Carlos GIL
TEATRO

Del vodevil culto al Hamlet total

Decorado, vestuario, ambientación e interpretación forman un compendio de clichés y tópicos que configuran una idea burguesa del mundo. Pero estos elementos de tan aparente baja entidad formal, en manos del suizo Christoph Marthaler, uno de los grandes directores europeos, hacen de “King Size”, una joya teatral, en donde esa cama de gran tamaño en una habitación de hotel, sirve de plataforma para un exquisito vodevil en donde las canciones sobre el amor, sobrecargadas todas de glucosa, sacarina o azúcares naturales son arreglos y vienen de partituras de óperas u operetas de autores, como Mozart, Wagner, Schumann o directamente canciones pop, y hasta de la melodía de la abeja maya. Es un ejercicio teatral sublime, un derroche de imaginación y buen gusto, mezclando con sabiduría las situaciones más típicas del género, en las actuaciones y en los excesos junto al absurdo dadaísta y con unos intérpretes magníficos que consiguen convencer, atraer, acercar o distanciarse según conviene cantando de manera sublime, bailando e interpretando, logrando un gran acto teatral de alta calidad, una celebración ensidiosa de los gustos burgueses.

“Escrever, falar” es un texto de un dramaturgo portugués emergente, Jacinto Lucas Pires, que puesto en escena por Jorge Silva nos pareció estar en un estado verbal, sin apenas acción, en donde la palabra narrativa prevalece y en el que la historia contada, así en crudo, se nos hizo difícil de penetrar, como si el idioma por un lado y la propia puesta en escena por otro nos aislase. El texto nos pareció extenso en palabras y escueto en intenciones. De la propuesta escénica destaca la limpieza, la espacialidad sonora para cerrar escenas y unas luces que procuran un ritmo emocional, pero se deja a los dos actores presos de unas palabras y de un espacio que ocupaban con movimientos mecánicos, nunca orgánicos.

Poner en pie un “Hamlet” completo, es una tarea titánica, una ambiciosa gesta teatral, que requiere de mucha energía de la compañía, en este caso dos, Teatro de la Cornucópia y la compañía titular del Teatro Municipal de Almada, de los intérpretes y muy especialmente de los espectadores. Además es una versión muy canónica, aunque con un punto de vista curioso ya que los actores comentan momentos de la trama, planteaban preguntas al público.

Una puesta en escena magnificente, a lo grande, con un espacio escénico muy neutral, pero apabullante, un vestuario que juega con los anacronismos y una interpretación muy desigual. La dirección de Luis Miguel Cintra nos interesó más en su ambición propositiva que en sus logros finales, dado que el desequilibrio actoral, el ritmo lento, moroso, nos provocaba sensaciones de atasco, de didactismo. Pero es un gran proyecto, que merece el aplauso por el hecho de emprenderlo.