Pascual Larunbe
Miembro de Nabarralde
GAURKOA

De Gaulle, militar, político y paisano

Como anticipo de este escrito, mi agradecimiento a Iñaki Lekuona, que en su reciente columna “Desmemoria general” (GARA, 2015/4/20), nos obsequiaba con una triple efemérides Gaullesca que, más que glosar, me permite ampliar en su parte más superficial o anecdótica.

Militar.- Soldado y capitán en la I Guerra Mundial, y ya general en la Segunda, se hallaba refugiado De Gaulle, en 1941, en su cuartel londinense, desde el cual trabajaba en coordinación con los aliados para reconquistar una Francia mitad ocupada y mitad nazidirigida por el Mariscal Pétain, así como para rescatar Europa de las garras de Hitler.

Allá en Londres, Manuel de Irujo, representante del Gobierno Vasco en el exilio, le ofreció el apoyo y la participación activa vasca en la resistencia antifascista, cosa que De Gaulle agradeció y aceptó gustoso.

Cuatro años después, a punto de la victoria aliada, el Batallón Gernika culminaba su eficaz lucha en la guerra con una destacada intervención en la batalla de Pointe-de-Grave, al norte de Burdeos, que significaba la rendición de los nazis y dejaba el camino expedito hasta las puertas de París.

El 22 de abril de 1945, el propio De Gaulle dirigió estas elocuentes, honrosas y agradecidas palabras a Kepa Ordoki (cito a I. Lekuona): «Comandante, Francia no olvidará jamás los esfuerzos y los sacrificios realizados por los vascos en la liberación de nuestro suelo».

Hace solo dos meses que una amplia representación de jefes de estado de todo el mundo conmemoraba solemnemente el 60º aniversario de aquel jalón histórico de nuestra era moderna.

Político.- Sin embargo, como comprobamos a diario, los inescrutables designios de la praxis política nos llevan por vericuetos enrevesados a situaciones muy distantes del contenido de las arengas y promesas pregonadas para elevar la moral en las trincheras y gratificar los heroísmos del campo de batalla. Tanto o más aún se alejan de la práctica política las declaraciones triunfales tras la victoria. ¡Nada digamos, por lo que se ve, de cómo afectan a la memoria!

Así, 22 años después, como Presidente de la V República y en visita oficial, De Gaulle se desplazó 6.000 kilómetros, cruzando el Atlántico, hasta Montreal, para exclamar su famoso «Vive le Québec libre!» un 24 de julio de 1967, «olvidando» que tenía Baiona a solo 770 kilómetros donde, en el país de los vascos, muchos nativos clamaban –y clamamos– por esa misma liberación del suelo patrio, por el derecho a recuperar un Estado propio, soberano, que nos fue arrebatado por la fuerza de las armas, y «olvidándose» de que Francia no olvidaría jamás los esfuerzos y los sacrificios realizados por los vascos…

Paisano.- La «desmemoria» del General parece que fue en aumento tras su retirada de la política en 1969 porque, ya de paisano y en viaje turístico, en junio de 1970, estrechaba en Madrid la mano asesina de Franco, la misma que antes había estrechado la de Hitler, que había aprobado, entre otras barbaries, los bombardeos, incendio y masacres de Durango, Otxandio, Zalla y Gernika.

No era ya presidente de Francia ni copríncipe de Andorra. No había protocolos diplomáticos de viajes oficiales que justificasen aquel apretón de manos. ¿Sería amnesia, «desmemoria» histórica o qué otra patología?

A propósito de ese viaje turístico privado de De Gaulle, me permito desvelar una cómica anécdota ocurrida al final del mismo, porque abarca a la persona entera, al militar, al político y al paisano de a pie, y porque tuvo lugar en nuestra Comunidad Foral un 26 de junio de 1970.

23 días había durado el periplo de De Gaulle, del 3 al 26 de junio, siempre en su Tiburón y casi siempre acompañado de su esposa, de una abundante valija y de un considerable séquito, aunque dentro de cierto discreto anonimato, al margen de los medios de comunicación.

