Zigor Aldama
LA PUJANTE nueva MODA CHINA

Más allá del «traje Mao»

Una pujante generación de diseñadores chinos toma al asalto el sector más glamuroso. Los entrevistamos para descubrir cómo.

Ma Yanli es un buen ejemplo de cómo ha evolucionado el mundo de la moda en China. Nació en 1974 en el seno de una humilde familia rural de la provincia de Henan y durante su adolescencia nunca pensó que se iba a convertir en un icono de la pasarela en el país de Mao. La población todavía vestía sin color, y ella se entrenaba duro como profesional del remo para competir en unos Juegos Olímpicos. Hasta que una lesión de espalda le arrebató ese sueño. Fue en 1995 cuando, con 178 centímetros de altura y una figura envidiable, decidió probar suerte como modelo en el primer concurso de belleza que autorizó el Partido Comunista. Y lo ganó.

La China que abría sus puertas abandonó el monocromo y las líneas rectas en sus atuendos, así que Ma pudo vestir los diseños de las grandes marcas globales que vieron en el país más poblado del mundo una gran oportunidad de negocio. En 1998 y 1999 lideró el ranking de top-models chinas, pero ella ya tenía en mente un paso más. «Siempre fui consciente de que me esperaba una trayectoria corta como modelo», recuerda en su oficina del centro de Pekín. Por esa razón, decidió estudiar diseño de moda en la capital y reinventarse como empresaria. Creó Mary Ma, que combina diseños clásicos y suntuosos con elementos chinos. «Es alta costura que no muere», sentencia.

Ella fue pionera y logró hacerse a sí misma sin siquiera salir del país, pero ahora se le ha sumado una constelación de diseñadores que han llegado para comerse el mundo. Ji Cheng es una de ellos. Sus prendas también llaman la atención por su combinación de corte vanguardista, detalles de la China imperial, y materiales reciclados tan sorprendentes como las fibras de café. «Ese es mi ADN», resume en su luminoso estudio de Shanghái. Ji representa otra de las tendencias del sector en la segunda potencia mundial, la de quienes se han formado en el extranjero. Estudió en el Instituto Marangoni de Milán y comenzó su andadura en el siempre complicado terreno de la moda independiente con la marca La Vie, un nombre foráneo que adoptó por necesidad.

 


Los cosmopolitas jóvenes chinos. «Al principio del proceso de apertura, lo que la población demandaba eran deslumbrantes marcas extranjeras, y La Vie es francés. La irrupción de los nuevos ricos fue un boom para clásicos del lujo como Gucci o Louis Vuitton. Hubo un momento en el que los propios chinos no querían nada que sonase a chino, así que la única salida era disfrazar lo local de internacional», explica. Ahora, sin embargo, Ji ha dicho adiós a la lengua extranjera y ha adoptado su propio nombre para el de la marca. «Los clientes chinos han superado esa primera etapa snob y buscan diferenciarse. Sobre todo los jóvenes, que están dispuestos a probar cosas nuevas. Incluso más que los occidentales. Para ellos, las empresas tradicionales europeas se han quedado obsoletas».

Ding Yong, diseñador de las recién creadas marcas Donoratico (ropa femenina) y River Tooth (masculina), coincide en esa percepción. «El poder adquisitivo de la juventud ha aumentado mucho y, con él, se abren nuevas oportunidades. Pero no es fácil responder a sus gustos. Porque una característica muy peculiar de China es que cambian muy rápido. Hoy arrasa un tipo de prenda o un color, pero mañana puede ser otra. Adaptarse es tan difícil como vital para sobrevivir. Lo ideal es ir siempre un paso por delante, pero la juventud china es impredecible y eso supone un importante reto empresarial», apunta.

