IñIGO GARCIA ODIAGA
ARQUITECTURA

Apropiación geológica

En el año 2003, Herzog y de Meuron finalizaron el Schaulager, un museo y archivo-almacén de arte contemporáneo, para la fundación suiza Laurenz, en el sur de Basilea. La forma poligonal exterior del edificio es una respuesta pragmática a la forma del solar. Con su apariencia sólida y cerrada, que no da pistas sobre el interior, el edificio tiene un aire protector, de búnker, que busca evocar la permanencia y estabilidad de sus depósitos.

La sobriedad volumétrica y la crudeza material del edificio se ve alterada en su fachada principal, donde un gran nicho blanco y poligonal ocupa la totalidad del alzado abrazando al visitante. En el centro de ese espacio una pequeña casita, primigenia y arcaica, hace las veces de recepción. Tal y como explica Jacques Herzog, esa pieza remite a volumetrías cercanas, a pequeñas residencias que se sitúan en ese ámbito urbano incierto donde se ubica el Schaulager, en el que se mezclan pabellones industriales y viviendas unifamiliares. De manera casi innata, la icónica casita atrae al visitante sin necesidad de señalética, introduciéndole en la dinámica del museo.

Los suelos de esta zona del sur de Basilea pertenecieron hace miles de años al río Rhin, que ha dejado la huella de su discurrir con una geología muy característica. Toda la primera capa del subsuelo está formada por la sedimentación de un árido rojizo, terroso, con forma de canto rodado gracias al pulido constante de las aguas del río. Un material pétreo de excelente calidad como material de construcción. La idea de construir un edificio masivo, presente desde el inicio del proyecto, llevó a una primera propuesta en la que los muros se construirían a partir de este material, elaborando grandes bloques de tapial. Una metodología de construcción arcaica, que remitía a esa idea de sedimentación geológica, pero ahora fabricada instantáneamente gracias a la tecnología, acelerando un proceso natural que había requerido de siglos. Los miedos del cliente hicieron reconsiderar esta técnica, por lo que finalmente se ensayó una solución en la que el árido se utilizaba para la producción de un hormigón con ese aspecto crudo que caracteriza al Schaulager.

Su superficie de color arcilla revela los guijarros excavados en el lugar, que se mezclan la masividad del hormigón. Pero ese efecto rugoso y bruto se logró al atacar la superficie del hormigón recién fraguado. Tras la retirada de los encofrados se aplicó un abujardado mecánico a la superficie del muro y posteriormente un chorro de agua a alta presión para lavar el cemento superficial y revelar los estratos pétreos del muro. En cierto modo, es una erosión artificial que juega con la idea del tiempo y que recuerda a aquellos pantalones vaqueros que son desgastados artificialmente antes de su venta para falsificarles una vida que nunca tuvieron.

Se demuestra así que los procesos de degradación accidental pueden formar parte de procedimientos intencionados y relativamente controlados. El envejecimiento material suele formar parte de un largo devenir a lo largo de la vida útil de las construcciones, sin embargo, la degradación también puede ser un recurso empleado durante el periodo casi instantáneo de la construcción. La apariencia característica resultante de la fachada imita de esta forma los modos en los que la geología construye mediante presión, sedimentación y erosión los estratos del terreno, enfatizando así la idea masiva del Schaulager. Las escasas ventanas debían respetar esa misma identidad, por lo que, de una forma relativamente experimental, se usaron unos tubos de cobre golpeados y retorcidos que, introducidos en el interior del encofrado, ofrecen tras el hormigonado unas grietas que iluminan la zona de oficinas y el área de talleres del museo. Estas aberturas construyen un paisaje fluido que, a modo de gruta provocada por un río, perfora los muros siguiendo el mismo lenguaje mineral de la masa del edificio. La apariencia natural y porosa de la fachada también determinó las formas de varios elementos dentro del edificio. La forma biomórfica de la pared exterior se repite en los accesorios de metal de las puertas y en las paredes interiores del área de recepción y de la cafetería, en donde los revestimientos se transforman en las estalactitas de una cueva blanca.

Herzog y de Meuron vuelven con este proyecto a recuperar aquellas arquitecturas que tantas puertas abrieron en los años 90. Edificios modestos, almacenes industriales o pequeños pabellones, en los que sus fachadas, en una equidistancia entre lo brutal y lo exquisito, elevaban aquellas construcciones sencillas a la categoría de manifiesto. Un manifiesto que reivindicaba el revestimiento, la textura y el ornamento que habían sido proscritos por el movimiento moderno, como una vía de exploración para la arquitectura contemporánea.