Carlos Sánchez Pereyra
El mapa de los Mercados

El rostro callejero de París

Los mercados son la puerta perfecta para adentrarse en la cotidianidad de la vida parisina, una faceta en la que un París sin maquillajes también se sabe sentir muy cómodo. Lejos de las guías de viaje tradicionales, estos mercados constituyen otra manera de acercarse a la esencia de una de las ciudades más visitadas del planeta.

Después de visitar media docena de mercados comenzamos a observar la ciudad desde otro ángulo. Las recomendaciones marcadas en el mapa pasan a segundo plano porque, aunque lo que la guía turística nos propone es descubrir a París desde sus monumentos, los mercados consiguen que apreciemos estas maravillas arquitectónicas viviéndolas a través del carácter que les confieren sus calles. Es cuestión de observar el paisaje desde el lado correcto de la ventana y adentrarnos en la verdadera esencia de uno de los lugares más visitados del mundo.

Café Delmas, Place de la Contrescarpe, en pleno Barrio Latino. Didiane, una parisina de toda la vida y coleccionista de objetos de segunda mano, nos explica que «nunca me paseo por la sección de viajes de ninguna librería, pero conozco ciertas ciudades como mi propia casa». Sus consejos lo avalan. Saca de su bolso una pluma y, en menos de cinco minutos, el mapa aparece lleno de nuevas marcas. Algunas, un pequeño punto; otras, una línea larga. Los puntos corresponden a ciertas tiendas, perfectas para emprender la búsqueda de objetos únicos; las rayas largas dibujan los mercados al aire libre, aquellos que se instalan un par de veces por semana en las calles y plazas de la «Ciudad de la luz».

Didiane explica que no están todos los mercados de la ciudad –más de sesenta de ellos al aire libre y una docena de los techados– pero sí aquellos que pueden acercarnos a la idiosincrasia y a los hábitos de los barrios parisinos.

Rasgos particulares. Empezamos por la puerta principal, no por hacer las cosas fáciles, sino por simple casualidad. La Place de la Contrescarpe es la entrada natural a la calle Mouffetard, un lugar que todos los parisinos recomiendan visitar. Es una de las más calles antiguas de la ciudad y tiene la virtualidad de penetrar en el corazón del Barrio Latino, pero no nos lleva a los sitios más conocidos, como el Panthéon o el Museo de la Edad Media, si no que nos adentra en su ritmo genuino.

Al igual que muchas de sus vías vecinas, Rue Mouffetard tiene abolengo romano pero en ella lo cotidiano es más singular ya que alberga locales que respiran el día a día ofreciendo productos alimenticios para los vecinos y para muchos cocineros profesionales que buscan ingredientes de primera calidad. La parte alta de la calle cuenta con restaurantes de gastronomías de diversos países, pero conforme se llega a la zona baja aparecen los establecimientos en los que se pueden adquirir productos regionales perfectos para ser cocinados esa misma tarde. Si las facilidades del hospedaje no permiten darse ese gusto, hay opciones para ir viajando por los diferentes negocios e ir saboreando in situ la gama de delicias que ofertan. Se puede optar por la rica variedad de quesos que posee el Estado francés en Androuet o en Patrick Veron, el foie gras en Pierre Champion y la «parte espiritual de nuestro alimento», como Alejandro Dumas se refería al vino, en Le Repaire de Bacchus. También se puede degustar la producción de frutas del campo galo en el clásico Pomi V y luego darse un merecido descanso en el pequeño café La Salle à Manger, ubicado justo en una terraza en plena Rue Mouffetard con vistas a la iglesia de Saint-Médard.

El segundo mercado en el que recalamos es otra historia: no tiene nada que ver con sabores ni con el París romántico y además se encuentra en el distrito XIV, es decir, en el otro extremo de la ciudad. Pero en base a los consejos de Didiane y a las escenas rodadas por Woody Allen para su película “Midnight in Paris”, está claro que se trata de un lugar que hay que visitar.

Es el Mercado de Pulgas más grande de Europa. Conocido oficialmente como Saint-Ouen, muchos lo llaman Clignancourt, por la estación de metro más cercana. Técnicamente, además de ser un universo de objetos y de personas provenientes de todo el planeta, es un conglomerado de catorce mercados donde sábados, domingos y lunes abren al público más de 300 locales que ofrecen desde ropa de poca calidad, pero a la última moda, hasta artesanía africana –alguna original y otra posiblemente fabricada a la vuelta de la esquina–, pasando por infinidad de objetos antiguos.

Los de Biron, Vernaison, des Rues y Paul Bert Serpette son una escala obligatoria en el mundo de esos objetos «llenos de tiempo», donde se ofrecen juguetes, ropa, muebles e incluso obras de arte. Para los que asistan únicamente como observadores hay premio, ya que estos cuatro mercados saben cómo crear rincones llenos de encanto, los mismos que cautivaron a Woody Allen y que el director neoyorquino filmó en su declaración de amor a la «Ciudad de la luz».

No obstante, Saint-Ouen no olvida sus orígenes como Mercado de Pulgas, unos mercadillos surgidos en los márgenes de París y que recibían los desechos de las opulentas calles céntricas desde la época medieval. Todo se reutilizaba y se le daba una nueva vida entre las clases menos favorecidas. Se dice que aquella ropa abandonada se infestaba de pulgas y fueron ellas las que le dieron el nombre a este tipo de mercados. A principios del siglo XIX, cuando nació Saint-Ouen, sus dimensiones eran muy diferentes. Convertido ahora en un mercado mayúsculo, no ha olvidado, pese a ser un buen anfitrión, comportarse con lo mejor del porte canalla.