De vuelta a casa, había pernoctado el día 25 en el Parador Nacional de Santo Domingo de la Calzada. La mañana del 26, tras un madrugador desayuno, esta vez solo con su chófer, emprendió el regreso haciendo escala en Pamplona-Iruñea.

Nunca he entendido por qué “Diario de Navarra” y “El Pensamiento Navarro” silenciaron una noticia tan relevante como la escala de todo un De Gaulle en Iruñea, por particular que fuese. Así titulaban al día siguiente: “Atravesó Navarra sin detenerse – De Gaulle salió de España por Valcarlos” (“Diario de Navarra”, en portada), y “Después de 25 días, De Gaulle abandonó España por Roncesvalles” (“El Pensamiento Navarro, en la 4ª página).

Falso en el caso de “Diario de Navarra” y deficiente la información de “El Pensamiento”. El relato de “Diario de Navarra”, por otra parte, es propio y más extenso que el de “El Pensamiento”, cuyo texto es un simple teletipo, más breve, enviado desde Logroño.

El 26 de junio, De Gaulle paró en Iruñea, dentro de la Diputación, donde probablemente se entrevistó con el entonces vicepresidente de la misma, D. Félix Huarte –no olvidemos que el presidente era Franco–.

Me lo ha contado un buen amigo, testigo directo y presencial de la anécdota, «invitado» de excepción al viaje Iruñea-Luzaide por M. Josefa Solano, intérprete y traductora habitual para este tipo de visitas extranjeras. Como mi amigo es hoy el único testigo vivo de aquella ocasión, no me resisto a publicarla a los 45 años del suceso.

Hacía un día espléndido. Delante, en el Tiburón, iba solo el chófer. Detrás, a la derecha, M. Josefa, a la izquierda mi amigo y De Gaulle en medio. Apenas alguna breve conversación entre De Gaulle y M. Josefa durante el trayecto, mientras el general observaba con interés el paisaje. Llegaban al alto de Erro, como le llama la gente a esa pequeña planicie de Fernandorena que corona la cumbre, cuando De Gaulle le pidió al chófer que aparcase allá un momento (nada de «al parecer por causas mecánicas del automóvil», como dice “Diario de Navarra” en su crónica).

Bajaron del coche los cuatro. De Gaulle se adelantó unos pasos, se estiró ampliamente y levantando sin disimulo su siniestra pierna disparó una larguísima y estruendosa ráfaga de ventosidades, para sorpresa y sonrojo de, al menos, M. Josefa y mi amigo. Vamos, que se tiró un pedo –nunca mejor dicho– como un general.

Cinco segundos debió durar la sonora flatulencia, digna de un buen soneto de Quevedo –digo yo, solo por perfumar con un soplo de poesía tan prosaica necesidad fisiológica–. Como la energía no se destruye, sino que se transforma, a saber si las ondas acústicas de tan escandaloso cuesco no irían a confundirse, entre Astobizkar y Ortzanzurieta, con los desesperados alaridos y agonizantes gemidos de las tropas carolingias, aplastadas 1.192 años antes bajo las rocas arrojadas por nuestros antepasados que, inteligentes, valientes y bien organizados, defendieron con éxito nuestro solar, derrotando al mayor ejército de su tiempo y dando origen al Reino de Pamplona y, con él, a nuestra libertad patria.

Pero volvamos a Fernandorena. Nuestro protagonista, aliviado que se hubo el recto y un buen tramo del colon sigmoides –porque 1,96 m. de estatura creo yo que dan para mucho tracto intestinal–, mientras M. Josefa y mi amigo retomaban el resuello, contempló las preciosas vistas que ofrece el paraje y, con espontánea admiración, exclamó en perfecto castellano: «¡Qué bella es Navarra!».

Como bien apunta “Diario”, no pararon en Orreaga, donde los canónigos de la Colegiata, avisados que estaban de la posible ilustre visita, se quedaron en ayunas.

Con mi agradecimiento reiterado a Iñaki Lekuona por su enjundioso recordatorio, le pido a él, y a ti, paciente lector, una pequeña disculpa por introducir esta anécdota trivial –bien que jocosa primicia informativa– dentro de un cuadro de efemérides de hondo calado histórico.