Por si fuese poco, no se puede hablar de una sola China sino de una constelación de Chinas. «No es lo mismo la clientela cosmopolita de Shanghái o Shenzhen que la de ciudades más pequeñas –que aun así pueden superar los 5 millones de habitantes– o la de zonas rurales. Las diferencias no están tanto en el poder adquisitivo como en el nivel formativo y en los gustos estéticos», añade Han Wen, que dirige Mukzin. La suya es también una marca muy joven, y no trata de gustar a todo el mundo. Está dirigida al público urbano más atrevido. Es lo que se conoce como un nicho de mercado.

«Tenemos un colorido que rompe con la tradicional sobriedad china, pero mantenemos algunas líneas muy tradicionales», explica la diseñadora. Por ejemplo, entre las creaciones que mostró durante la última Semana de la Moda de Shanghái –otoño/invierno 2017– se encontraron diferentes versiones del qipao, el vestido clásico del gigante asiático, pero siempre con una vuelta de tuerca. «Quiero que la juventud pueda sentirse a la vanguardia en estilo sin renunciar a sus raíces. Y este es un momento dulce en el que el mercado está explotando», señala Han.

No en vano, a diferencia de lo que sucede en Estados Unidos o en Europa, en China el consumidor de moda es notablemente joven –el 60% tiene menos de 35 años– y cada vez gasta más. El año pasado, los jóvenes urbanitas chinos se dejaron 2.000 yuanes (270 euros) de media en ropa y calzado. En total, en China el negocio de la moda mueve ya más de 150.000 millones de euros al año, una cifra que crece a un ritmo del 10% y que pronto convertirá al país en el principal mercado mundial. «Comparado con el occidental, el cliente chino es más compulsivo», indica Han.

 

«Made in China». Poco a poco, el gigante asiático se está despojando de las connotaciones negativas de la etiqueta Made in China, algo que también abre las puertas del mercado internacional a las nuevas generaciones de diseñadores. Buen ejemplo de ello es Frankie Xie, quien en 2006 marcó un hito al convertirse en el primer modisto chino que desfilaba en la glamurosa pasarela de París. «No es fácil estar a la altura del diseño europeo, ni competir con emporios establecidos hace décadas», reconoce. A pesar de ello, el fundador de la marca Jefen concuerda en que los creadores como él viven una incipiente era dorada gracias al interés que provoca en todo el mundo el despertar de China. «Habrá que ver cuánto dura esta moda. En gran medida dependerá de la capacidad que tengamos tanto de aumentar la calidad de nuestras creaciones como de sorprender con un estilo diferenciado».

Pero los diseñadores locales todavía necesitan sacudirse la confusión propia de un punto de inflexión y buscar su propio carácter. «Es muy difícil hablar de un estilo chino como hubo un estilo europeo o un estilo japonés. Vivimos en un mundo globalizado y recibimos influencias de todas partes. Somos mestizos. Llevamos una vida internacional en la que todo está cada vez más mezclado. Así, lo que nos debería preocupar a las marcas chinas es crear ropa con alma y en una línea consistente», explica Li Bai, cuya marca lleva su nombre. «A veces marcas extranjeras adoptan líneas orientales. Por ejemplo, el ‘cuello Mao’ se ha puesto de moda últimamente. En el mundo globalizado ya no hay fronteras tan marcadas como las del siglo pasado», opina Han.

Ren Chunhua también es de las que piensa que el mundo del siglo XXI es un crisol en el que se mezclan todo tipo de tradiciones y estilos. Y eso es, precisamente, lo que ella explota como responsable del departamento de diseño de Galatea, la primera marca china de vestidos de novia. Las suyas son creaciones que podrían haber salido de un cuento de hadas, que siguen la tradición occidental del blanco virginal, pero que no le hacen ascos a toques orientales y a líneas más atrevidas. Eso sí, con un límite.

