Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ
Ankara

EL ÚLTIMO OBSTÁCULO PARA LA «NUEVA TURQUÍA» DE ERDOGAN

Turquía celebra el domingo unas cruciales legislativas plebiscito sobre el proyecto presidencialista de Recep Tayyip Erdogan, cuyo partido, el AKP, confía en seguir su trayectoria ascendente iniciada en 2002 y lograr una mayoría absoluta que permita eternizarse en el poder al fundador del partido. La oposición aspira a ser imprescindible en una futura coalición gubernamental para impedir la emergencia de la «Nueva Turquía» de Erdogan.

En un ambiente enrarecido, el AKP busca su mejor resultado histórico para instaurar un sistema presidencialista. Putin-Medvedev a la turca. La figura elegida para esta transición es Ahmet Davutoglu, quien según los sondeos no alcanzaría el 45% de los votos. Este resultado sería insuficiente para los objetivos de su padrino y significaría un retroceso de al menos cinco puntos con respecto a 2011 (49,8%). La erosión de una década en el poder beneficiaría a la oposición: los kemalistas del CHP y del panturco MHP mejorarían hasta conseguir el 26% y 18% de las papeletas, respectivamente. Los kurdos del HDP, que por primera vez no se presentan como candidatos independientes, necesitan incrementar el 6,6% de 2011 y el 9,8% de las presidenciales de 2014 para entrar en el Parlamento. Las encuestas predicen que lo lograrán gracias al apoyo de la diáspora, de cierto voto anti-AKP en las grandes ciudades y de los clanes kurdos que en su día confiaron en Erdogan.

Unos números complicados

El sistema electoral turco se rige desde el golpe de Estado de los 80 por una variación de la ley D'Hondt. La principal peculiaridad, que favorece a los partidos mayoritarios, es el alto umbral para entrar en el Parlamento: un 10%. De los 550 escaños, el AKP necesita 330 para poder cambiar el texto constitucional y someterlo a referéndum. La única posibilidad para que Davutoglu logre estos números se daría si el HDP no llega al 10%, lo que conllevaría un trasvase de sus votos hacia el AKP, segunda fuerza en Kurdistán Norte. Para evitar la consulta sobre la nueva Constitución el AKP necesita 367 escaños, algo ya descartado por las encuestas.

Los sondeos pueden deparar sorpresas. Más aún si la figura con la que lidian es Erdogan, un idolatrado político que ha ido mejorando sus resultados hasta convertirse en el primer presidente electo de la historia del Estado turco. Desde 2013, las protestas de Gezi, los escándalos de corrupción y el giro autoritario no han evitado que en las dos últimas referencias electorales, las locales y presidenciales del año pasado, el AKP alcanzase sus objetivos. Estos comicios parecen ser su último gran obstáculo.

Polarización e islam

La cita con las urnas de los 56 millones de anatolios con derecho a voto juzgará la compleja situación que afronta el país. La ligera evolución en los derechos de las minorías y el desarrollo económico han dado paso en esta última legislatura a la polarización religiosa y social. Los ataques contra empleados públicos y políticos han aumentado considerablemente en el último año. Durante la campaña, decenas de sedes del HDP han sido atacadas y un hombre armado disparó a un alcalde del AKP en la región de Bursa.

La evidente tensión social se une a la voces discordantes dentro del AKP. El caso más significativo es el del expresidente y cofundador del partido Abdullah Gül, retirado de la primera línea política para no tener que enfrentarse a los nuevos acólitos del dúo Erdogan-Davutoglu. Haciendo uso de su característica educación, no ha dudado en cuestionar el sistema presidencialista. «¿Qué tipo de sistema presidencialista? Esto es muy importante. No debe ser un sistema a la turca», declaró Gül al reivindicar «el tipo de gobierno del Estado francés y EEUU».

El sistema presidencialista «está a favor de la libertad y basado en la separación de poderes», replicó Davutoglu sin desgranar los detalles de un proyecto sobre el que aún se desconocen aspectos tan importantes como la autonomía de las regiones, imprescindible para avanzar en el tambaleante proceso de diálogo con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).

Como es habitual, el AKP se hará con la mayoría de los votos en la profunda Anatolia. El resultado en las grandes ciudades, que por el peso poblacional envían un alto número de diputados, así como en las regiones fronterizas con Siria, pueden ser la clave que consolide o termine con la idea presidencialista. Los problemas derivados de los dos millones de refugiados sirios, muchos de ellos anclados en Urfa y Gaziantep, podrían redecorar el mapa electoral de estas regiones, restando diputados al AKP.

