La consagración de Anna Muylaert en la realización viene a confirmar lo mucho y bueno que ya había apuntado como guionista, sobre todo con “El año que mis padres se fueron de vacaciones” (2006), donde ya exhibía su excepcional condición de cronista de la realidad brasileña, entonces aplicada al retrato de la vida paulista durante la dictadura. Y lo curioso es que no necesitó ser original, porque el tema era una traslación a la historia reciente de su país de la película balcánica de Emir Kusturica “Papá está en viaje de negocios” (1985).

En “Una segunda madre” tampoco pretende descubrir nada nuevo, porque su película guarda una estrecha relación con la chilena de Sebastián Silva “La nana” (2009), en la que Catalina Saavedra hacía una inolvidable caracterización de la criada que sirve como interna toda su vida en la misma casa. Es una situación prototípica de los países en vías de desarrollo en América del Sur, y que también se da en Brasil, dentro de sus contrastes de diferencia de clases todavía más acentuados si cabe. Lo que hace Anna Muylaert es introducir en dicho ambito doméstico el esquema de rebelión social que Pasolini instauró en “Teorema” (1968), con la llegada del extraño al hogar burgués que desestabiliza su orden interno.

La cineasta brasileña consigue hacer con esos materiales de base algo completamente distinto, para que “Una segunda madre” sea una obra única, al decantarse por una relación maternofilial rota. Y ahí está el quid de la cuestión, porque madre e hija representan al viejo y al nuevo Brasil, conviviendo ocasionalmente bajo el mismo techo, lo que desatará un conflicto generacional de gran alcance.

La joven llega a Sao Paulo para hacer la selectividad e ir a la Universidad, instalándose en la casa a la que su madre tuvo que ir a servir dejándola a ella en Recife con unos familiares. Defenderá los postulados pedagógicos de Paulo Freire sobre la emancipación de la mujer frente a las actitudes serviles del pasado.