Aitor SÁEZ
Periodista
CONFLICTO EN LOS BALCANES

Macedonia, de tensiones étnicas a intereses geopolíticos

La inestabilidad política en Macedonia no es ninguna novedad. La joven exrepública yugoslava ha estado marcada por varios episodios de violencia en los últimos quince años, algunos protagonizados por la minoría albanesa. La actual tensión, sin embargo, no tiene un trasfondo étnico, pero en cambio intervienen factores geopolíticos en ella.

La pequeña Antigua República Yugoslava de Macedonia ha vivido las protestas más multitudinarias desde su independencia. La polarización política de la sociedad ha alcanzado sus máximos. La gota que colmó el vaso fue el escándalo de escuchas masivas que, supuestamente, involucran al primer ministro, Nikola Gruevski, en casos de corrupción y abusos de poder. La oposición, encabezada por el socialdemócrata Zoran Zaev (SDSM), ha acusado de corruptelas al Gabinete conservador durante sus nueve años en el poder y ha boicoteado la actividad parlamentaria.

La corrupción, sin embargo, es un problema endémico y no conoce de siglas. Durante el mandato del SDSM (2002-2006) la Comisión Europea publicó un informe donde cuestionaba la transparencia del Estado. Según el periodista de la agencia MIA, el progubernamental Cvetin Chilimanov, esos escándalos precipitaron el desplome del primer ministro del SDSM, Vlado Buckovski, ahora condenado a tres años de cárcel por abusos de poder. Desde entonces, Macedonia ha mejorado levemente su posición en el ranking de calidad institucional, aunque todavía sigue a la cola de Europa. La presidenta del International Transparency local, Sladjana Taseva, niega esa mejora y la explica por la manipulación gubernamental de los criterios de puntuación y por el control político sobre los jueces.

El país ha vivido siempre de «crisis en crisis». Pero desde 2011, tras la muerte del joven Martin Neskovski a manos de agentes de seguridad, las protestas contra el Gobierno se han intensificado. La UE y EEUU, que pusieron en marcha en 2002 una delegación internacional de supervisión, aseguran que su papel es de «mediadores». La supuesta supervisión deja mucho que desear. Pocos meses después de que la UE saludase los progresos democráticos del Gobierno de Gruevski, en diciembre de 2012, tuvo lugar uno de los episodios más lamentables de la historia de Macedonia, cuando políticos opositores que se negaban a votar los presupuestos, fueron expulsados del Parlamento por la fuerza. Entonces algunos representantes de la UE salieron a la calle junto a los opositores.

Lo cierto es que la imposibilidad de Macedonia de incorporarse a la UE y a la OTAN, debido al veto griego por las disputas por el nombre, ha minimizado la capacidad de intervención de Occidente. Parte de la oposición se queja de la pasividad de la comunidad internacional en los últimos años, mientras que, según Taseva, Gruevski se ha escudado en el veto para no implantar las reformas necesarias.

La oposición cuenta ahora con el apoyo de parte de la comunidad albanesa, que ha dejado de confiar en sus propios políticos. El malestar hacia sus representantes estalló a mediados de 2014 por el «caso Monstruo», un proceso por el que seis albaneses fueron condenados a cadena perpetua acusados de asesinar a cinco pescadores macedonios.

Parte de esa comunidad se enfureció por la pasividad de la Unión Democrática por la Integración –miembro de la coalición gubernamental–, a la que acusaron de «venderse» al Ejecutivo conservador.

Muchos analistas coinciden en que las tensiones étnicas se han reducido de forma notable y las aspiraciones de crear una Gran Albania son marginales. Por eso, los enfrentamientos en Kumanovo (con 18 muertos) entre el Ejército macedonio y un supuesto «grupo terrorista albanés», según Gruevski, han levantado tantas sospechas. La oposición culpó al Gobierno de utilizar –incluso planear– los ataques para desviar la atención y Gruevski acusó a la oposición de contar con el apoyo de «servicios secretos exteriores» para desestabilizar el país.

Esa misma teoría sostiene Rusia. Moscú señaló que las tensiones podrían ser «un intento de presionar al país al abismo de una revolución de colores», como el Kremlin denomina a las revueltas en los exterritorios soviéticos, para impedir la construcción del Turkish Stream, una tubería promovida por Rusia para trasladar gas a Europa a través de Turquía, Grecia y Macedonia. El proyecto se elaboró como alternativa a la ruta del gas por Ucrania y sustituye al South Stream, cuya construcción paralizó Bulgaria tras firmar una cláusula con la UE.

La situación en Macedonia podría estar «desplegándose contra el trasfondo del rechazo gubernamental a unirse a la política de sanciones contra Rusia y el vigoroso apoyo que Skopje le dio al proyecto de gasoducto del Turkish Stream», indicó el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, el pasado viernes.

La dimensión geopolítica que han adquirido los problemas internos de Macedonia «debe servir para que la comunidad internacional nos apoye y lograr nuestro objetivo», dice el líder opositor Zoran Zaev intentando, sin duda, atraer el ascua a su sardina. Pese a que la oposición apuesta por la vía pacífica para lograr la dimisión del primer ministro, nadie descarta que ello podría desencadenar enfrentamientos interétnicos.

El desequilibrio de un país tan frágil como Macedonia facilitaría la intrusión de grupos armados, en una región, los Balcanes, asolada por su pasado bélico. Por eso debe encontrarse una solución inmediata que calme los augurios sobre una «nueva Ucrania». Gobierno y oposición se han reunido hasta tres veces para buscar una salida a la crisis. La última, el martes en Estrasburgo, aunque sin avances.