Con esta tesitura el partido de la bombilla ha vuelto a portar en su mano el Corán. Su formación es una coalición en la que confluyen el panturquismo y el conservadurismo islámico. En un país secular, el AKP ha impulsado desde 2002 su visión de los valores islámicos, en perjuicio de la mujer. En la última legislatura, 1.400 institutos se han convertido en centros de estudios religiosos, las clases de otomano han vuelto a la escuela, las estudiantes de educación primaria pueden llevar velo y se han introducido clases de islam en las escuelas militares.

El panotomanismo religioso de Erdogan ha encabezado además cientos de costosos proyectos para promocionar el Islam en todo el mundo y convertir el Estado turco en la referencia del sunismo. El presupuesto del Diyanet –el principal órgano religioso del Estado– se ha cuadruplicado hasta llegar a tener el peso de carteras como Exteriores, Energía o Turismo. Muchos de los que confiaron en la valores islámicos de Erdogan aún siguen apoyando su visión. Este no será el caso del «Estado paralelo» de Fetulah Gülen, quien incitará sus seguidores a apoyar a la oposición. Los clanes kurdos, que empiezan a dudar ahora de las buenas intenciones del AKP en la causa kurda, también podrían dar la espalda al proyecto de Erdogan.

Un peligroso desarrollo económico

A ello se ha unido un agresivo neoliberalismo económico basado en el desarrollo de infraestructuras. Esto ha posibilitado contentar a una amplia masa social más allá de la religión. Los 80 millones de personas que residen en Anatolia han visto crecer el país mientras una crisis global afectaba a las principales economías del mundo. Esta evolución, recordada durante la campaña con el eslogan «Onlar konusur, AK Parti yapar» (Ellos hablan, el AKP hace), ha sido el gran éxito del AKP. El PIB turco alcanza los 800.000 millones de dólares, cuando hace una década apenas llegaba a los 300.000. Además, el déficit fiscal, cercano al 10% en 2002, tendrá en 2017 superávit, según Davutoglu. El crecimiento anual del país, estancado desde 2012 en el 3%, ha alcanzado durante una década de progreso el 9%.

Pero esta vorágine de buenos datos globales no ha podido contener una inflación anual cercana al 7%. Los ciudadanos han visto en la última legislatura la cara amarga del crecimiento: el precio de los bienes esenciales se ha duplicado y la divisa turca se ha devaluado más que en otros mercados emergentes. Según los datos del Gobierno, el 22,4% del país vive en la pobreza y el desempleo está creciendo. El presidente culpa de estos problemas de confianza al Banco Central y a los intereses extranjeros. Una crítica recurrente en el marco de la teoría inmaculada que el propio Erdogan tiene de su gestión: los éxitos son fruto del AKP y los errores resultado de un complot internacional. Como bien recuerda el AKP, el desarrollo en Anatolia tiene sin duda su firma, aunque también podría convertirse en un lastre para las futuras generaciones. El ejemplo del Estado español y su burbuja inmobiliaria recuerda lo que hoy vive Anatolia. El AKP ha construido decenas de aeropuertos en recónditas regiones y el peso del ladrillo en la economía es evidente al encender el televisor: cada pocos minutos se anuncia alguna nueva urbanización. Mientras, el sector de la manufactura, famoso en Asia central por su calidad y buen precio, permanece estancando. Esto refleja, como subrayaba Daniel Dombey en “The Financial Times”, uno de los grandes problemas del Estado turco: la baja calidad del desarrollo, sustentado en el volátil sector inmobiliario.

Es común que la oposición se queje de pucherazo cuando la votación es ajustada y todo parece indicar que las del domingo serán las más disputadas desde que el AKP llegó al poder. Con independencia del resultado, lo más probable es que la inestabilidad de la última legislatura siga en aumento. Si el AKP lograra su mayoría absoluta el proyecto de Erdogan, autoritario para sus críticos, saldría reforzado. El HDP no entraría en el Parlamento y las protestas en Kurdistán Norte elevarían la tensión en los próximos cuatro años. Si los islamistas no alcanzasen su meta, podrían repetirse las elecciones o nacería una polarizada coalición gubernamental que dificultaría la toma de decisiones vitales. En el imaginario popular aún calan las nueve inestables coaliciones gubernamentales acordadas entre 1991 y 2002, cuando la llegada al poder del AKP trajo la ansiada estabilidad que hoy parece tambalearse ante la idea de la «Nueva Turquía» de Erdogan.