XANDRA ROMERO
SALUD

Las modas nutricionales

Luchar contra las modas nutricionales puede acabar pareciéndose a darse cabezazos contra la pared. Siempre habrá alguna nueva y siempre habrá quien la siga a pies juntillas…hasta que llegue la siguiente, claro.

No obstante, siempre hay algunas que duran más de la cuenta y permanecen integradas en nuestra sociedad durante largos períodos de tiempo. La mayoría se basan en eso que los psicólogos denominan distorsiones cognitivas; es decir, aquellos pensamientos que no se fundamentan en datos objetivos y sobre los que no tenemos pruebas de que sean verdad, pero aún así, seguimos creyendo que son ciertos.

Dos de estas corrientes más “longevas” son, por un lado, el uso de la estevia como edulcorante natural; y por otro, el aceite o grasa de coco en lugar de otros aceites. Veamos qué nos dice la ciencia más reciente acerca de cada uno.

Ya sabemos que tomar miel, siropes o azúcar moreno es exactamente lo mismo que consumir azúcar blanco. Por eso una de las opciones que se nos plantea es sustituir estos azúcares por otros edulcorantes. En otros artículos hemos dejado claro que los edulcorantes acalóricos (sin calorías) no son inocuos, no obstante la estevia tiene una mejor imagen de cara a los consumidores por ese concepto de “edulcorante natural” que se le atribuye. Pero ¿cuánto de natural hay en la estevia que encontramos en el supermercado?

Realmente, en el Estado español está prohibido vender la planta de estevia como alimento, así que lo que se oferta como tal es en realidad una mezcla de diferentes edulcorantes, entre los cuales se encuentra el E-960, que es un glucósido de esteviol, formado por tres moléculas de glucosa unidas a una molécula de esteviol. Por este motivo los edulcorantes comercializados bajo el nombre de estevia o similares contienen un escaso porcentaje de E-960 o esteviol (mayoritariamente por debajo del 1%), siendo compuesta en su mayoría por otro edulcorante. De modo que no se trata de un edulcorante más natural que cualquier otro ni tampoco está exento de ser inocuo, igual que el resto.

Respecto a la otra moda que nos acompaña ya hace unos años, la del aceite de coco, lo cierto es que cabe destacar que históricamente, incluso cuando estudiábamos nutrición hace ya más de diez años, todos los aceites y grasas saturadas –incluido el aceite de coco, que está compuesto por un 85% de grasas saturadas– han sido calificados como grasas poco saludables. Sin embargo, la información reciente indica algunos efectos beneficiosos de estos aceites. Por ejemplo, más del 65% de las grasas del coco están en forma de ácidos grasos de cadena media, los cuales se digieren y cruzan las membranas celulares fácilmente convirtiéndose inmediatamente en energía en el hígado en lugar de ser almacenados como grasa.

Más concretamente un estudio de revisión de 2016 concluye que la evidencia científica sugiere que el consumo de grasa de coco en el contexto de patrones dietéticos tradicionales no conduce a resultados cardiovasculares adversos. Sin embargo, debido a las grandes diferencias en los patrones dietéticos y de estilo de vida, estos hallazgos no pueden aplicarse a una dieta occidental típica. Y en esto podemos pensar si hemos leído recientemente en la prensa titulares tales como «El aceite de coco no es un alimento mágicamente saludable después de todo» o «Cuidado: El aceite de coco puede no ser seguro».

Y es que fuera de lo que algunos medios de comunicación publiquen a través de una interpretación vaga de unos resultados científicos aislados, ya lo hemos dicho en otras ocasiones: ningún alimento es imprescindible ni tiene de forma aislada capacidades extraordinarias.

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