Alberto PRADILLA
Melilla
EGUNEKO GAIAK

El exilio sirio entra a Melilla por la puerta y no por la valla

No es solo la tumba del Mediterráneo. Más de 3.000 sirios han cruzado en el último año la frontera de Marruecos con Melilla. Muchos más de los que lograron saltar la valla. Por 2.000 dólares pueden acceder a un pasaporte falso. Su destino principal: Alemania.

Antes era arquitecto y ahora hago falafel. Si te gusta algo, como a mí me gusta trabajar, sabes que al final las cosas salen bien». Adnan Alali, originario de Alepo, lleva cerca de un mes en Melilla. Residía en Maydan, una barriada controlada por el Ejército de Bashar al-Assad cuando una ráfaga de morteros se llevó por delante el edificio que se ubicaba justo enfrente. Estaban en plena línea de combate y decidió que ya no podía aguantar más. Así que agarró a su familia y, tras un largo periplo, aguarda en la ciudad autónoma a que el Estado le conceda el asilo. Con la tarjeta roja podrá acceder a la península y, de ahí, tiene pensado llegar hasta Alemania. Como él, más de 1.500 sirios han solicitado la documentación que les identifica como refugiados. Aunque el número de recién llegados procedente del país árabe es todavía mayor. Según datos del Ministerio español del Interior, solo en 2014 un total de 3.034 sirios accedieron a Melilla a través del paso de Beni Enzar. Ya son la comunidad más numerosa del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI). El número de subsaharianos que saltaron la valla apenas llega a 2.122.

El puesto de falafel de Alali es el centro de muchas tertulias. Se ubica entre el CETI, la valla y el infame campo de golf. Compuesto por una sartén y dos cubos para limpiar las verduras, funciona a todo gas aunque diluvie. No obstante, tampoco parece que sirva para hacer negocio. De hecho, da la sensación de que el dinero se moviese en un círculo cerrado. No obstante, los sirios tienen fama de grandes cocineros y, a falta de algo mejor que hacer, los improvisados chefs matan el tiempo ante los fogones. «Había demasiado peligro», explica este hombre menudo, que antes cobraba su buen salario por diseñar viviendas y terminó gastando todos sus ahorros en la huida. Primero, en alquilar un coche hasta Beirut. Un total de 18 horas de trayecto que les obligó a pasar hasta 40 check-points diferentes, desde el Ejército hasta el Estado islámico. «En Alepo tenemos concentrada toda la guerra», ironiza. Después, un vuelo que les llevó a él, su esposa y sus tres hijos a Argel. No tenían muchas opciones. En Líbano, donde uno de cada seis habitantes ya es refugiado sirio, los exiliados son considerados como huéspedes incómodos. Hay miedo a que el conflicto prenda la llama en una sociedad ya de por sí dividida y donde todavía no han cicatrizado las heridas de su propia guerra civil, que concluyó en 1990. Egipto tampoco era viable, ya que desde el golpe de Estado de Abdel Fatah al-Sissi, que tumbó un año de Gobierno de Mohamed Morsi, miembro de los Hermanos Musulmanes, los sirios son perseguidos. Así que Alali optó por un país que, al menos cuando él llegó, a principios de 2014, no solicitaba visado. Eso se acabó hace poco y ahora los huidos del conflicto también tienen que pagar.

Durante un año, Alali vendió cosméticos por las calles de Argel. Tiempo suficiente para ahorrar un poco y darse cuenta de que su sitio no estaba allí. Así que contrató otro coche, cruzó la frontera con Marruecos y se dirigió hasta Nador, la capital más cercana a Melilla y que, según las estadísticas, tiene una superpoblación engañosa y justificada: sus vecinos tienen permiso para cruzar al Estado sin necesidad de visado. Toda una oportunidad para pasar la frontera con un pasaporte falso. La familia se dejó 6.400 dólares (2.000 por cada uno de los dos adultos y 800 por los menores). La guerra de Siria sirve también para engordar los bolsillos de quien trafica con seres humanos aunque, traspasar el control a pie, aprovechando que sus rasgos árabes son los mismos que los de los marroquíes es un trámite mucho más sencillo y seguro que las penurias de quienes saltan la valla, huyen de los golpes de las Fuerzas Auxiliares y son recibidos a palos por la Guardia Civil.

