que deriva en la decisión de violar a la joven. A partir de este punto de no retorno, ellos son plenamente conscientes del crimen que van a cometer y yo no quería que pareciese que les eximía en modo alguno de sus responsabilidades. Por todo ello, los capítulos que conforman la película están numerados como si se tratara de una cuenta atrás que culmina en el momento de la violación.

¿Qué respuesta obtuvo esta película en la India?

Las cifras de violación en la India son excepcionales, pero de alguna manera esta violación pulsó algo en el interior de la gente, de los hombres y las mujeres. Fue tan brutal... un golpe muy duro dirigido hacia nuestra educación como seres humanos e indios. Fue tan indignante cuando sucedió que la gente pensó: «Tenemos que hacer algo acerca de las leyes de violación». Un organismo llamado Comité Virma endureció estas leyes y los casos de violación denunciados se duplicaron. Algunas de estas leyes se cambiaron, pero el problema sigue persistiendo en la raíz. Tiene que cambiar la idea de que las mujeres necesitan la ayuda de los hombres para realizar cualquier tarea o desarrollarse como seres humanos. Todavía predomina la idea de que las mujeres deben limitarse al cuidado de sus padres cuando estos envejecen... a casarse, a tener hijos. Con “Anatomía de la violencia” me he trasladado a lugares recónditos de la India y se ha proyectado en plazas a las que acudían familias enteras. Al finalizar la proyección, las reacciones eran muy positivas, tanto en hombres como mujeres, en torno a la necesidad de que no vuelvan a ocurrir sucesos como los que relata el filme. Otro dato a tener en cuenta en este sentido, y aunque pueda parecer extraño, es que la India es probablemente el país en el que el activismo de las mujeres es más fuerte.

Vivimos en una sociedad en la que los crímenes se transmiten en directo a través de las redes sociales.

Exacto. Esta violación en grupo que relato en la película es un suceso que se ha repetido en diferentes lugares del mundo y a través de una cámara que difundía el crimen a través de internet. A mí me inquieta la carencia de límites en este sentido... es algo que ocurre a escala global. Que alguien como Donald Trump disponga de Twitter y plasme en esta plataforma lo que me piensa –sobre todo en la forma en que lo hace y a sabiendas del cargo que ostenta–, me asusta mucho.

La cultura cinematográfica está muy arraigada en la India. Cerca de 20 millones de indios se acercan a las salas de cine a diario.

Así es. Pero hay dos tipos de cine. Uno muy popular y al que se le suele asociar a la India, Bollywood, y otro más minoritario y de corte independiente. El primero aboga por el entretenimiento, la simple evasión. Bollywood puede llegar a producir 1.500 títulos al año. Es una industria apegada a sí misma y no está dispuesta a cambiar su política. La gente ve este tipo de películas como una ventana de escape, porque tienen vidas muy difíciles y quieren escapar de su propia realidad durante tres horas en la que se suceden canciones, bailes y crónicas de amor maravillosas. Por el contrario, el cine independiente aporta quince o veinte títulos. A pesar de ello, en los últimos años existe una corriente tendente a elaborar un tipo de cine popular que también invita a la reflexión. Es una excelente idea, porque estrecha el abismo entre el cine popular y el de autor e invita al espectador a reflexionar.

La Constitución hindú defiende la libertad de expresión pero incluye organismos censores que evalúan las películas.

Sí, suena extraño ¿verdad? Yo he tenido que hacer frente a estos organismos y son varias las películas que no han podido ser proyectadas en la India. Uno de los casos más conocidos es el que ha padecido la película de Alankrita Shrivastava “Pintalabios bajo mi burka”, que narra la historia de cuatro mujeres que se rebelan contra su destino. Según la Comisión Central de Certificación Cinematográfica, el órgano censor indio, esta película fue rechazada y señalada «por sus continuas escenas sexuales».

¿Podría aportar una breve radiografía social de la India actual?

El 67% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. Es un país con un potencial enorme pero cruelmente marcado por el peso de la corrupción. Hay mucho descontrol y desconcierto y fruto de ello es una nueva clase media integrada por consumidores obsesivos a los que se les alecciona a comprar, comprar... Esta nueva élite social, una criatura más del capitalismo salvaje, no oculta la gravedad de un problema real: la riqueza llega a cuentagotas a las clases más bajas y es tal el nivel de corrupción que ello impide que ese reparto sea más equitativo. Por fortuna, algo está cambiando. Hace unos años los grandes escándalos de corrupción política ni siquiera salían en los periódicos y apenas se les prestaba atención. Hoy en día y gracias al florecimiento de un activismo social, se denuncian todas las injusticias. Esta especie de grito de libertad se expande y cada vez son más las personas que han apostado por transformar el país. El gran problema es que estos intentos chocan de bruces con un sistema muy corrompido y los mecanismos de una política trasnochada que no está por la labor de querer cambiar su estatus acomodado.

¿Qué nuevos proyectos incluye la agenda de Deepa Mehta y qué fue de su película sobre Matisse?

En breve inicio el rodaje de una nueva película en Estados Unidos, se trata de una comedia de corte urbanita. En cuanto al proyecto sobre Matisse fue una propuesta que me llegó hace siete años y todavía espero que se concrete finalmente. Se trata de un biopic basado en el pintor Henri Matisse que lleva por título “Masterpiece”. Uno de los alicientes que me llevó a dar el sí a este filme es la presencia de Al Pacino. Me encantaría trabajar con este actor.