Immanuel Wallerstein
Periodista Traducción: Ramón Vera Herrera
GAURKOA

Post Gran Bretaña: ¿acaso importa?

A mediados del siglo XVII las Provincias Unidas (más o menos los actuales Países Bajos) eran el poder hegemónico del sistema-mundo capitalista, que en ese entonces era geográficamente más pequeño. Dentro del sistema-mundo era el país más rico y contaba con las empresas industriales más eficientes. Dominaba el comercio y las finanzas del sistema-mundo. Tenía el ejército más fuerte.

Luego comenzó su decadencia como potencia hegemónica. Y una por una perdió todas estas ventajas. Para salvar lo más que pudiera se volvió el socio menor de Gran Bretaña, aspirante a la hegemonía. La ventaja fue que se aferró lo más posible a su dominación financiera. Lo mantuvo hasta la década de 1780. En ese momento uno hubiera podido escribir un comentario titulado “Post-Países Bajos: ¿acaso importa?”.

La cuestión real de entonces para los Países Bajos, como lo es ahora para Gran Bretaña, es a quién le importa. Si uno estudia los Países Bajos desde la década de 1780 notará que se ha mantenido como uno de los países más ricos del mundo. La vida ha sido más confortable materialmente que lo que es en casi todos los otros países. Pero en todos los otros sentidos, los Países Bajos se volvieron irrelevantes. No han sido la vanguardia de nuevas tecnologías. Sí, se ha mantenido como eje del comercio mundial pero no es indispensable para nada. No puede imponerle sus preferencias geopolíticas a otros países. De hecho, muy poca gente discute aún el papel de los Países Bajos como actor geopolítico: en efecto, disminuyó su luminosidad y pasó al fondo, costeando como beneficiario menor de las decisiones de sucesivas potencias hegemónicas –primero Gran Bretaña, luego Estados Unidos.

Gran Bretaña ha alcanzado la etapa en que se encontraban los Países Bajos en la década de 1780 –la de continuar con una riqueza relativa y una irrelevancia geopolítica definitiva. La gente más preocupada por esa situación es la de las instituciones financieras de Gran Bretaña, que hasta hace poco seguían siendo estructuras muy poderosas en el sistema-mundo.

El Financial Times, que más o menos sirve de voz pública para las élites financieras de Gran Bretaña, publicó un editorial el 5 de mayo de 2015. Su título era: “Tras una notable victoria, hay la oportunidad de restaurar al Reino Unido”. La «notable victoria» es, por supuesto, la estrecha pero decisiva mayoría obtenida por David Cameron y el Partido Conservador en las recientes elecciones británicas. Los subtítulos del editorial dicen: «La tarea de David Cameron es salvar la unión y permanecer en Europa».

La incertidumbre es si Cameron puede cumplir con esa labor. Si podrá extender el poder de las instituciones financieras de Gran Bretaña por otros 10 años más o menos. Pero muchas personas, en Gran Bretaña y en otras partes, tienen otras prioridades. Salvar la unión significa de algún modo evitar que el Partido Nacional Escocés (SNP, por sus siglas en inglés) logre su anunciado objetivo de una soberanía plena para Escocia.

El SNP también lo hizo bien, muy bien, en estas elecciones. Ganó 56 de los 59 escaños de Escocia en el Parlamento británico. Es difícil pensar en un respaldo más resonante de la opinión pública, sobre todo porque en las elecciones anteriores el SNP había obtenido tan solo 6 escaños.

Sin embargo, esto no significa que el SNP ganaría un referendo de independencia. Pero le brinda al SNP mucho poder de negociación con Cameron e intenta hacer uso de este poder. De hecho, el SNP cuenta con un programa de tres pasos: A) obtener de inmediato un aumento significativo en la devolución de poder al interior de Gran Bretaña; B) celebrar un referendo de independencia, de preferencia autorizado, expresado en modos que puedan maximizar un voto positivo; C) volverse un Estado soberano pero mantenerse en la Unión Europea y, por supuesto, en Naciones Unidas. Cameron, aun más su delegación parlamentaria, quiere minimizar el paso A, resistir firmemente la idea del paso B y nunca arribar al paso C.

