Raimundo Fitero
DE REOJO

A tono

Álvaro Pérez se queja de las condiciones en que lo mantuvieron en unos calabozos tras su detención por el juez prevaricador Baltasar Garzón. Narró sus setenta y dos horas en una celda de apenas dos metros y medio, sin ventilación, con un váter atascado, un lavabo con purines humanos, unas mantas hediondas y una goma espuma de apenas dos centímetros y mucha mugre como lecho taleguero. Lo consideró una tortura. Lo dijo en un espacio de Telecinco llamado “Un tiempo nuevo” que le ofreció varias horas de plataforma para mostrarse como un energúmeno, un histrión y un servicial amigo de sus jefes y compinches.

Pocas veces se había visto un espectáculo tan lamentable, una manipulación tan exagerada, un pacto tan turbio y asqueroso. El señor Pérez, ciudadano sospechoso, es el más conocido con “El Bigotes”, que aseguró no cobrar nada por esas horas televisivas, pero que las usó para insultar, mentir, despistar, lavar la cara a todos los supuestos delincuentes de una inexistente trama Gürtel según sus palabras y dejó claro que es mal actor, pero excelente tertuliano para el estilo del canal de Mediaset y conoce sus maneras: gritar, levantarse, soltar tacos cada dos palabras y no aclarar nada.

Una estrategia de defensa perfecta en el terreno mediático. Este Bigotes ha sufrido decenas de condenas de telediario, y esa noche se la tomó para vengarse, para hacerse pasar por un pringao, que lo único que hacía era currar y que su misión era montar eventos, o sea mítines del PP. Casi nada. Si se cobraba en negro, en azul o en morado, él no sabía nada, solamente que algunos le habían pedido regalos a su jefe, el señor Correa. Y señaló a unos pocos, pero exculpó a toda la cúpula directiva del PP. A toda. O sea, estuvo a tono en sus formas y el fondo fue una buda patraña.