«A pesar de que cada vez hay menos diferencias entre culturas, hay que entender que la mujer china es distinta, incluso en la constitución de su cuerpo: es más baja y tiene una proporción diferente, con el busto y la cadera más pequeños. Eso hace, por ejemplo, que algunas prendas de multinacionales como Zara no sean directamente exportables a China o que no tengan el éxito que cosechan en Europa. Además, nosotras también somos más conservadoras, aunque en Shanghái cada vez se buscan vestidos más sexys», explica. Quizá por eso, Galatea busca entre sus modelos «rostros angelicales, no agresivos como los que gustan mucho en Occidente».

 


Rompiendo esquemas. Xie, sin embargo, no teme a las transparencias ni a los escotes de vértigo. Tampoco Zhao Bandi, un peculiar artista que hace una década creó su polémica marca Bandi Panda. Algunos de sus vestidos, basados siempre en las formas y los colores del oso panda, han llegado a subastarse por 70.000 euros. Y no dejan indiferente a nadie. «Yo creo que la moda es una expresión artística más, y que, como tal, tiene una misión social», explica. Así, Zhao se ha ganado a pulso el repudio de gobiernos como el de la provincia de Sichuan, que ha tratado de impedir que vuelva a utilizar al animal que mejor representa a China para convertirlo, por ejemplo, en un sujetador. «Por un lado está la ropa de diario, por otro, la alta costura. Pero luego hay obras de arte que se pueden vestir. En esas estoy interesado yo». Los chinos, sin embargo, no tanto. Así que Zhao es uno de esos diseñadores que ha logrado más reconocimiento fuera de sus fronteras que dentro.

Cindy Soong va un paso más allá y apuesta por convertir la moda en un vehículo casi político. No en vano, fue la única de la Semana de la Moda de Shanghái que optó por centrar su espectáculo sobre la pasarela en un espinoso conflicto internacional: la guerra de Siria. La colección de esta joven que acaricia la treintena adoptó tonos grises y solo se permitió un color, el rojo sangre. “Don’t cry Syria” (Siria, no llores) fue su lema, y apareció impreso en todas las prendas. «Pertenezco a una nueva generación de diseñadores chinos que buscamos ir más allá de lo estético para dar a conocer nuestras ideas sobre multitud de temas sobre los que estamos preocupados», cuenta.

Pero Soong también reconoce que todavía son pocos los compatriotas que se preocupan por lo que sucede fuera de China. «Hay poca conciencia ciudadana, pero está creciendo. Sobre todo entre quienes han viajado al extranjero o se han formado allí, como yo. Hemos visto otras realidades y ahora regresamos a China para aprovechar las oportunidades empresariales que ofrece el país sin renunciar a hacer una aportación social en forma de creaciones e ideas diferentes. Empieza ahora una nueva revolución que va a trascender lo económico y lo estético», avanza esperanzada.

Afortunadamente para todos estos diseñadores, el mundo mira hacia China. Una vez más, Ma Yanli fue pionera en su estrategia empresarial al lograr que David Beckham vistiese una de sus chaquetas. Sucedió poco antes de los Juegos Olímpicos de 2008, y le permitió saltar a la palestra internacional. Poco a poco, muchas otras celebridades mundiales se han dejado conquistar por nombres que jamás habían oído y que apenas saben pronunciar. «El apoyo de los famosos es un elemento necesario tanto en Occidente como en China, donde todo es marketing», apostilla Ma.

En el caso de Lu Kun fue Paris Hilton quien le dio la fama. Luego llegaron Victoria Beckham y Jennifer López. Poco después, la prensa internacional comenzó a llamarle «el Galiano chino», algo que le disgusta porque ni siquiera disfruta con los diseños del hispano-británico. Pero la fama le ha permitido convertirse en uno de los modistos más atrevidos y vanguardistas del país. «El dinero hace decadentes a la gente y a las ciudades. China está viviendo ese proceso a pasos agigantados, y yo quiero potenciar esa sucia decadencia con la ropa. Me inspiro en las chicas sexys, dominantes y materialistas de Shanghái», señala Lu. «Estoy seguro de que en el futuro China se liberará del conservadurismo que todavía lastra sus creaciones y liderará el mundo».