Si este fuera su único problema político, Cameron podría ganar con facilidad la lucha con el SNP y «salvar la unión», pero no es así. Al mismo tiempo Cameron está bajo mucha presión para salirse de la Unión Europea, una llamada Brexit (o British exit o salida británica). Se dice que hay entre 60 y 100 miembros conservadores en el Parlamento, que lo único que quieren es la salida. Además, el partido dedicado a la retirada británica de la Unión Europea, el Partido de la Independencia del Reino Unido (o United Kingdom Independence Party-UKIP), recibió 12,6 por ciento del voto, convirtiéndose en el tercer partido en Gran Bretaña en porcentajes de votación.

Así que Cameron también tiene un programa de tres pasos implícito, justo como el SNP. El paso A es presionar a la Unión Europea para que se desfederalice aún más, permitiendo que Gran Bretaña se exima de aún más requisitos de la membresía. El paso B es llamar al referendo que le prometió al Partido Conservador para 2017, pero posponerlo lo más posible. El paso C es derrotar el referendo y mantenerse en la Unión Europea.

El paso A del SNP –una devolución significativa inmediata– es poco factible; el paso B, el de un referendo, cualquier clase de referendo, es más improbable; por tanto, el paso C, una plena soberanía negociada pacíficamente, es casi un espejismo.

El paso A de Cameron –lograr ulteriores exenciones de los requisitos de la UE– es poco probable, debido a la fuerte resistencia de otros miembros de la UE, notablemente Alemania. El paso B, derrotar el referendo, se vuelve más improbable. Y, por tanto, una Brexit como paso C se vuelve altamente factible.

Si estas apreciaciones hacen sentido, entonces el objetivo de la élite financiera de Gran Bretaña –salvar la unión y permanecer en la UE– terminaría en victoria en el primer punto y en derrota en el segundo. ¿Qué pasaría entonces? ¿Seguiría el SNP por el sendero de las negociaciones pacíficas o la opinión pública consideraría una jugada de mayor fuerza?

Para mirar las consecuencias de una Brexit debemos dejar de ver a Gran Bretaña y mirar en cambio el resto del mundo. La UE ya se encuentra en dificultades. Su zona del euro enfrenta una posible Grexit (o retirada griega), que de ocurrir podría conducir a un desmadejamiento total de la zona del euro. Además, la opinión pública en más países que solo Gran Bretaña se ha ido haciendo menos y menos entusiasta hacia la UE y los partidos que llaman a una retirada están ganando fuerza. La UE está dividida en cuanto a cómo responder a la reafirmación del papel político de Rusia en Europa, en especial en lo relacionado con Ucrania. Añadir una Brexit a esta mezcla de dificultades podría ser justo demasiado para la Unión Europea. La Unión Europea y la zona del euro son un castillo de naipes, el cual podría simplemente colapsar.

Sin embargo, un desmoronamiento ulterior de la Unión Europea, que forzara a su disolución, tendría consecuencias en todo el mundo. Estados Unidos, no siendo ya una potencia hegemónica incuestionada, no puede ya contar con el respaldo militar de Gran Bretaña, lo que para Estados Unidos resulta una evolución bastante inconveniente en este momento. Esto empuja a Estados Unidos, por lo menos al presidente Obama, a buscar, aún con más urgencia, un arreglo con Irán. Esta prioridad de Obama a su vez empuja a que Arabia Saudita sea más activa en desvincularse de Estados Unidos y persiga una alianza antiiraní de facto con cualquiera y con todos, como ya lo dejó claro el rey Salman. Esto, en consecuencia, fortalece aún más la reafirmación geopolítica de Rusia, y China tal vez pueda decidir volverse el agente del poder geopolítico de Asia occidental.

Y no olvidemos el estado lamentable en que se encuentra la economía-mundo, pese a que de todas partes insisten en que esta se repone de sus dificultades. Este optimismo público es otro espejismo que puede no durar ya demasiado tiempo más. Para regresar al inicio de este análisis, Cameron debería saborear su inesperada victoria en las elecciones británicas porque él (y las élites financieras de Gran Bretaña) podrían de hecho lamentarse –bastante pronto.

© La Jornada