Amaia Ereñaga
Periodista
IKUSMIRA

Fracking en la Moncloa

Siento daros semejante mala noticia, queridos lectores, pero vivimos en una «zona de sacrificio». ¿Y eso qué es? preguntaréis: «Subconjuntos de la humanidad a los que no se les reconoce un carácter plenamente humano, lo que hace que su envenenamiento en nombre del progreso nos resulte más o menos aceptable». Hala, diréis, ya está esta loca llamándonos pseudohumanos; pues no, que sepáis que hasta hace poco esas «zonas de sacrificio» se encontraban en lo que se viene a llamar Tercer Mundo, esos bordes del «mundo civilizado» donde escondíamos bajo la alfombra la porquería del destrozo medioambiental. De hace unos años a aquí, la industria extractiva de combustibles fósiles ha roto ese pacto no declarado –la mierda, lejos– extendiendo las zonas sacrificables hasta los países ricos. Y todo, para que unos pocos se sigan haciendo ricos a costa nuestra.

La reflexión es de Naomi Klein, la periodista canadiense autora de “Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima”. Un ensayo convertido en best-seller ante el que hasta los medios conservadores han tenido que plegar velas. En nuestra «zona de sacrificio» tenemos el fracking, esas heridas infringidas al planeta para extraerle gas de las entrañas. Se sabe que contamina el agua potable –este lunes un estudio de la Universidad de Pensilvania ha confirmado que los contaminantes viajaron varios kilómetros hasta acuíferos en Marcellus Shale (Pensilvania)– y que esos pozos incrementan la posibilidad de terremotos, pero aún así el Gobierno Rajoy les da el okey... y el Supremo dice que lo que dictamina el Estado no lo deshaga ni el Parlamento de Lakua. Fracking les iba a poner yo en el jardín de su casa.