Raimundo Fitero
DE REOJO

Cartografía

Los automóviles están en venta. Las terrazas necesitan visitas urgente a unos almacenes. Las candidaturas se maceran en una espera sin más encuestas que las que se siguen inventando los medios de partido, que son todos. O casi todos. O todos. Es la publicidad un ámbito creativo en el que se suspende la contaminación ideológica. Cada anuncio es un mensaje electoral diferido. La felicidad inferida a partir del consumo de bienes perecederos como placebo de una vida plena a base de integración del ser humano en su sociedad dentro de un plan ética, de una responsabilidad y compromiso con sus entorno, con su salud y con su futuro.

Escuchando las grabaciones de unos personajes de la política valenciana pertenecientes a la banda de Rajoy se perfila perfectamente la sustancia de la corrupción como una alternativa estética. Son groseros, chapuzas, primitivos, delincuentes de lenguaje zafio que dibujan una realidad sabida y ahora reconocida. De los últimos asuntos que se menciona, además de esta tenencia a contar billetes rasgar sobres, se vislumbra que las ramificaciones de estos saqueadores de lo público son infinitas.

Está el ladrillo, el cemento, la construcción, pero vinculada a edificios culturales. Incluso a un festival de cine. ¿Queda alguna actividad pública sin corromper en algún lugar de la tierra conocida como península ibérica?

Como en las grandes catástrofes lo primero que se debe hacer es la cartografía del despilfarro y el latrocinio. Un mapa del terror antidemocrático. Una descripción del fracaso, de la desafección para que tras el diagnóstico se pueda emprender una urgente regeneración para administrar a la ciudadanía de una mínima dosis de confianza institucional. Y ahora eso se puede conseguir votando para acabar con los privilegios obscenos.