París con ojos frescos. El mapa va tomando vida propia y es que las recomendaciones de Didiane van complementándose con las de los propios comerciantes. Siguiendo las instrucciones de la pescadera, desde el enorme mercado de la Bastilla nos vamos hasta las inmediaciones de los Jardines de Luxemburgo con la idea de catar el mejor foie gras de la zona en el local Laffitte del mercado Raspail. Allí probamos sus tesoros comestibles y recibimos nuevos consejos de su dueño para dirigirnos al mercado de Saxe-Breteuil, donde se compra comida y ropa con vistas a la Torre Eiffel. De allí partimos rumbo al mercado de Timbres y Tarjetas Telefónicas de la calle Marigny, en el distrito VIII, un sitio que, además de ofrecer lo que su nombre indica, permite comprar tarjetas postales antiguas en algunas de las cuales aún se pueden leer los mensajes de los viajeros de otras épocas. Las colecciones de tarjetas telefónicas, por contra, tienen un deje más a esta época, aunque el ímpetu con el que se vende y compra aquí hace presagiar una larga vida a esta actividad.

La personalidad de cada barrio queda reflejada en los hábitos de cada mercado. Seguimos con los mercados al aire libre –muchos de ellos instalados entre dos y tres veces por semana, y normalmente abiertos por la mañana hasta las dos o tres de la tarde– visitamos el conocido como Barbès, una especie de medina enclavada en pleno París, bajo el puente del metro por donde circula la línea 2 y 4. Aquí reinan la menta, el cilantro y el perejil, los toques mágicos de la cocina del norte de África. Ubicado a los pies de una colina donde se cultivaban vides hasta el siglo XIX, hoy la escena es urbana y cosmopolita. La comunidad magrebí y sefardita se instaló en esta zona en los años cincuenta; tres décadas después comenzó a recibir a la inmigración subsahariana. Así se fue conformando este zoco, donde la nueva población proveniente de tierras lejanas encuentra sus sabores. El resultado actual es un cúmulo incontable de negocios que hablan idiomas distintos, en cada uno de los cuales se asoma una historia propia que habla de los motivos por los que clientes y vendedores decidieron irse a vivir a la capital francesa.

Rutas secundarias. Bastian Fothen es otra de las personas que nos han ayudado a delinear esta particular hoja de ruta. Este arquitecto alemán adora los lugares de comercio, desde los mercados populares hasta los modernos centros comerciales convertidos en la actualidad en plazas de socialización. Fothen vive en Berlín, pero en París se mueve con habilidad por los mercados donde imita gustosamente la libertad que otros ejercen. «La libertad viene de adentro», dice parafraseando a Frank Lloyd Wright.

Bastian deja en nuestro mapa nuevas marcas: la invitación ahora es visitar mercados con interés arquitectónico. Cercano al de Barbès teníamos dos buenos ejemplos realizados por el arquitecto Victor Baltard –colaborador de Haussman en la reconversión de París–, donde los compradores comparten espacio con los admiradores de la arquitectura. Uno de ellos es el de Saint-Quentin, el más grande de los mercados cubiertos de la ciudad. Construido a finales del siglo XVIII, allí es un placer comprar manzanas o quesos provenientes de la campiña francesa en un entorno resuelto a base de hierro y vidrio. La Chapelle es el otro. Localizado en el corazón de la zona del mismo nombre, fue construido en 1858 para funcionar como un matadero pero después de la Primera Guerra Mundial se convirtió en mercado. Lo dicho, es uno de los centros de peregrinación para buscadores de pequeñas joyas de la construcción.

La última escala de esta trilogía bajo techo nos hace viajar de nuevo. Desde el norte de París nos trasladamos al distrito XVII, un puñado de calles aún más al este de la Plaza de la Bastilla, para llegar a lo que fue un antiguo paso del tren que yacía abandonado hasta 1998 cuando el gobierno municipal y la comunidad artística decidieron darle una vuelta. Bajo el puente del viaducto que soportaba las vías, justo debajo de cada uno de los arcos de la estructura, se establecieron espacios para que trabajaran en ellos artesanos y artistas. Se creaba así el Viaduc des Artisans.

En total son 56 arcos habitados en su mayoría por talleres donde es posible vivir el momento en que las creaciones van tomando forma: joyería, cerámica, restauración de antigüedades e incluso un local donde se arreglan viejos paraguas. Esos mismos arcos acompañan el camino de muchos músicos europeos cuando se dirigen al taller del maestro luthier Yann Porret, así como de otros muchos paseantes que buscan llegar a lo alto del viaducto por donde antes transitaban las pesadas locomotoras. Es un camino verde que se interna en lo profundo del este de la urbe.

En las orillas del Sena, en pleno distrito II, recalamos en dos espacios más relacionados con este viaje. El primero es Les Bouquinistes, esos pequeños negocios de los libreros del Sena que han ofrecido todo tipo de impresos desde 1891, cuando comenzaron a establecerse en el muelle Voltaire. Algunos de ellos han cedido a la presión del turismo y ofrecen postales y posters comunes, pero otros ofertan ediciones raras y deseables para los devoradores de letras e imágenes singulares. El conjunto crea la atmósfera del París de siempre, donde Notre-Dame y el propio Sena superan, por cierto, cualquier imagen prefabricada de la ciudad.

El segundo espacio del final de este recorrido es el mercado de las flores y los pájaros, construido en el centro del distrito I a principios del siglo XX. Allí lo dejamos, muy cerca de los monumentos, plazas o museos que, por una vez, han quedado fuera de este recorrido por el París más real, con sus olores, su vida y sus gentes.