Fotografías de otra vida lejana

Unos 40 sirios utilizan diariamente este acceso, según datos de Teresa Vázquez, de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Entre ellos se encontraba Ammar Hadani, originario de Darayaa, un suburbio de Damasco duramente golpeado por los combates. Las fotografías en el móvil son el único recuerdo de la vida que tuvo. Muestra un edificio de varias plantas completamente arrasado. Ahí vivía él. «Está todo destruido», protesta, mientras pasa a la siguiente imagen: un coche nuevo, envuelto con un lacito, que le regaló su tío el día que se graduó en la universidad. A saber qué habrá sido del vehículo.

«Los países árabes son escoria», afirma Haddani con desprecio mientras pisa con fuerza el suelo. Desde hace cuatro años, cuando comenzó un conflicto que ha terminado con la vida de 240.000 personas según los últimos cómputos, las puertas de sus vecinos se han cerrado progresivamente. «Estados Unidos creó el Estado Islámico, Arabia Saudí se ha vendido», asegura. En la tertulia se escuchan críticas contra todos los bandos: el Ejército de Damasco, Jabhat Al Nusra (a quien califican de «terroristas»), el antiguo Ejército Sirio Libre y el Estado Islámico, a quien se menciona siempre haciendo el gesto de la decapitación, una de sus terribles prácticas más publicitadas. No obstante, también se guardan ciertas opiniones. Aquí todo el mundo es refugiado, pero nunca se sabe si el tipo con el que compartes litera no perteneció al bando contrario hace no tanto.

Melilla es solo un alto en el camino. El objetivo final está en el norte de Europa, en Alemania o Noruega, donde saben que hay más facilidades para los refugiados. Ni Alali ni Haddani conocen a nadie allí, aunque después de todo el periplo confían en la solidez de su comunidad. Todo mejor que volver al país que dejaron desangrándose.

 

la presión sobre el gurugú no evita que la población subsahariana intente saltar

«Ahora no hay nadie en el Gurugú, pero la gente volverá. No tienen otra alternativa». Las palabras de una activista de Derechos Humanos en Melilla sonaban a premonición. Era el mes de febrero y, pese a que la Guardia Civil sí que había detectado movimientos en las últimas semanas, el número de saltos procedentes de Marruecos se había reducido. No es casualidad. A mediados de mes, las Fuerzas Auxiliares del país dirigido por Mohamed VI llevaron a cabo diversas operaciones en el monte que linda con Melilla.

Frente a las afirmaciones de que fueron redadas rápidas, hay activistas que indican que las expulsiones fueron progresivas. Como un goteo hasta que no quedase ningún subsahariano. Tampoco es la primera vez que ocurre y la experiencia dice que por mucho que los alejen, los migrantes –hasta en un 60% huidos de guerra que tendrían derecho a solicitar asilo, según Acnur–, siempre regresan. En esta ocasión fueron desplazados a Oujda, a Fez y a lugares del sur de Marruecos. Un viaje de ida y vuelta que tiene mucho de propaganda hacia Europa pero que también tiene consecuencias, como la completa destrucción de los campamentos en los que se cobijan en el momento.

Hace una semana, la tendencia se rompió con 300 migrantes que trataron de saltar la valla. Por desgracia, ninguno lo logró. El hecho de que Marruecos presione más en las cercanías del Gurugú les ha dejado en una situación más precaria. Aguardan en pequeños grupos, intentando esconderse y no llamar la atención, y solo se juntan en el momento de emprender el salto. Creer que dejarán de hacerlo es obviar sus condiciones de vida por completo. Además, al margen de los campamentos más conocidos, siguen existiendo lugares de refugio más alejados de la verja.

Es evidente que incluso para solicitar asilo existen clases y que tener la piel negra supone que te coloquen en lo más bajo del escalafón. Solo así se explica que de los 1.500 demandantes ninguno procediese del África subsahariana. No pueden acercarse a la oficina recién estrenada porque esta se ubica en el interior del territorio español, lo que imposibilita por completo que lleguen. Tampoco en la frontera se les atiende para saber si llegan desde Malí o Eritrea, países en guerra y con huidos que merecen una especial atención según la ley internacional. Todo esto, sin embargo, no evita que el ministro español del Interior, Jorge Fernández Díaz, asegure que si no reclaman protección es porque «no tienen derecho». Una afirmación que falta a la verdad según las ONGs que trabajan en MelillaA.P.