Pello GUERRA
IRUÑEA

Sagredo recupera la historia más humana de los castillos

El lado más humano de la historia de los castillos de Nafarroa es el principal ingrediente del tomo con el que Iñaki Sagredo cierra su pentalogía sobre las fortalezas que defendieron el reino y en el que ofrece datos históricos, detalles literarios, curiosidades y anécdotas.

El ambiente que se vivía en los castillos, los dramáticos momentos de lucha, las gentes que se encargaban de repararlos, las personas que languidecían en sus mazmorras, en definitiva, la historia más cercana y viva de las fortalezas navarras son los mimbres con los que Sagredo ha ensamblado el quinto tomo de su colección “Navarra. Castillos que defendieron el Reino”.

Para articular el libro, que tiene carácter de diccionario, ha tomado como base las merindades de Nafarroa por dos motivos. Uno de ellos consiste en que esa división administrativa del territorio tenía un carácter defensivo, puesto que «al frente de cada una de ellas estaba el merino, que tenía la misión de comprobar el estado de conservación de los castillos de su zona y de confirmar que cada alcaide residía en su fortaleza», desgrana el historiador.

La segunda razón es que los registros documentales donde Sagredo ha buceado para obtener los numerosos datos que salpican su obra, como el Archivo General de Nafarroa, se organizan siguiendo el orden de las merindades, que en concreto son Tutera, Zangoza, Erriberri, Montañas (actual Iruñea), Lizarra y Ultrapuertos (actual Nafarroa Beherea).

En cada uno de esos apartados, el historiador recoge alfabéticamente los castillos que se levantaban en el territorio de la correspondiente merindad y de los que ofrece los datos más históricos, acompañados por detalles literarios y una pincelada costumbrista con la que mostrar el lado más humano de esos reductos defensivos.

Entre las diversas anécdotas que ha recogido Sagredo, destacó dos en la presentación del libro. Una de ellas cuenta la historia de un carlista apellidado Montoya que en 1876 «no sabía que la guerra había terminado y aunque le decían que había acabado, él seguía en el castillo de Marañón con su fusil esperando órdenes de sus superiores, que ya no había, porque todos se habían ido a casa». Otra está ambientada en el castillo de Tafalla, «donde estaba preso un judío y su mujer pidió permiso al rey para que le dejara llevar comida a su marido y el monarca se lo concedió».

Sagredo puso de relieve lo mucho que le gusta incluir ese tipo de «datos de historia humana, que no siempre sean referencias al señor o al noble con el espadón», ya que uno de sus objetivos con esta obra es hacer «un reconocimiento a los navarros que defendieron el reino desde estos castillos».

Otra de sus metas con este trabajo, y la colección en general, pasaba por «abrir una historia que se desconocía» y hacerlo desde la investigación en los archivos y sobre el terreno en lugares de Nafarroa, Gipuzkoa, Bizkaia o Araba para «desempolvar unos sentimientos y rescatar la identidad navarra, ese vínculo que nos une y que no está caduco. Eso es muy bonito, porque es nuestra propia historia, aunque a veces es ninguneada al restarle importancia».

Comunicados a través de olifantes

Durante la Edad Media, el Reino de Nafarroa llegó a contar con más de un centenar de castillos, aunque muchos de ellos eran de pequeño tamaño y disponían de una guarnición de tan solo diez hombres. Por lo tanto, se trataba de una estructura defensiva muy diseminada que lo que pretendía era dificultar una posible invasión.

Las fortalezas se construían buscando un contacto visual entre unas y otras para facilitar la comunicación, que no siempre era posible porque al estar en altura, «muchos solían estar cubieros por brumas y nieblas, y se perdía ese contacto». Para solucionar ese problema se recurría a la figura del cellero, que contaba con un instrumento llamado bodega. Se trataba de una corneta u olifante que permitía una comunicación sonora entre castillos. Iñaki Sagredo desveló que en las excavaciones realizadas en un castillo de Gipuzkoa se encontraron restos de esos olifantes. P.G.